Los monumentos dedicados a los artistas, en especial a los poetas, me parecen hoy día, en tiempos de iconoclastia, verdaderamente ridículos. Habrá poetas y artistas que sueñen con perdurar ante la vista de los paseantes de una avenida o de un parque erigido en personaje importante que representa a la ciudad que le vio nacer.
A
mí personalmente me parece odioso, anacrónico y denunciador de que quienes le
han dedicado ese monumento han descansado de su deuda con el enmarmolizado en
cuestión. Ya no volverán a ocuparse de ese o esa artista. Han descargado su
compromiso de hombres políticos o admiradores.
Cuánto
mejor una fundación cultural, una biblioteca, un colegio o un instituto dedicados
a ese o esa egregia figura. Es más, los
lectores que acudan a esa biblioteca o los alumnos que acudan a ese
centro educativo conocerán mejor a quien está dedicado esa institución.
Los
tiempos de los monumentos a poetas y artistas pasaron. Ahora hay que erigir
otro monumento: el de que se conozca su obra.
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