sábado, 11 de abril de 2015

ARTÍCULOS LITERARIOS: EL PLACER SUPERIOR EN LITERATURA


  
  F. G. L: Lectura literaria. Foto tomada de internet






En otras épocas, pongamos por caso en las generaciones últimas de a finales de siglo XIX, la misma adjetivación empleaban los poetas del realismo -Antonio Grilo, Federico Balart, Manual del Palacio- como antes lo habían hecho los poetas del romanticismo posterior a Espronceda -Vicente Wenceslao Querol, Adelardo López de Ayala, Carolina Coronado-. El mismo Bécquer, afortunada síntesis de ambas tendencias, empleaba también la adjetivación y la imaginería estética de sus generaciones pasadas.



El modernismo heredó semejante fortuna expresiva añadiendo, por parte de Rubén Darío especialmente, una riqueza considerable de elementos culturales exóticos; sin embargo, Rubén, como Nervo o Lugones o el mismo Juan Ramón de la por él llamada “etapa sensitiva”, no tuvieron la tentación de innovar en cuanto a lenguaje poético se refiere.



Solamente el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910) fue el único que hizo grandes y logrados intentos de romper con  las metáforas estereotipadas.



¿Ha sido esa la ilusión de todos los grandes poetas, y los medianos se han conformado con las migajas caídas del gran banquete de la genialidad de otros, ya como lastre de esos esforzados talentos?



Nos da una gran alegría cuando, ya en la segunda década del siglo XX, poetas como César Vallejo y el primer Neruda, sin olvidar a Juan Ramón a partir de su Diario..., empiezan a tantear los umbrales de una poesía que poco tiene que ver con la escrita hasta 1910.



En esa misma época sobreviene el ciclón de las vanguardias, pero éstas adoptan aires iconoclastas y eso significa que juegan con ventaja, porque rompen sin dejar nada del pasado —jactancioso caballo de Atila por predios literarios—,  como no sea la misma gramática que sirve a poetas trasnochados y a poetas innovadores.



El interés que ha llevado a escribir este artículo es el de las dificultades que tienen quienes desean y anhelan con toda la obsesión del mundo descubrir un nuevo camino que no esté agotado en sus valores expresivos. ¿Ha habido un poeta exclusivamente original? ¿No será que cada generación ha modificado formalmente el esquema heredado, añadiéndole un rasgo o bien sometiendo los ya existentes a una modificación feliz que, a su vez, ha enriquecido el acervo tradicional?



Hay quienes se decepcionan cuando leen un poema bien escrito métricamente, pero endeudado con el pasado poético, porque ese o esa poeta en cuestión no se ha tomado la molestia de hacer algo nuevo mediante la combinación de los elementos oracionales, o bien introduciendo metáforas y símiles de nueva invención.



Que cada uno opine lo que quiera, pero, como en la ciencia y la técnica, todo el que está dentro de ellas está, si no obligado, sí inquieto por lograr algún avance, aunque sea pequeño y, en principio, tal vez desapercibido.





Como dice Vixtor Shklovski, en El arte como artificio, la finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento; es decir, como texto que se lee tal un descubrimiento y no como texto que ya no sorprende por su deuda con el pasado poético. En los años 70, el rupturismo de los que le volvieron la espalda a la segunda generación de postguerra consistió en romper las esclusas de la métrica y disparar afluentes versolibristas, arrastrando temas de una inmediata modernidad. La tendencia del nuevo grupo en ningún momento se planteó la posibilidad de la “visión”, o sea, la renovación de las imágenes, según la propuesta de Shklovski.

  



     CONCLUSIÓN


Es decir, ver el texto como un todo semántico nuevo y no con el lastre del automatismo de tantos textos repetidos en sus recursos de estilo como una continuidad ante la que los poetas se sienten insensibles porque mantienen el solo propósito de expresar un contenido, sin tener en cuenta lo que dice Eugenio Montale en su obra En nuestro tiempo.



Pongamos este poema de Federico García Lorca como ejemplo de anhelos conseguidos de no repetir el idiolecto tardomodernista al que el autor estaría aún sujeto por la proximidad histórica. Pertenece a Libro de poemas (1921).









HORA DE ESTRELLAS



El silencio redondo de la noche
sobre el pentagrama
del infinito.

Yo me salgo desnudo a la calle,
maduro de versos
perdidos.
Lo negro, acribillado
por el canto del grillo,
tiene ese fuego fatuo,
muerto,
del sonido.
Esa luz musical
que percibe
el espíritu.

Los esqueletos de mil mariposas
duermen en mi recinto.

Hay una juventud de brisas locas
sobre el río.




 Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.

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