sábado, 11 de abril de 2015

ARTÍCULOS LITERARIOS: TEXTOS DE COMENTARIOS





Estos artículos fueron escritos para recreo de lectura en clases de  2º, 3º de B. U. P. y C. O. U.  Algunos aparecieron más tarde en el diario SAN FERNANDO INFORMACIÓN.




1.  LOS LIBROS

Hace unos meses, con motivo de la inauguración de la última Feria del Libro, se celebraba a su vez el 80º aniversario de la institución García Bozano como librería en la Isla.

Algunos de los que estuvimos en el patio del Ayuntamiento recordando este feliz evento, hacíamos evocación de los años cincuenta, en que salíamos del Centro Obrero con la entusiasta obsesión de ver en los escaparates, entonces laterales conforme se entraba en el local, para comprobar si ya estaban los números siguientes de El Guerrero del Antifaz, El Hombre de Piedra, Roberto Alcázar y Pedrín, El Cachorro, F.B.I., El Terremoto, El Pequeño Luchador...

En otras ocasiones, retrocedíamos hasta Foncu en la calle que popularmente se llamaba Vidal, con sus dos escaparatitos de madera y cristal adosados a la pared de la calle como guardando escolta en cada puerta, a la que se accedía subiendo dos escalones, si no se me emborrona la memoria ahora mismo. Eran tiempos felices para esos niños que no tenían otra preocupación que bajar a toda prisa la escalera del Centro, al salir de las clases de la planta alta y, como un disparo certero, buscar las novedades de los tebeos, que la literaria cursilería anglófila de los poetas Novísimos llamaron después comics


Los tebeos, paralelos a los Cuentos de Hadas, como los de la colección Azucena, para las niñas, fueron para muchos un primer peldaño para acceder a los libros. Se dice con frecuencia que en Andalucía, la patria primigenia de los Séneca y Lucano proyectados hacia Roma y la de Juan de Mena y Góngora, grandes recreadores del léxico de la lengua española, se lee poco con respecto a las comunidades más a la cabeza en este menester cultural. Tal vez sea cierto. Sin embargo, las Ferias se esfuerzan en sacar el libro de las librerías y ponérselo ante los ojos al transeúnte que no suele pisar un comercio donde se vende libros. La decisión depende ya de cada uno. Pero, como por aquí abajo somos muy dados a criticar a las instituciones acusándolas de que no hacen nada, es buen momento éste para recordar que la afición a la lectura es una iniciativa de exclusivo arranque del ciudadano.

Podríamos llenar de citas el artículo haciendo propaganda de los beneficios del placer -y el deber en una sociedad democrática- de leer, pero voy a resumir en una décima, publicada en la Feria de 1993, en San Fernando Información, lo que el libro significa, expresado con asequible sencillez:





Lector: el libro es ventana
para asomarte a la historia,
y él es también la memoria
que va de ayer a mañana.
Su palabra nunca es vana
y de la idea es partera,
de ignorancia te libera
y tu soledad divierte.
Puede mejorar tu suerte
y, siempre amigo, te espera.


 
2. EL AUTO SACRAMENTAL

Sabemos que el auto sacramental es un género dramático típico de la España Imperial. Deriva de las formas del teatro litúrgico y sacro de la Edad Media. Resumiendo la definición, podemos decir que el auto sacramental es una obra dramática, en un acto, de sentido alegórico, y referente al misterio de la Eucaristía. Se representó en las fiestas del Corpus Christi y fue una forma de la expresión católica de la fe, frente a las innovaciones de la reforma luterana. Es, por tanto, a partir de esta época cuando tiene una presencia viva entre los creyentes de la catolicidad. Dejando atrás múltiples pormenores, continúo diciendo que fue Carlos III quien decretó su prohibición allá por el 1765, época en la que los autos arrastraban una vida lánguida y decadente.
A pesar de que la exaltación de la Eucaristía era el tema central, otros motivos enriquecieron también la nómina de los autos -Sagrada Cena, vida de santos, episodios del Antiguo Testamento, parábolas evangélicas, sucesos históricos, incluso asuntos sacados de la mitología.
Era la alegoría el principal recurso con el que se conseguía abundantes personificaciones, además de la plasticidad y los elementos escénicos complementarios; de este modo el pueblo llano y en escenario montado ex profeso, al aire libre y en pleno día, captaba las abstracciones, las ideas puras que aquellos juegos alegóricos encarnaban -el Eterno, el Hombre, la Fe, la Gracia, la Esperanza, el Pecado, la Virtud, el Vicio, la Culpa, etc.-; así pues, este medio didáctico de hacer comprender las esencias religiosas cobraba una fuerza considerable.


Pero vayamos a lo que motiva este artículo. La celebración de la Eucaristía era con estas representaciones una apoteosis que calaba en la sociedad y por esta misma exaltación el sacramento se hacía más presente, se imponía como cumbre de la vida cristiana, afirmando a su vez el dogma de la Transustanciación, puesto en peligro por aquellos días con la efervescencia luterana en Europa y en puntos clandestinos del imperio que regentaban los Austrias. Los románticos reivindicaron la importancia y la belleza del auto sacramental, y en nuestros días es particularmente estimado, incluso se utiliza su estructura teatral para representar otros problemas de carácter laico y relacionados con la problemática del mundo actual.

Pero el verdadero auto sacramental, como lo dice su denominación, habrá que buscarlo siempre en las postrimerías del siglo de oro, y concretamente en Calderón de la Barca. Gran actualidad la del auto, porque encierra verdades que no pasarán de moda, ya que afectan a la vida humana mientras que ésta sea lo que hoy es. Oigámosle: "No olvides que es comedia nuestra vida /y teatro de farsa el mundo todo/, y que todos en él somos farsantes/; acuérdate, que Dios, de esta comedia/ de argumento tan grande y tan difuso/ es autor que la hizo y la compuso".
Quizá no estemos de acuerdo con que Dios sea el que manipula como quiere a los personajes; eso sería un determinismo teológico peligroso para quien así lo creyese, ya que Dios sería responsable de los males que acontecen en la tierra. Sin embargo, los temas de que tratan los Autos siguen siendo de ahora, si personificásemos las ideas que mueven al hombre, aunque actualmente otras ideas contemporáneas como la Angustia, que pusieron de moda los existencialistas, la Incertidumbre, la Frivolidad, el Agnoticismo, la Prisa, el Consumo, también el Miedo (al terrorismo), etc., puedan convivir con las ideas vivientes de Calderón.


3. ANTONIO MACHADO

En Antonio Machado, como en todos los poetas herederos del romanticismo, el paisaje está presente. El paisajismo sirve de marco a los sentimientos y a las reflexiones del escritor. Hoy, en que el paisajismo no aparece como protagonista en el poema, sino que ha desaparecido considerado ya injustamente como anacrónico, o como pretexto y recurso de principiante y de poeta de segunda y tercera fila, nos alegra encontramos con unos versos como estos:


La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda".


Machado canta esta floreciente estación como otros poetas lo han hecho, y la ponderación mía se debe a que en él, un tema tan tópico y manoseado, adquiere frescura y puesta al día en lo que a presentación lingüística se refiere.


Tratándose de un poeta enormemente topográfico y descriptivo, la naturaleza en todos sus aspectos abunda en su poesía. Pero no por el hecho fruitivo de la descripción como motivo central, sino que en ella connota, o sea, añade como vivencia personal, una porción de su experiencia de hombre:

Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera...".

En efecto, el amor, la nostalgia o la exaltación -"¡Primavera soriana, primavera!"- condicionan la presencia de ese estallido de yemas, corolas, verdes desnudos, aire fresco y transeúnte por ramas y tallos. Abril es el mes que se repite con frecuencia en las citas primaverales del poeta, siempre mencionado con sus atributos más característicos. "Abril florecía / frente a mi ventana." "Son de abril las aguas. / Sopla el viento achubascado, / y entre nublado y nublado / hay trozos de cielo añil". "Era una mañana / y abril sonreía". "Abril sonreía; yo abrí la ventana / de mi casa al viento... / El viento traía / perfume de rosas, / doblar de campanas...".

Antonio Machado, al contrario que Juan Ramón Jiménez, no experimenta depresión y borrosa melancolía ante ese fenómeno de explosión floral y azules todavía titubeantes. Es curioso detectar en él una poesía meditadora, que contempla la vida y la naturaleza con ciertas conclusiones filosóficas, y por encima de esa gravedad, como si tratara de un palimpsesto, otra poesía que se rejuvenece con la observación, digo mejor, con el estupor admirativo ante los elementos naturales y el amor. Sin embargo, no es Machado un poeta exclusivamente paisajista ni pensativo a raíz de analogías entre sus ideas y el paisajismo. Leyendo sus proverbios, vemos en él un poeta filosófico, sin la acritud de Quevedo ni el culturalismo de Borges. Su filosofía, representada a veces por Mairena y Abel Martín, arranca de la vida misma.
Doy mucha importancia a esta consideración que he hecho. Ciertamente, la primavera en este gran poeta noventayochista no aparece, repito, como un adorno o un pretexto del que abusaron otros, sino que cuando el poeta admira, lo hace con una llamada de la soledad (gran constante en la poesía machadiana), con un instinto de celebración y con ánimo de espera incansable.
No en vano, ante el olmo seco y hendido por el rayo, y en el colmo de la identificación con el renacimiento anual de la tierra, Machado esperaba con su corazón abierto a la luz y a la vida, "otro milagro de la primavera".



4. EL MOROSO PLACER DE NARRAR


Azorín supuso en la literatura española de a principios del siglo XX una lenta y silenciosa revolución. Aparte de sus extravagancias para irritar al buen burgués -se cita el ejemplo de que se paseaba por Madrid en sus años jóvenes con un paraguas rojo-, su prosa, tan distinta de la de Baroja, con quien y junto a Maeztu forma la célula primaria del 98, llamó la atención por su tendencia a la desnudez de retórica inútil, su lucha por la sencillez rayana a veces en lo simple, hasta constituir un "estilo". Decir estilo azoriniano es evocar la oración gramatical en sus elementos constitutivos básicos, como una huida de las oraciones abarrocadas.

Aludíamos antes a Baroja como prosista alejado de la simplicidad de Azorín, pero no por ello opuesto a su compañero de generación. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de Unamuno y Ortega, tan diferentes tanto en el pensamiento como en la expresión. Prolijo y paradójico el primero; preciso y elegante el segundo. ¿Para qué todo esto?, se preguntará el lector. Sencillamente para reflexionar en torno al delicioso placer de contar, se fabule o no.
¿A quién no le gusta escribir? En colegios e institutos está el semillero de esta afición que puede ayudar a futuros hombres y mujeres a ponerse delante de una pagina y contar, aunque sea a ellos mismos, sus experiencias o sus fantasías, como si se tratara de un apasionante monólogo. La lengua es ese momento un amigo que nos traduce nuestros pensamientos, nos libera de tensiones interiores como ya vieron los psicoanalistas, de tal manera que a principios del siglo XX surgió el concepto de la literatura y el arte como catarsis -purificación de las emociones del ánimo- como desahogo del subconsciente de cada uno, tópico aristotélico que utilizaron los vanguardistas del surrealismo con el fin de "changer la vie"-cambiar la vida-, en expresión de Bréton, máximo teorizador del surrealismo francés.
La lengua materna, a la que estamos unidos umbilicalmente como una relación directa y continua entre nuestras vivencias y la palabra, es nuestro mejor instrumento para entender las categorías de nuestra existencia. La vida sin lengua, aunque existan otros muchos lenguajes, hubiera sido imposible, al menos en la forma en que la concebimos hoy. Así pues, instar al amor a la lengua en los centros docentes es, además de una obligación, una oportunidad para que los que estudian la amen más y la utilicen como deporte mental. Si los alumnos conocen básicamente su lengua y se aficionan a la lectura, tendremos hablantes, como se dice en lingüística, que se sentirán unidos a su medio de expresión verbal para emplearlo por escrito como un espejo de su propio conocimiento.
Para tal menester tenemos autores en nuestra literatura que pueden ayudarnos a querer más a nuestro tesoro verbal. Si he citado al principio a Azorín es porque su lectura, además de deliciosa, es instructiva. Su prosa sin complicaciones tiene un atractivo que le quita rigor al texto y temor a los lectores.
Un aficionado a coquetear con la escritura académica se sentirá animado con la morosidad descriptiva de Azorín a iniciar esa aventura para la que se requiere nada más que convertirse durante un rato en caviloso Robinson en una tranquila y efímera isla de papel.


5. RIGOR Y LIBERTAD EN LA PALABRA POÉTICA


Dos exponentes métricos muy recurridos son el romance como estrofa tradicional y el soneto como composición empleada en todas las épocas, a partir del Renacimiento.
Con el modernismo se pone de moda el verso alejandrino, formado por dos hemistiquios de siete sílabas. Se abre paso y se convierte en el metro más empleado desde entonces. El romance es un buen ejercicio de aprendizaje, como el alejandrino en el arte mayor. Ambos tienen sobre el endecasílabo esa ventaja de ser más pegadizos al oído.

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja:
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera, como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso,
pero con distinta agua.
ÇRío Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
                Gerardo Diego



Te recuerdo como eras en el último otoño.
Eras la boina gris y el corazón en calma.
En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo.
Y las hojas caían en el agua de tu alma.
Apegada a mis brazos como una enredadera,
las hojas recogían tu voz lenta y en calma.
Hoguera de estupor en que mi sed ardía.
Dulce jacinto azul torcido sobre mi alma.
Siento viajar tus ojos y es distante el otoño:
boina gris, voz de pájaro y corazón de casa
hacia donde emigraban mis profundos anhelos
y caían mis besos alegres como brasas. 


                               Pablo Neruda 
 




La intención de citar estas dos formas métricas es la de contraponer dos maneras de manifestar el pensamiento en carriles versales. Por una parte, la estructura cerrada o semicerrada del romance, aunque éste sea una estrofa de números indeterminados de versos. Por otra, los versos alejandrinos, ya sean cuartetos o serventesios, porque su longitud da más juego y alcanzan esos versos un aire de libertad grata al autor si no riman, como en el caso de este fragmento de Pablo Neruda. Las formas métricas rigurosas tienen su cometido: alarde virtuosista, evocación de la época o de un autor determinado o bien el gusto por encerrar en ellas un pensamiento mínimo para aceptar el reto de la ejecutoria clásica.
Hoy, un poeta que tenga un dominio del lenguaje poético actual -libre de tópicos y frases más o menos manidas-, tendría éxito poniendo al día esas formas tradicionales, haciendo gala a su vez de una capacidad de síntesis admirable. Clásico por la forma y moderno por el lenguaje. El mármol podría hacerse eterno con la palabra en el tiempo.
No sabemos lo que diría don Antonio Machado.




6. IMPORTANCIA DE LAS FIGURAS LITERARIAS


La tradición literaria ha mantenido siempre la importancia del papel que tienen las figuras literarias en una obra. Como esa cualidad no se improvisa, a menos que el autor sea un genio al que le brotan tales figuras adecuadamente, el estudio se hace necesario. Tanto la poesía arábigo-andaluza como la escandinava -por poner un ejemplo de literaturas antípodas geográficas- hacen gala del símil, la metáfora y la personificación de la naturaleza y los objetos como caballos de batalla de su expresión.
En el primer caso tenemos a Borges en su obra Literaturas escandinavas y en el segundo a Emilio García-Gómez en su Poesía arábigoandaluza. Tanto unos poetas como otros se lucen metafóricamente como si se buscara deliberadamente esas dos figuras como únicos protagonistas del texto literario. Pongamos un caso de poesía que se apoya exclusivamente en la comparación:
“Si es el blanco el color de los vestidos de luto en al-Andalus, cosa justa es. ¿No me ves a mí, que me he vestido con el blanco de mis canas, porque estoy de luto por la juventud?”

En nuestra literatura las dos tropos mencionados y las otras figuras, o sea, las de dicción y las de pensamiento suelen entremeterse en el texto como coadyuvantes del conjunto, no como elementos que pretendan un especial protagonismo. Es cierto, como nos demuestra García Lorca en su estudio La imagen poética de Góngora, que este autor utiliza las figuras con verdadero entusiasmo y las hace instrumentos permanentes de su poesía culta. Si no véase las Soledades y el Polifemo. Pero lo normal, como nos demuestra el Renacimiento, es que sea el contenido lo más importante del texto y que la estructura lingüístico-estilística sea nada más que una cobertura que sirve a la mejor comunicación de sus ideas.
Pongamos ahora un ejemplo de Garcilaso para demostrar que el equilibrio entre fondo y forma, como se dice tópicamente a la hora de hablar de los estilos, es posible y ambos constituyentes se ayudan para un feliz fin:


En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto (semblante),
y que vuestro mirar ardiente, honesto
con clara luz la tempestad (la pasión) serena:
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena.
Coged de vuestra alegre primavera (la juventud)
el dulce fruto (el amor) antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre (la cabeza).
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hallar mudanza en su costumbre.



Obsérvese la función del adjetivo epíteto, que no califica, sino que describe lo permanente del sustantivo: “alegre primavera”, “edad ligera”. Los demás adjetivos califican, o sea, señalan determinados aspectos del nombre.
Otra figura interesante es la gradación descendente del verso 8, así como la personificación en: “Marchitará la rosa el viento helado”; también “tiempo airado”.

La función metafórica está presente en: de rosa y azucena; que en la vena del oro se escogió; la hermosa cumbre.
Las figuras clásicas mantuvieron su vigencia hasta el final del realismo, pasado ya el siglo XIX. A partir del simbolismo, la poesía busca otros rumbos estilísticos y ese impulso llevará progresivamente a las técnicas revolucionarias. Entonces el surrealismo hace su aparición, condena los procedimientos estéticos anteriores y hace incursión en un intento de creación personal más allá de todo orden objetivo. Remito al lector a "La deshumanización del arte" de Ortega y Gasset.




7. ¡ANÍMESE A ESCRIBIR!


No tema el lector sensato: con este artículo no pretendo ensanchar la nómina de los escritores de la Isla (o de los escribidores, como dijo una vez Francisco Carrillo, nuestro paisano, autor de Por los siglos de los siglos. No sugiero en absoluto que se mida la literatura por la relación de escritores y metros cuadrados de la ciudad. Lo que aquí propugno es nada más que una excursión modesta y sin anhelos de gloria por el papel.
En Francia, que ha sido desde la Edad Media la tierra de las Letras, mucha gente escribe por el sencillo placer de entretenerse. No hay nada más exultante y relajador en la creatividad que volcar en una cuartilla (o en el ordenador, da lo mismo) unas opiniones o unos sentimientos. Se trata de dialogar consigo. Lo escrito no tiene por qué ser una acta notarial de ese monólogo. Sería un esbozo de autorretrato con gratificación de fondo por aquello de que nos hemos desahogado. 
Los primeros psicoanalistas recomendaban a sus pacientes que escribiesen mucho como una medida de alivio a sus tensiones profundas y guardaran lo escrito para leerlo tiempo después. El resultado era que se lograba una especie de curación de los problemas inconfesables. Con un poco de valentía, el paciente lograba desenmascarar su propio subconsciente y lo liberaba de aprehensiones, muchas de ellas estúpidas y procedentes de falsos complejos. Era y es un sacrificio muy rentable, por lo visto. Muy rentable psicológicamente hablando. Con ello el individuo consigue descorrer una cortina que no le permitía ver la realidad como es. En el mejor de los casos, escribir puede significar un ameno cultivo de las propias impresiones. Un recreo en vivencias que nos acompañan y que deseamos fijar a manera de triunfo sobre otros recuerdos desagradables.
En el artículo anterior destacábamos la importancia que tiene incentivar el talento de niños y jóvenes en colegios e institutos. Con el hecho de escribir también se beneficia el hablante que somos. En la enseñanza de la Literatura, a los alumnos se les puede impartir clases de esta disciplina insistiéndoles en que el estudio de los textos les ayuda a dominar mejor la lengua tanto por escrito como por el uso oral. Ese dominio entre la corrección gramatical y la riqueza de vocabulario les ayudará en los exámenes de otras asignaturas y también en oposiciones y entrevistas laborales. La lengua sería entonces una matemática de nuestros conceptos. Pensamos y expresamos lo pensado insertándolo en el continuo fónico de una palabra, como se dice en Lingüística. La importancia del cambio de un fonema (por ejemplo: lodo/codo), o bien de una tilde (lástima/lastima) es decisivo. Hasta este punto tiene capital interés el ejercicio de la lengua.

Pues bien, estas reflexiones no tienen otra finalidad que la de exponer sencillamente lo divertido que es aficionarse al manejo del idioma, cualquiera que sea la intención del hablante. No vamos a entrar en los argumentos que emplean los lingüistas más eruditos. Nuestro propósito es más llano y utilitario. Aconsejamos que la gente le pierda el miedo a sentarse delante de una cuartilla. Escriba usted desde su intimidad a la expresión escrita aquello que más le obsesiona. Es una buena terapia. Ser escritor es una ambición más compleja y poco recomendable, si no se está preparado para una guerra sorda de indiferencias calculadas y menosprecios resentidos por parte de los mismos "escritores", sean locales o no.


Usted escriba lo que le dé su imperial gana y léalo tiempo después. Entonces se dará cuenta de las muchas tonterías que escribimos y que antes pensamos. Pero mientras esas tonterías queden en casa o permanezcan a buen resguardo en un cajón, no pasará nada. Lo malo es cuando se da a la luz y el escritor se expone a una crítica censurable. Claro, que si se escribe en determinadas latitudes, pasará desapercibido, ya que la gente de esas latitudes en cuestión es poco aficionada a leer.



8. LUIS CERNUDA Y LA MELANCOLÍA

Como sabemos, Luis Cernuda, sevillano (1902-1963), perteneció a la Generación del 27. Hoy día es junto a Antonio Machado y Miguel Hernández, el poeta que más ha influido en las nuevas promociones. Con motivo de su primer centenario, se le han dedicado numerosos homenajes en toda España, pero especialmente en su Comunidad andaluza, en la que la Junta ha editado una pequeña antología como texto de divulgación, muy en concreto para los colegios e institutos. Cernuda ha sido también poeta de gran influjo en los poetas del grupo cordobés Cántico, como Juan Ramón Jiménez. Por esta misma vía, los poetas Novísimos y los posteriores a éstos lo han recuperado como de un ostracismo literario. Bajo el título La realidad y el deseo, se recoge todos los poemarios publicados hasta 1936. A éstos se añadirán otros hasta su muerte. Escribió, además, un precioso libro en prosa titulado Ocnos, que algunos críticos consideran hermano menor de Platero.

Hay en su poesía dos temas permanentes: la soledad y el amor, si bien el primero podríamos desdoblarlo en el exilio y la soledad propia de un hombre que por unas circunstanciales personales de "inadaptación social" se siente marginado. Por lo tanto, el amor, su otro tema constante, está implicado en el anterior de una forma especial.

El exilio es ya una poderosa razón para que la tristeza ponga unos tonos morados y suaves en sus versos. Cernuda jamás renunció a ser español, a pesar de que tuviese dificultades en la comprensión y en la amistad con españoles respecto a la buena acogida de sus libros. "No me queréis -lo sé- y es que os molesta cuanto escribo..."

Cernuda había heredado del romanticismo becqueriano una rebeldía contra la realidad, detalles éste que no se repite en sus compañeros de generación con la misma fuerza con que se da en él. Donde habite el olvido es precisamente un título tomado de un verso de una rima (por cierto, profunda y de tono trágico) de su paisano Gustavo Adolfo, cuya delicadeza y contención están presentes en gran parte de la obra de este poeta emigrado, como otros tantos, a raíz de nuestra guerra civil. La presencia de la naturaleza es continua, tal como en su magnífico poema "Violetas" o en "Pájaro muerto", por citar dos muestras antológicas de su poesía.

Pero al hablar de la melancolía de un poeta, se dirá que ese rasgo es común en los poetas y que esta observación mía no tiene apenas novedad y es por ello innecesaria. Sin embargo, leyendo la obra cernudiana nos sobrecoge el tono alicaído de su verso, invitándonos a una reflexión, porque se trata del drama de un hombre condenado al aislamiento: "En medio de la multitud le vi pasar con sus ojos tan rubios como su cabellera... / Una mujer se arrodilló a su paso... / Me pesaba la vida como un remordimiento: quise arrojarle de mí. / Mas era imposible porque estaba muerto y andaba entre los muertos."

Ahora bien, no se piense que la herida que sangra en la poesía de Cernuda está provocada por su problemática íntima. Hay en él una motivación persistente que es la evocación de su tierra natal, la región que le enriqueció su retina de una policromía inolvidable: "Quizá mis ojos no vean más el Sur /de ligeros paisajes dormidos en el aire... /En el Sur, tan distante, quiero estar confundido. /La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta..."

Tanto por su insatisfacción amorosa como por su añoranza, la melancolía de Cernuda es sincera y legítima, cosa difícil en la poesía, aunque parezca lo más corriente.




 

9. MI PRIMERA IMAGEN DE RAFAEL ALBERTI


Imagen primera de... es una obra del insigne poeta portuense, como todos sabemos. Mi primera imagen de Alberti, allá por los diecitantos años, es la de un poeta envuelto en un halo de mito, como Lorca o Miguel Hernández. Me llegó este primer conocimiento por medio de la célebre antología de Gerardo Diego Poesía española contemporánea, que me prestó la poeta jerezana Pilar Paz Pasamar en la primera visita que le hice a su casa en Cádiz, en la calle Brasil, número 8, muy cerca de la playa, en septiembre de 1963.
En esas páginas descubrí la atmósfera de la poesía de Rafael Alberti; por cierto, una atmósfera luminosa en la que los blancos y los azules me sedujeron como guiños que me han acompañados siempre. Pero esta influencia no tenia nada de sorprendente: el paisaje era familiar y los versos del poeta no hacían otra cosa que traer a un plano lingüístico unos referentes casi pictóricos, pues la poesía inicial del poeta es un «testimonio» de su experiencia inmediata, los sentidos como receptáculos primitivos de esa invasión sensorial. La afición por la pintura no se queda en el papel o en el lienzo, sino que se metamorfosea en la comunicación con otros signos más convencionales, pero no por ello menos representativos y eficaces.
Miguel Posada, crítico literario, declaró en TV el día del fallecimiento del poeta, que había una primera etapa en la obra de Alberti en la que a la autenticidad se sumaba una alta calidad. Personalmente yo hubiese manifestado la misma opinión, si bien es cierto, como añadía el critico aludido, que en otras etapas posteriores había que contar otras obras relevantes como Sobre los ángeles, Baladas y canciones del Paraná y Retornos de lo vivo lejano.

La primera de las obras mencionadas, estimo que no es precisamente la musa genuina de Alberti. Un hombre nacido y criado en la luz de la bahía no se presta al juego de abstracción que es, en definitiva, el superrealismo o cualquiera de las manifestaciones de las vanguardias.
Al Alberti espontáneo y luminoso hay que buscarlo en sus primeros libros y en otro que considero escrito con toda la nostalgia de sus años en largo y duro exilio: Retornos de lo vivo lejano.

Ahora bien, no voy a entrar en una reseña -que sería, por supuesto- subjetiva y obedecería a móviles entrañablemente impresionistas. Estas líneas solamente son deudoras de un recuerdo, uno de esos recuerdos que han sido vividos en una época en que la memoria poética aún está virgen y en ella se imprimen experiencias que luego serán determinantes en los modelos de futuras creaciones.
Así pues, el Alberti que yo degusté en la mencionada antología es muy variado; pero de esa variedad a mí me llegó el poeta que aún paladeaba el postmodernismo, por ejemplo, su soneto en versos alejandrinos: «A un capitán de navío», con cita de Charles Baudelaire y otro soneto, éste en endecasílabos: «A Rosa de Alberti, que tocaba, pensativa, el arpa.» Entre esta poesía, todavía clásica, y los «Tres recuerdos del cielo», en un delicado y evanescente superrealismo, había para mí un gran abismo, que en aquellos años yo no sabía salvar. Esa primera imagen del poeta portuense me llegaba con una sospechosa neblina de lejanías entre la política y la leyenda, como el enigma de la muerte de García Lorca, ya que en ningún manual de Literatura se decía que había sido asesinado.
Es la edad en que se saborean con fruición las primeras impresiones, hasta el punto de que nos sirven de faros orientativos en el lejano puerto del que un día partimos hacia los más prometedores rumbos literarios...





10. DESAFÍOS LITERARIOS


Siempre se ha considerado entre los lectores comunes que la poesía es únicamente la que trasmite un anhelo de belleza o expresión de sentimientos. Así es como, a decir verdad, se ha definido en numerosas ocasiones en las preceptivas de bachillerato, incluso también en obras que trataban de crítica literaria. A partir de la aparición de las vanguardias esas definiciones se hicieron discutibles. Se objetaba desde los nuevos movimientos que la poesía tradicional servía a unos gustos primeramente cortesanos y luego burgueses. La obra de Ortega y Gasset La deshumanización del arte, aparecida en la Revista de Occidente, donde también aparecieron tantas obras del mismo autor, explica las razones históricas y estéticas de esas vanguardias. Y lo que es más: se pretende convencer al lector de que tales tendencias no irrumpen porque se lo proponen unos escritores, sino debido a unas exigencias dimanadas de la propia literatura. A partir, pues, de la presencia de esas nuevas orientaciones, tenemos unas parcelas de cultivo literario que intentaron remozar viejos estilos agotados después de la Gran Guerra, como fue el modernismo, si bien, con la llamada Generación de 1914 -Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Gómez de la Serna, Pérez de Ayala, Américo Castro, el mismo Ortega, Marañón...- la cultura española tenía conciencia de que la renovación, tanto en el pensamiento (más conectado con Europa que los noventayochistas) como en las técnicas de escritura tomaban nuevos rumbos.


Pero nos salimos del tema que me ha llevado a este artículo y urge retomarlo con mucha precisión. Es cierto que lo anteriormente dicho vale para como respuesta a los desafíos literarios, pero lo que me interesa destacar aquí es la amplitud del campo poético como oferta a quienes desean, o más bien osan, ir más allá de una poesía "tradicional", tanto en la temática como en las formas métricas. En la primera el poeta siempre se ha sentido muy cómodo escribiendo sobre el amor, el paisaje pasado por el intimismo, los recuerdos, la melancolía y Dios. En cuanto a los procedimientos formales, se ha recurrido al soneto, a los versos libres o bien a los alejandrinos y endecasílabos -mezclados algunas veces con libres-. No se olvide que me refiero a la poesía de posguerra y, en concreto, a parte de la actual.
Después de la llegada de los llamados Novísimos, los motivos se han enriquecido y la línea "culturalista" ha sido muy cultivada. También coincide con la vanguardista, la "veneciana" y la neobarroca. Esto suponía la superación de la poesía social, que llenó dos décadas, codo a codo con la poesía del Grupo cordobés Cántico, verdadero esfuerzo por traer nuevos aires, desde Juan Ramón Jiménez y el Grupo del 27, a la poesía española Aun así, considero que la poesía más madura está en la crítica, la que satiriza con diplomacia y contención. Considero, pues, el epigrama ( recuérdense al latino-español Marcial y a Juvenal, así como a Quevedo) como la expresión más difícil por razones de concisión y brevedad. Así lo definía en el siglo XVIII Iriarte: "A la abeja semejante, / para que cause placer, / el epigrama ha de ser / pequeño, dulce y punzante".
Se podría aventurar que el cultivo del epigrama requiere unas dotes especiales (lo mismo en la métrica la ejecución de la sextina). Creo que más que habilidad, lo que se necesita es capacidad de síntesis y una visión de conjunto con miras a la consecución de un cierre eficaz, en este caso como en el soneto. Es, por lo tanto, un desafío literario que va más allá de lo que hoy ya podemos considerar puro convencionalismo poético, por las razones expuestas más arriba.


Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.


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