domingo, 25 de febrero de 2018

TRES ARTÍCULOS SOBRE RUBÉN DARÍO





EN EL CENTENARIO DE LA MUERTE DE RUBÉN DARÍO  (1916-2016)






En la Tertulia Rïo Arillo de Letras y Artes, fundada por Manuel Pérez-Casaux y Juan R. Mena en enero de 1995 y que se reunió semanalmente los lunes bajo la presidencia y dirección del escritor Alfonso Estudillo Calderón, evocamos la figura señera de la poesía hipano-americana de Rubén Darío, el insigne poeta nicaragüense que tanto amó a España.

Años antes de esta celebración tertuliana yo había comprado en la Feria del Libro de San Fernando una biografía de la vida del poeta de las Prosas profanas.

Se trataba de Rubén Darío, libro escrito por José María Vargas Vila, novelista, ensayista y periodista colombiano. Posiblemente se hayan escrito y editado muchas biografías sobre el gran poeta de Azul, pero también es cierto que la del colombiano es más directa que las demás, opino yo.  

En toda la semblanza que hace de él, Vargas Vila pone un cariño de amigo fraternal que sobrecoge por lo sincero de su narración, sin eludir mencionar algunos aspectos que son tan desconcertantes como humanos y que Vargas Vila narra con no poca tristeza; pero veamos un texto del dicho libro donde aparece una figura agradable de Rubén:

Darío venía a comer a veces conmigo al Hotel; amaba el espectáculo de los comedores radiosos, las mujeres en gran toilette, las mesas florecidas, todo ese tumulto elegante de las horas de las comidas en los Hoteles; eso encantaba sus ojos de Poeta, enamorados de las bellas decoraciones, como de los bellos paisajes y de los bellos rostros femeninos, que son de por sí, los más bellos paisajes de almas que puede ofrecernos la Naturaleza; y sucedió que la primera noche que comió conmigo, había en dos mesas distintas, dos opulentas familias argentinas la una y la otra peruana, compuestas casi exclusivamente de damas, bellas y elegantes, casi todas ellas en el esplendor de una divina juventud; sabedoras por un joven que nos había oido conversar en el salón momentos antes, de que aquel que me acompañaba a la mesa era el Gran Poeta, volvieron todas hacia él, sus bellos ojos admirativos, hechos tiernos...se lo hice notar y sonrió con esa sonrisa exclusivamente suya tan suave, tan triste, que era como un rayo de pena entre sus labios sensuales; bien pronto, las blancas manos femeniles, se agitaron en las mesas distantes; desaparecieron de los floreros las rosas pensativas, y los geranios pálidos; hubo cuchicheos y sonrisas, y traídas por dos camareros, en sendos ramos, las flores triunfales, primorosamente atadas, fueron ofrecidas al Poeta; homenaje de la Belleza al Genio. Dario, conmovido, se puso en pie, apretó las flores contra su corazón y se inclinó en un gesto de gratitud reverente, hacia las mesas lejanas..., el público supo así que el más grande Poeta de lengua hispana estaba entre nosotros...y aplaudió el homenaje...”.
Recordamos también homenajes dedicados a Rubén de poetas amigos y admiradores, entre otros  como el de los Machado y el de Amado Nervo. Hay un libro titulado Sol del domingo con trabajos literarios en honor del nicaragüense, después de su desaparición.

 


En generaciones posteriores a la modernista han aparecidos otros grandes poetas que se iniciaron con él como Pablo Neruda,  Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso y quizás Rafael Alberti, sin olvidarnos de quien fue su gran admirador y discípulo en su etapa modernista: Juan Ramón Jiménez, a quien Rubén tanto apreciaba.

Con lectura de su más relevantes poemas, los miembros del Grupo, dimos este modesto homenaje a quien fue digno de un Premio Nobel y que las circunstancias todopoderosas privaron para gloria de otros escritores que no lo merecieron como sí el autor de Cantos de vida y esperanza.


 




                DOS VERSOS DE RUBÉN DARÍO


                      ¡Y no saber adónde vamos
                          ni de dónde venimos!
                                   Rubén Darío

Mientras que la Filosofía nos da varias orientaciones acerca de hacia dónde nos dirigimos, la verdad es que ninguna de ellas podrían satisfacernos y, sobre todo, a quienes las dan uno con respecto del otro filósofo. El hombre medio opta —o bien no opta— por una de ellas, si llega a interesarse por la filosofía, o bien se deja conducir por la vida religiosa, o también acepta el agnosticismo sin especular cómo puede ser el más allá, ni siquiera cómo lo enseña la teosofía, libre de connotaciones de credo.

¿Cuál sería entonces el camino? Creo que cada hombre en su noche piensa salir al alba de su meditaciones por una vereda satisfactoria y esperanzada, pero luego se sienta en la piedra como Edipo sin atreverse a adivinar lo que le propone la Esfinge, en este caso la Esfinge del otro lado de la vida.

No se puede negar que el hombre tiene sed de trascendencia aunque estemos en una época en la que no se lleva salirse de nuestro plano temporal; más aún si la ciencia da como un compás de espera de nuevos descubrimientos acerca de los enigmas del universo.

A pesar de esas hipotéticas definiciones que pudieran tranquilizar la conciencia de una modernidad —sobre todo la modernidad occidental— que vive al día dentro de esa humareda multicolor del consumismo hedonista, que no epicúreo, todavía quedan hombres profundos que se hacen esa pregunta que se hizo el gran poeta nicaragüense, que escribió en un castellano maravilloso, si bien en este caso escalofriante, retomando la cita de arriba. 

 

 

MÁS HOMBRE QUE POETA, MÁS POETA QUE HOMBRE…

Leyendo un día una obra del colombiano José María Vargas Vila, me encontré con unas razones expuestas por ese escritor acerca de las valoraciones humanas y literarias de los escritores. Muy en concreto, mi atención se detuvo en el siguiente texto:

“…nuestro Whitman es Alrnafuerte, la más recia contextura de poeta que haya nacido jamás bajo cielos de la América; mientras en Darío y en Nervo el Hombre valía menos que el Poeta porque ignoraron la Vida Heroica o no quisieron vivirla, volvieron la espalda al Dolor Colectivo y sólo supieron de su propio Dolor que expresaron en rimas armoniosas; en Almafuerte el Hombre iguala al Poeta y lo supera en ocasiones…”.

A partir de entonces hice continuas reflexiones acerca de este tema, tan importante para el juicio que nos formulamos a veces, de manera involuntaria, cuando oímos hablar a un poeta o escritor, o bien cuando nos dan referencias de alguno en cuestión, sin que hayamos solicitado tales referencias y las escuchamos de boca de otro escritor o poeta indignado o agradecido, o bien un parecer imparcial sea cual fuere su actitud hacia los escritores y poetas en general.

En esos comentarios se suele superponer estratos verbales acerca de unos y otros tanto favorables como adversos. Podríamos traer a renglón de esta página la fama de poetas que eran en su trato ásperos e incordiantes y escribían luego poemas delicados y de fibra muy humana; podríamos recordar casos en nuestra literatura española pero, por prudencia, pues sería desagradable citar nombres de ilustrísimos divos de las letras, ya que tal desvelamiento podría resultar decepcionante para sus admiradores y admiradoras.

Ahora bien, nos queda la advertencia de que se ha de estar en guardia cuando nos sucedan contrasentidos donde al asombro le siga el desencanto.

Bueno, al fin y al cabo, somos hombres y mujeres con todo nuestro trastero de contradicciones y palinodias cuando la razón nos convence a pesar de nuestra resistencia avergonzada íntimamente. Hemos de gozar de las páginas por un poeta que sea más poeta que hombre y que cuando lo conocemos como hombre el poeta corra el riesgo de desinflar el respeto que nos causó antes de conocerlo.

El fenómeno contrario puede ser también irritante; es decir, que el poeta sea más hombre que poeta, y dicho esto con ironía, ello vaya en demérito de lo que escribe. Hemos dicho arriba que se podría citar autores que nos dan ejemplos de ambos casos pero es mejor renunciar a semejante nómina, y agradecer, literariamente hablando, unas páginas o unos versos que nos causen tanta admiración como deseos de no conocer a los autores personalmente, y sea por temor a la desilusión, ya sea por un sentimiento de inefable romanticismo, como se cuenta de Piotr Chaikovski con respecto de su protectora Nadejda von Meck, aunque este ejemplo no sea estrictamente adecuado al caso que comentamos.

Concluyamos. Saliéndonos un poco de la especulación que hace Vargas Vila de Almafuerte, Rubén Darío y Amado Nervo, digamos sin más circunloquios elegantes que se ha de ser más buena persona que buen poeta, porque lo contrario lleva al lector a la admiración por un buen poeta que no sea buena persona pero no lo ama, como si, en vez de en el altar de sus afectos, se pusiese al genio creador en una alta y fría hornacina, lejos del corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


















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