Conocidas son las tres etapas que Juan Ramón Jiménez marcó en su poesía. Estos poemas pertenecen al comienzo de la tercera, la llamada “Poesía suficiente”, en concreto al libro La estación total (1936).
En ellos podemos apreciar cómo se juntan la depuración y la conquista de una forma métrica reconquistada y presentada en su formato de verso blanco, que no libre. Además, su registro va encaminándose hacia la función poética, que ha venido ensayando en libros anteriores, a partir de Diario de un poeta recién casado (1916).
Frente a tanto poema o seudopoema en un verso libre a la pata la llana, del que se está abusando hasta la saciedad, y que se presenta como innovador y genial, me es grato citar estos poemas como modelo a seguir por jóvenes poetas y poetisas que se inician en este arte, que es arte de la palabra sometida a la disciplina del ritmo; porque el poema es una cosa y la narrativa otra; el ensayo es una cosa y el teatro otra, aunque todos los géneros y subgéneros estén en la misma casa-madre de la Literatura.
EL OTOÑADO
Estoy completo de naturaleza,
en plena tarde de áurea madurez,
alto viento en lo verde traspasado.
Rico fruto recóndito, contengo
lo grande elemental en mí (la tierra,
el fuego, el agua, el aire), el infinito.
Chorreo luz: doro el lugar oscuro,
trasmino olor: la sombra huele a dios,
emano son: lo amplio es honda música,
filtro sabor: la mole bebe mi alma,
deleito el tacto de la soledad.
Soy tesoro supremo, desasido,
con densa redondez de limpio iris,
del seno de la acción. Y lo soy todo.
Lo todo que es el colmo de la nada,
el todo que se basta y que es servido
de lo que todavía es ambición.
SU SITIO FIEL
Las nubes y los árboles se funden
y el sol les trasparenta su honda paz.
Tan grande es la armonía del abrazo,
que la quiere gozar también el mar,
el mar que está tan lejos, que se acerca,
que ya se oye latir, que huele ya.
El cerco universal se va apretando,
y ya en toda la hora azul no hay más
que la nube, que el árbol, que la ola,
síntesis de la gloria cenital.
El fin está en el centro. Y se ha sentado
aquí, su sitio fiel, la eternidad.
Para eso hemos venido. (Cae todo
lo otro, que era luz provisional.)
Y todos los destinos aquí salen,
aquí entran, aquí suben, aquí están.
Tiene el alma un descanso de caminos
que han llegado a su único final.
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