M. M: con su esposa, Eulalia Cáceres
Ya el pobre corazón
eligió su camino.
Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede,
al azar no suspira, ni se entrega al Destino...
Ahora sabe querer, y quiere lo que puede.
Renunció al imposible y al sin querer divino.
Ya a los vientos no oscila, ya a las olas no cede,
al azar no suspira, ni se entrega al Destino...
Ahora sabe querer, y quiere lo que puede.
Renunció al imposible y al sin querer divino.
Manuel Machado
A. M. con su esposa, Leonor Izquierdo
Señor, ya me arrancaste
lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Antonio Machado
Siempre me sorprendieron estos versos de los hermanos Machado.
Es evidente que ambos fueron cristianos de corazón con peculiaridades diferentes
cada uno: Manuel, sensorial y espontáneo como en sus poemas dedicados a la
Semana Santa sevillana y Antonio más
reflexivo y desnudo de atavíos que,
además, criticaba la religión popular como en el poema “Coplas a la muerte de don Guido” y en “La saeta”,
que luego cantaron Serrat y Camarón.
La queja de Antonio está muy clara: Leonor ha fallecido al poco tiempo de
casada. Para mí resulta un poco extraño que una mente clara y analítica como la
del autor de Campos de Castilla, enamorado
de la filosofía, caiga en la superstición de nada menos que
Dios le ha arrancado de sus manos a su
esposa, una jovencita de dieciocho años. Una idea más bien propia de Manuel,
por lo que tiene su fe de sentimentalismo; pero Manuel escribe su desacuerdo
con la hipotética decisión divina (aunque lo enmascare con el Destino) de otra
manera, como se ve la estrofa citada arriba.
No se dirige a Dios directamente pero da a entender que acepta las
circunstancias desfavorables siguiendo un derrotero personal.
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