Hay
quienes me han dicho en la tertulia que tengo manía por el soneto, aunque me lo
dicen con una actitud positiva, y otros dicen que “¡Bendita manía!”.
En
este blog hay un artículo dedicado al soneto en el que lo estudio desde su
creación en Italia hacia 1250, pongamos por caso, y su triunfo acrisolado en
España de forma definitiva por Garcilaso de la Vega, aparte de los intentos del
Marqués de Santillana un siglo antes.
Sabemos
que después de Garcilaso y otros poetas contemporáneos suyos, autores entrados
ya en el siglo XVII, le dan a esta estrofa un auge inusitado y no hay poeta que
se precie de tal que no haya probado sus armas verbales en el soneto. Su
presencia en nuestra literatura es permanente; incluso en el siglo XVIII Torres
Villarroel también lo emplea y un poco más adelante Leandro Fernández de
Moratín, entre otros sonetos, crea uno donde expresa su dolor por la falta de
reconocimiento y menosprecio de su persona como dramaturgo e ilustrado y en él
lamenta su despedida de los españoles camino de Burdeos, donde se reúne con el
pintor Francisco de Goya.
Los
románticos pensaban más en la polimetría y el soneto era ocasional. Los
modernistas también lo emplean con entusiasmo pero no como composición
preferente; asimismo la llamada generación del 27 no lo olvida, sobre todo,
Gerardo Diego y Alberti, algo menos
Guillén, García Lorca y mucho menos Dámaso Alonso. No recuerdo haber
leído sonetos de Salinas, Cernuda y Aleixandre.
En
la generación que sigue tenemos lo que llamaríamos una pléyade de sonetistas
desde Miguel Hernández hasta Luis Rosales. No se olvide que el soneto iba unido
a a la idea del Imperio en la posguerra.
En
los cuarenta y cincuenta otros poetas le dan culto, tales como Blas de Otero,
Rafael Morales, José Luis Cano, entre otros.
He
de confesar quiénes son los poetas a los
que más influjo debo sin que me olvide de otros: Lope de Vega, José de
Espronceda, Miguel Hernández, José Ángel Buesa y Javier de Bengoechea,
leídos a principios de los años sesenta,
en esa edad en que todo lo que se lee deja huella.
Personalmente
le he temido en los sonetos a los encabalgamientos tanto abruptos como suaves y
he procurado evitarlos, intentando la esticomitia, o sea: verso igual a oración
gramatical. He aquí una muestra de ello.
Pongo dos ejemplos: En el primero pacto con algunos encabalgamiento y en
el segundo ensayo la esticomitia.
DOS SONETOS PUBLICADOS
EN “ARENA Y CAL”,
REVISTA LITERARIA
DIGITAL, DIVULGATIVA (2000)
SOY DISTRAÍDO, PERO YO
TE QUIERO...
Soy distraído, pero yo te quiero.
De verdad. Aunque a ráfagas te olvide,
te amo. Lo sabes bien. Te lo asevero
y mi nostalgia con tu amor coincide.
El día, con su sino jornalero.
El vivir, con la urgencia que nos pide.
La servidumbre, oscuro pudridero.
El tiempo, que de todo nos despide.
Llevo -lo sabes- una campanada
que repica tu nombre en ocasiones;
trepida el ajetreo y no oigo nada.
Y, aunque soy distraído, te aseguro:
no habrá quien luche más con sus razones
que yo para quererte. Te lo juro.
Llevo -lo sabes- una campanada
que repica tu nombre en ocasiones;
trepida el ajetreo y no oigo nada.
Y, aunque soy distraído, te aseguro:
no habrá quien luche más con sus razones
que yo para quererte. Te lo juro.
TU MANO ESTÁ, ALHELÍ, SOBRE LA MÍA...
Tu mano está, alhelí, sobre la mía.
Tu mano, animalito de ternura.
Tu mano, que calienta, que perdura.
Tu mano, lazo de tu cercanía.
Déjala, que es suave compañía.
Déjala, que es la puerta más segura.
Déjala, que es mi cálida espesura.
Déjala, que es compás de mi armonía.
Tu mano es mi más clara trayectoria.
Déjala y no me quites su sosiego.
Tu mano, cuenco ardiente de mi historia.
Déjala, que mantenga siempre el fuego.
Tu mano, donde entierro mi memoria.
Déjala. Te lo pido como un ciego.
Del libro CRUEL,
AMADA VIDA (1986)
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