viernes, 9 de marzo de 2018

RESEÑAS DE LIBROS: DESDE LA HIERBA, DE MANUEL AVEZUELA

 

Esta reseña fue editada en la Revista Arena y Cal de San Fernando -Cádiz-, WEB de Alfonso Estudillo Calderón, en junio de 2011, número 183


Hacer la reseña de un libro que gusta es un placer inexcusable; más todavía cuando se trata de un autor a quien se conoce y cuya humanidad ya es un aval valioso para creer en el contenido del libro en cuestión. Ahora bien, si además el autor es isleño y sentimos por ello la connotación de su obra, el entusiasmo del reseñista se crece y es entonces agradecimiento y gratitud, más que oficio y colaboración.

Desde la hierba es un libro de poemas editado en las Ediciones Abril de Caracas (Venezuela) hace cuarenta y siete años. Su autor: un isleño llamado Manuel Avezuela, nacido en 1926, que vivió de niño en la calle general Valdés y que hoy reside en Nueva York, disfrutando una jubilación, que en ocasiones alterna con Madrid y La Isla.

Recuerdo que en 1964, una tarde de a finales de septiembre, en el patio de los Hermanitos Real, José Luis Tejada presentó este libro, recuperado hoy de entre tantos otros libros que duermen su glorioso sueño de enmohecida y ya húmeda gloria.

El libro es breve -como casi todos los libros de poesía, 53 páginas-pero jugoso. Nos ofrece tres partes bien diferenciadas. En la primera «Madrugada interior- se abre con una dedicatoria a su padre en el gesto conmemorador de partir el pan en la mesa. Todo este apartado está transido de humildad, de visión contemplativa de la vida con Dios al fondo, nunca exaltado, pero siempre aludido: “Amanece, y ya esperas,/ callado siempre, serenamente / ingrávido y de oro. / En el rocío estás multiplicado / y entero en cada hoja, en cada / hierba que te comulga/sobre su verde lengua diminuta”.

El agua, las salinas “Candelero de pitas/ horizonte de fuego. / Limones en el agua / quieta de los esteros. /Y un cielo blanco y malva / cuadriculado en ellos”, “el aire puro y el tiempo evaporado”, las vidas pequeñísimas de los insectos, la cal, los jaramagos, el sol y las jazmines, la campiña y las vides aparecen difuminados en su verso, en cierto modo, escueto y sin excesos barrocos.

En la segunda sección “Seis textos españoles” el autor nos expresa su malestar ante la influencia todopoderosa del mundo anglo-yanqui sobre Occidente (recuérdese que el libro está escrito en plena guerra fría) y el atraso de España, a su modo de ver: “Se necesita ser demasiado rostro pálido /para creer que el mundo tiene por eje a U.S.A. /, y Europa vale sólo treinta y tantas monedas”. El dolor del poeta sensibilizado ante las realidades que le rodean está bien reflejado en los versos de este apartado en el que el “Llanto y elegía por un pueblo” podría ser una buena muestra de la poesía social que por aquellos años daba sus coletazos finales. Dios, que era un tema obsesivo en la poesía española de aquella época, no aparece, sin embargo, aquí con los trazos convencionales de entonces, sino que su preocupación está minimizada y embellecida en un verso desnudo y necesario: “Señor, llorar es bueno /: se llora porque se ama /, y nos hace profundos/el dolor que nos mata”.

Versos auténticos y sentenciosos (todo verdadero poeta es filósofo velado, no se olvide). El sentimiento de nobleza y tolerancia ante ese tema que irrita al poeta en ocasiones tiene, sin embargo, un predominio de lirismo exquisito que le da tono a la totalidad del libro. Pero un lirismo fino sin inútiles redundancias ni mimo del lastre. En “Salmo de invierno” hay una lejana resonancia de Antonio Machado cuando Manuel Avezuela expresa su amor a Castilla. En los alejandrinos blancos de “Entierro”, se reafirma la humildad que nos persigue a lo largo de la obra, descritos con un sabor modernista que me recuerda a Amado Nervo.

La tercera sección está compuesta de “Siete sonetos del Sur”, de factura clásica por su perfección y moderna por su flexibilidad. Sus títulos: “Bote”, “Poda”, “Gaviota”, “Pisa”, “Atardecer en la bodega”..., son bien expresivos de su destinatario: una nostalgia que llena el corazón del poeta y con cuyas referencias la unidad del libro queda consumada.

En cuanto al lenguaje, nos sorprende que Manuel Avezuela, alejado de las batallas literarias a través de revistas, conventículos de café y posiciones en la estrategia del mundo literario, posea un decir decantado de filigranas de marchamo andaluz sin tópicos. Su verso fluya imponiéndose por su sencillez al lector, tanto en los endecasílabos sobrios como en el arte menor minucioso y delicado. Una Isla refinada y sin lugares comunes se asoma por el trasfondo del libro, si bien con unos matices sureños generalizadores soñados desde Hispanoamérica, que enriquecen la atmósfera del poemario y, repito, le dan unidad entre lo que admira y lo que lamenta. Yo diría que Desde la hierba es un libro de poemas escritos por un andaluz en la América española desde la que siente nostalgia por el Sur y desde donde también siente la ira de la problemática social que le acredita como poeta y hombre de su tiempo. Una protesta no al uso más estridente de la poesía de los cincuenta-sesenta, sino elegante y al mismo tiempo humilde y bien hecho, o sea. desde lo esencial humano, desde la misma hierba.

Un libro que pide a voces una nueva edición para que sea conocido por los isleños. Un libro que nos quita el sinsabor producido por tanta poesía desmañada con ínfulas de genialidad, que no es enternecedora hierba sino orgulloso jaramago.





Postdata.-

Manuel Avezuela Calleja falleció en Madrid, el 6 de marzo de 2018, a la edad de 92 años.
Entre otras publicaciones, editó el libro de poesía reseñado y Jugándose la vida (2004)



















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