El Psicoanálisis y sus ventajas
Antonio Brea Pérez
Ante de hacer una reseña al libro de un autor es requisito indispensable conocer la
idiosincrasia de ese autor; es decir, su personalidad, personalidad que, a su
vez está compuesta de elementos que pueden ser conocidos por medio de su
comportamiento social, aunque otros queden desconocidos para quien lo trata,
puesto que todos tenemos un trasfondo que queda oscurecido en los umbrales del
subconsciente, y utilizamos este término ya que el autor al que nos estamos
refiriendo, a medida que pasó el tiempo, debido a esa fase de su vida en el
desierto del Sahara, ahondará en el fondo humano y con ello se implicará en una
tarea tan complicada y siempre terreno casi virgen como es la psicología,
disciplina que lo embarca para navegar por las aguas nada tranquilas de la
índole humana.
Pero, ¿cómo querer
conocer a un autor si antes no lo hemos oído hablar de sí mismo, como si sus
palabras nos abrieran un tul que con su silencio se haría opaco?
Oigamos estas
palabra escritas por él mismo a modo de confesión, como allanándonos el terreno
para pisar las orillas de su sinceridad.
“En la vida hay
cosas que no decidimos y una de las más fundamentales es que no eliges el lugar
de nacimiento y tampoco la familia que te trae al mundo”.
Realmente el lector
puede quedar sorprendido por lo que se puede conjeturar de esas líneas. En verdad,
ese desparpaje tiene más de lirismo que de confesión social. Partimos de que
todo el mundo acepta, una vez nacido, su nacimiento y familia en que se
desarrolla su vida. Son premisas irrefutables. No hay posibilidad de renuncia
porque nuestra protesta también la podrían haber proferido nuestros padres y
nuestros abuelos.
Sigamos con la
confesión del autor:
“Y en este proceso
puedes ser cautivo de la misma como el hecho de no vivir en libertad y armonía.
“Cuando se nace o
vienes a formar parte de esta unidad familiar, puedes venir en la cuna de la
pobreza y de la miseria y para colmo de males puede coincidir como en caso de
muchos en tiempos de la postguerra, momentos difíciles en la Historia de España en la
que se cierran las puertas a esa felicidad que de niño demanda y es
imprescindible para llegar a la adolescencia y posteriormente a ser adulto”.
Tampoco podemos
elegir la familia ni el entorno circunstancial de nuestra niñez. Crecemos en
una isla acotada por las posibilidades económicas y educacionales. La mayor o
menor felicidad de nuestros primeros años depende de quienes tienen la responsabilidad de criarnos y educarnos.
Pero su preparación puede remitirnos a la que tuvieron ellos, posiblemente más
deficitaria, y así hasta el infinito de los progenitores ancestrales. Se impone, pues, la disculpa a los fallos que
puedan devenir de sus actuaciones en ese barco de la casa que nunca navega por
un mar permanentemente tranquilo y con la bonanza a su favor.
Pasamos a otra
etapa de la vida y en la que el joven se abre a la realidad y la percibe como
un mensaje cultural que conlleva un reto de aprender:
“Al ir adquiriendo
conocimientos al mismo tiempo que te vas haciendo adulto y vives la realidad de
los hechos presentes, en los cuales ves cómo te apartan del camino que deseas,
cómo el tener que conformarse con venir de una cuna humilde y sin opciones a un
acceso a estudios universitarios, a pesar de tener un expediente de sobresaliente,
es el primer tropiezo que tuve en la vida”.
Vemos cómo el autor nos expone unas
circunstancias que en situaciones de inferioridad cultural y económica pueden
dar como resultado la frustración y la infelicidad. El que vive esta
experiencia sobrenada en un naufragio de difícil acceso a una costa de salvación
profesional y afectiva, que le deja un arsenal de malos recuerdos que en
cualquier momento pueden estallar con pólvora de tristeza.
Y ello lo podemos comprobar en esto que
sigue:
“Esa espinita la tuve clavada mucho tiempo
debido a que tenía que trabajar pronto por ser de una familia humilde y además
numerosa.
“Para colmo, el servicio obligatorio a
España o sea la mili, rompió todos los moldes y expectativas de mi vida”.
Trabajo obligado para remediar la pobreza,
que es un trabajo siempre en estado de discordia que se conlleva con la
insatisfacción consigo mismo. Si a eso se le añade un periodo de la vida del
individuo en que pertenece al Estado, entonces la pesadumbre se agrava como si
a la conciencia se le echara más peso de lo que se puede soportar humanamente
hablando.
Entramos
en otras declaraciones en las que el autor resume su experiencia laboral y sus
frutos de subsistencia.
“Después de cotizar 40 años en Seguridad
Social, pasando por varias actividades, me dediqué a adquirir conocimientos
universitarios, para esa edad bastante difícil y complicada”.
El autor, a modo de conclusión de una etapa
de su vida, como es la laboral en su tránsito a la jubilación, emprende una
nueva vida en la tarea de observar la realidad, lejos desde aquellos comienzos
duros de su vida y de una continuación en la lucha de sobrevivir con un sueldo para llevar adelante a la familia
creada por él.
Es ahora cuando inicia una nueva andadura,
pero en un camino que antes le estaba vedado: el conocimiento intelectual. Y
Antonio Brea asume esa trayectoria como si toda su vida hubiese sido un largo
suspiro hasta llegar hasta esta cota de voluntad de poder sobre sí mismo, que
es un desafío más para conseguir, gracias a sus esfuerzos, un título que es
como una corona a su esfuerzo, la loma de una conquista que le da una altura a
sus miras para entender ciertos aspectos de la vida que anteriormente no
estaban al alcance de sus medios ni de su tiempo como trabajador.
Hasta ahora hemos circunvalado la vida de
Antonio Brea, sus vicisitudes y sus anhelos para llegar a una cierta altura de
perspectivas desde la que observa el devenir de cada día. Precisamente desde
esa victoria sobre unas circunstancias difíciles, empieza una andadura de
hombre preocupado por la cultura, de manera que echa a rodar sus aspiraciones
de penetrar en el mundo donde el pensamiento, más allá de las imposiciones
materiales, se eleva a unas cotas felices desde la que se puede estudiar las
actividades culminantes del hombre, como son las del conocimiento, desvelo que
culmina en su licenciatura en Humanidades por la Universidad de Cádiz.
Antonio Brea no llega a la escritura por un
placer fugaz y recreativo, sino por la experiencia condensada en un libro editada
en 2012: Mi paso por el Sahara, del
que decíamos en una reseña, entre otras palabras, las siguientes:
“Dentro del género autobiográfico, este
testimonio del autor se va llenando de matices que le dan un colorido, a veces
estridente por lo que tiene de dureza, pero nunca gris, debido a que la
disciplina no toleraba términos medios en su expresión social. Desde el
reclutamiento, con el añadido de la muerte del padre —a quien despide en la
estación y no volverá a ver, como no sea de cuerpo presente— y la de un hermano
suyo quinceañero unos años antes, pasando por la marcha hacia el Sahara, hasta
Smara en concreto, con el buen recuerdo del Teniente Torres; después la llegada
a Hausa, donde Antonio Brea tuvo una variopinta experiencia con sus compañeros entre
compartir el rigor del régimen militar en aquella zona, el calor insoportable,
las deficiencias en las instalaciones y en la alimentación, hasta la
convivencia normal con esos compañeros, alguna que otra copa circunstancial,
misa y coro incluidos, luego el capítulo del regreso, en que se cambió el
panorama del desierto por el del océano, con la angustia de no encontrar
salvavidas, según la orden del Capitán —por si acaso— debido a la proximidad de
un barco no identificado”.
Este fragmento es elocuente de ese contacto
con la vida. Pero el autor no se queda en una literatura biográfica, que podría
ser suficiente para quien desee volcar vivencias que piden ser puestas a la luz
a modo de testimonio, sino que se acerca a un terreno muy delicado de pisar como
es la psicología. Y su gusto por ella guía su interés como una lámpara minera
en las sombras de la condición humana. En esta disciplina hace un alto de su
marcha por la vida y desde una almena de curiosidad lanza una ojeada por los
alrededores con un catalejo de búsqueda, de indagación por todo lo que palpita,
humanamente hablando.
En una obra inédita aún, El psicoanálisis y sus ventajas, tomando
como ambientación argumental la vida de Federico, que nace en unas condiciones
sociales desoladoras, dentro del marco social de la posguerra española, el
autor, valiéndose de ejemplos sacados de la realidad, propugnará por el papel
que tiene el método freudiano para la aplicación a casos patológicos que emanan
de una vida maltratada por las
circunstancias adversas en una época en que la Seguridad Social
ignoraba estos casos de vida extorsionadas por las manos implacables de
situaciones irredentas.
En la primera obra, el autor nos muestra en
carne viva su alma después de un itinerario de vivencias vividas desde su
infancia, rememorada brevemente, su servicio militar y su entrada en la vida de
los hombres que trabajan para su sustento. En ella ya observamos que hay
materiales para una autobiografía como la que Brea nos entrega haciendo de paso
una revisión histórica de un espacio atípico como es el servicio militar en un
desierto, con todos los obstáculos que ello conlleva.
En la segunda, aún inédita como hemos
dicho, con un trasfondo de experiencia, entra en el sinuoso mundo de la
psicología, y a través de un personaje ficticio, ahonda en cuestiones que
implican a todos el que lean la obra, ya que la vida psíquica nos importa a
todos los que somos sus participantes en esta aventura del vivir cotidiano en
lo que vemos por medio de nuestras actuaciones, es decir, en lo patente, que oculta
muchas veces a lo latente y pone máscaras a la conciencia como un medio para
subsistir tanto en lo material como en lo invisible que palpita en nuestro
fondo, siempre casi desconocido, como si fuera una selva todavía no explorada del
todo. Si se ha citado esta obra es porque entre la primera y esta que señalamos
hay una relación importante e inexcusable, ya que con lo vivido en Mi paso por el Sahara, Brea recala en
la psicología para darse una respuesta a muchas preguntas de tono dramático que
surgieron en su conciencia en la época de su milicia.
Pero ahora lo que nos interesa señalar es el
valor de una experiencia y con esa advertencia hemos de concluir este prólogo
que ayuda a introducir al lector a que se disponga a entrar en una edición
ampliada de Mi paso por el Sahara, en
la que el autor ya nos expuso con lenguaje sencillo y como fruto real de su
experiencia, una historia con sus ribetes de anécdotas aquilatada en la memoria
de esos años jóvenes inolvidables hacia los que se mira desde la edad madura
como una fuente de imágenes y sensaciones que piden ser revestidas con las
palabras; las mismas que adquieren ahora un valor testimonial en la difícil
reconquista del tiempo; en este caso no tiempo del todo perdido.
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