sábado, 31 de marzo de 2018

ARTÍCULOS LITERARIOS: LA BIBLIOTECA MUNICIPAL Y CASA DE LA CULTURA DE SAN FERNANDO (CÁDIZ)

ARTÍCULOS  PUBLICADOS EN EL SEMANARIO "MIRADOR DE SAN FERNANDO"  (1973-1988) Y EN EL DIARIO "SAN FERNANDO INFORMACIÓN" (1991-2006)

 

UN LUGAR PARA LEER
(Con motivo de la inauguración de la Biblioteca
Pública Municipal)

Piénsese lo que se quiera de la cultura; ella es un medio nada más, un medio que a cierta altura le cuesta muy cara al estudiante, pero es también una promesa de cimentación de la personalidad.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo se incrementa el caudal de la cultura merced a los acontecimientos que acaecen, nuevos descubrimientos que simplifican las formas de vida y enriquecen la técnica y la ciencia, nuevas creaciones que hacen más extenso el campo de la psicología y el arte.

Si retrocedemos en la Historia, nos encontramos con que los pueblos invasores han adoptado los sistemas de cultura y conocimiento de los vencidos, y no por afán de saber, sino porque es una forma de dominar la realidad y conocerse mejor el hombre.
Cuando se habla de lecturas, de libros en masa, se piensa en una biblioteca, en una librería. ¿Es una biblioteca un sitio ideal para leer? Indudablemente me estoy refiriendo a una biblioteca pública. ¿Qué ventaja proporciona leer en una biblioteca? En ellas -pensarán algunos- el saber está amontonado, colectivizado, bizantinizado en los estantes, algo así como un museo de variedades tipográficas, nombres y títulos de obras.
El ambiente tranquilo, limpio y silencioso de una biblioteca invita a sentarse y tomar un libro, hojearlo y detenerse en una página que atraiga la mirada y le incite los tentáculos espirituales de la curiosidad. Se despierta la gula de la lectura, un pecado que sólo se perdona con leer un libro que entretenga o enseñe. En la lectura nos encontramos a nosotros mismos, nos entendemos mejor en ese acercamiento a nuestra intimidad, en esa interpretación de nuestro gusto y de nuestra capacidad de entender lo que nos decanta el libro como desafío bienhechor.

Todas esas condiciones favorables y esos resultados positivos se pueden dar -se darán, habría que afirmar- en la nueva biblioteca que se está organizando actualmente y que en su día abrirá las puertas para que el aficionado a la lectura prodigue su interés hacia ese mundo callado que espera siempre a quienes necesitan o desean establecer con los libros unos lazos de amistad que nunca sufrirán del enojo de la traición. Creará esta nueva biblioteca hábitos fecundos de esparcimiento e información. Los jóvenes, sobre todo, tienen a su alcance un rico filón de conocimientos que les hará hombres y mujeres más valiosos y útiles. Pero más que nada, y eso es lo más importante, más felices.

"MIRADOR DE SAN FERNANDO", junio de l973


 



25 AÑOS DESPUÉS

Veinticinco años después de escrito el artículo anterior, tengo la alegría de celebrar, como un feliz añadido a lo dicho arriba, esta efemérides auténtica: la vigencia de una biblioteca que ha sido consultada por tantos isleños, sobre todo niños y jóvenes.

Es cierto que las autoridades municipales han de velar por la formación de los ciudadanos. Pero en este caso, además de las convocatorias para premiar novela y poesía, así como su interés en difundir programas culturales por los barrios de la Isla de San Fernando, la Delegación competente ha tenido un cariño innegable por esa biblioteca. Sabe muy bien que tanto ella como el salón de actos y la sala de exposiciones son señas ya incardinadas en las almas de muchísimos isleños. Recuerdo que en sus primeros tiempos, con ese pesimismo que en nuestra tierra se ha calificado todo de apático, no se miraba a esta institución con augurios de porvenir. Han sido los años y quienes la han mantenido laboriosa y bullidora los que han hecho posible y tangible esta maravillosa y prometedora realidad, de la que no sería conveniente prescindir.

En el artículo anterior, publicado con motivo de su apertura, quizá con un entusiasmado humanismo de juventud, acerca de las posibilidades de que disponía entonces el lector. Hoy, veinticinco años después, quisiera repetir algunas de aquellas líneas. Quisiera repetirlas porque estoy convencido de que la cultura libera; que una ciudad, aparte de sus fiestas populares, ha de enriquecerse para que la cultura le dé más recursos humanos y sea más solidaria, más exigente en los planteamientos de su desarrollo y más feliz. En efecto, la cultura nos libera de nuestras vulgaridades, de nuestra ignorancia y de los fantasmas del pasado; en nuestro caso, unos viejos fantasmas que, recelosos en la ultratumba, tal vez aprendan de nosotros el arte difícil de la convivencia.

"San Fernando Información", junio de l998


 



LA BIBLIOTECA DE LA CALLE GRAVINA DE SAN FERNANDO (CÁDIZ)



El 31 de mayo hizo treinta años que se inauguró el Centro Cultural. con la biblioteca aneja a sus dependencias, construido donde estuvo el Colegio de los Moros. Se abrió al público el lunes 4 de junio de 1973. Ciertamente fue la biblioteca la que puso en movimiento esta entidad cultural. Ya, desde su primeros días, la asistencia de público era masiva y no solamente esa concurrencia la componía niños y jóvenes, sino también hombres y mujeres que se interesaron por su fondo de lecturas; rápidamente, como un virus de entusiasmo, proliferaron los carnés tanto de lectores en sala como a domicilio; gentes que no se acostumbraban a leer y pasaban por la puerta, al enterarse de la novedad de la nueva institución, bajaban tímidamente y cruzaban el dintel de la biblioteca con vacilación y no poco asombro, con una lenta mirada curiosa, y acababan su informal visita con una larga sonrisa de pláceme afirmador, deseando mucho éxito al recién nacido organismo. Pero las actividades por la que empezó a popularizarse como Casa de la Cultura no concluían en la biblioteca (con cuya labor estaba ya justificaba la existencia del inmueble), sino que a partir de entonces los asuntos culturales y sociales se sucedían casi diariamente en su salón de actos, así como las exposiciones de arte, sobre todo de pintura, que se montaban de continuo en el vestíbulo.

Naturalmente la Casa de la Cultura no funcionaba por medio de un robot japonés; la Casa de la Cultura estaba en manos de un hombre muy conocido en La Isla, al que se le reconocía no pocos desvelos por la cultura isleña; la Casa de la Cultura, en todos sus accesorios, estaba confiada a la dirección de Pepe González Barba, y aquella dirección era más bien cariño, dedicación minuciosa y detallista. Él puso los letreros a las dependencias, diseñó los indicadores para sustituir el vacío que dejaba el libro requerido en la amplia sala de lectura; incrementó el patrimonio de libros con adquisiciones a costa del presupuesto de aquellos días zarandeados por la crisis del petróleo.
Decir la Casa de la Cultura era aludir, nombrar, conocer a Pepe González Barba; nunca hizo de regente de la entidad con aparato y distancia; todo lo contrario: desde los conserjes con uniforme y unción municipalesca, pasando por los trabajadores del ayuntamiento que venían a llevar a cabo una reparación, sin olvidarme de las jovencitas que cumplían allí lo que entonces era el servicio social femenino, veían en él a un hombre afable y celoso del funcionamiento de la institución. Ni tampoco me olvido de representantes de tertulias y peñas que subían a su despacho, en el que Pepe atendía y dirigía las funciones del patronato ayudado por su secretaria Mari Carmen Pavón. En  fín, todo el mundo veía en Pepe un amigo, un hombre sumamente accesible que dejaba en sus interlocutores una huella de amabilidad y buen hacer.

La inauguración tuvo lugar el día 30 de mayo de 1973, viernes, al mediodía. En la planta de arriba se celebró el nacimiento de este edificio, donde antes estuvo el llamado Colegio de los Moros, como dijimos antes, con un ágape y con la presencia de doña Ernestina Cazenave, su secretaria María Dolores, el alcalde a la sazón Rafael Barceló y algunos funcionarios municipales, Mariló, mi compañera de trabajo, y el guarda-representante de la empresa constructora del edificio, José, además del que esto suscribe.

Después de aquel dos de junio en que el público isleño pisó el suelo de la biblioteca, la utilidad de este centro, noble en su contenido más que en su aspecto continente, ha sido ratificada por la demanda de los concurrentes, de tal manera que su existencia y su necesidad están incardinadas en las almas de los ciudadanos.
Pero esta afortunada criatura que vive entre la calle Gravina y la de Churruca y hoy goza de estupenda y ejemplar juventud, fue un sueño que retaba a las dificultades, un proyecto que dio sus primeros pasos con no pocos balbuceos; por ello mismo, hemos de agradecer a los que la apoyaron en sus comienzos, su confianza contra viento y marea, y honra es recordar como prólogo de aquel alumbramiento a la realidad social a las autoridades que mencionamos antes como propulsores de tan interesante acontecimiento en La Isla de entonces.
Hoy, treinta años después, la rememoración de este hecho cultural en La Isla ha de tener el brillo de una efemérides, un brillo que no se apagará en la memoria ciudadana.

San Fernando Información, 5 de junio de 2003





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