domingo, 7 de febrero de 2021

¿QUÉ SE SABE DEL ALMA DE LA MUJER EN MATERIA DE AMOR?

 

 ¿Se da cuenta una mujer cuando un hombre la observa con velado interés o la mira accidentalmente o de refilón que la mirada de él está como sondeando su alma? Es posible. El tema requiere serenidad y psicología. ¿Qué dice el alma de la mujer cuando un hombre que a ella le agrade —le agrade, en principio—, solamente?

 

La poesía amorosa, así como las novelas para un amplio destinatario de lectores y lectoras, han teorizado sobre ese enigma del alma femenina. Grandes autores, desde Ovidio, pasando por Lope de Vega —grandes amantes—, el Pérez Galdós de Fortunata y Jacinta,  Felipe Trigo, hasta llegar a las novelas rosa, destacando de ellas las de Corín Tellado, han ensayado el anhelo de traspasar con la mirada brujuleada por el conocimiento la expresión de las hijas de Eva en cuanto al tema amoroso se refiere.

Tenemos, y ahora lo cito con mucha propiedad, a nuestro G. A. Bécquer con sus experiencias, no sabemos si con Julia Espín o con Casta Esteban, o tal vez con las dos. (“¡Por una mirada, un mundo…”!).

 

Muchas de sus rimas son verdaderas fuentes de historias en torno a un instante de idilio feliz o desengaño depresivo en esa andadura por los recovecos del corazón.

Es tópico decir que la mujer vive ese fenómeno emocional con toda su alma, mientras que el hombre vive ese mismo trance como un episodio más de su vida. Pongamos que así es porque el alma de la mujer es centrípeta y la del varón centrífuga me imagino.

Ello significa que una historia amorosa es la historia para ella, mientras que para un hombre o, mejor, dicho para muchos hombres, que no para todos, puede que sea una historia. Recuerdo que leí hace años Estudios sobre el amor, de Ortega y Gasset y quedé impresionado, amén  de libros de psicología que frecuenté en la biblioteca donde estuve trabajando durante siete años.

Pero, entre las mujeres, las miradas dependen de la edad. La mirada de la jovencita, que consideramos estallante de inocencia, no es la mirada de la mujer madura, más controlada y menos expresiva por la prudencia de la edad; ahora bien, puede que esta matización que hago sea errónea.

 Hay miradas de mujeres de cierta madurez cronológica que son carteros instantáneos de su corazón o de su deseo de ser amada porque la soledad o el desinterés de un marido que se ha vuelto lentamente apático,  las ha lanzado al ruedo de las insinuaciones amorosas con hombres jóvenes a los cuales ella piensa aún deseosos de una pasión de amor por estrenar.

 Si extremamos este esbozo caemos en al cuenta de que esos impulsos llevan a una peligrosa aventura donde se entabla una lucha entre el corazón y  la cabeza de una mujer que ya pone su pensamiento en la mirada que le ha enviado, quizá sin intenciones, ese muchacho o bien ese hombre que aún está en vías de entusiasmo amoroso.

 Cuántas historias de inevitables traiciones hay escritas y también inéditas, que a la larga dan en tragedias rayanas en la destrucción de una familia.

Sin embargo, ese riesgo ha enhebrado muchas historias y pienso si ese fuego secreto posiblemente es por una indomable naturaleza una fragua silenciosa que mantiene encendida el ara de la vida, a pesar de nuestra contención como un muro que aguanta ventarrones y oleajes fieros.

¿Quién puede evitar enamorarse? Hablar de amor en presencia de una mujer todavía en edad de ser asaeteada por el niño Eros es un tema que se ha de tratar con discreción, y es que este suceso que quizá no pase de una mirada, puede ser una espoleta de granada que estalla en los arrabales de un corazón obligado a callar ese acontecimiento, a lo mejor el más importante de su vida, visto subjetivamente

 

He aquí un soneto de mi libro Cauces ocultos (Aventuras y miradas de don Juan), aparecido en 2021

 

FLECHAZO INVOLUNTARIO ANTE EL BELLEZA

VARONIL DE DON JUAN

 

 Era toda mirada sostenida

ella callando el corazón travieso.

Tal vez los labios reprimiendo un beso,

clausurada la boca y resistida.

 

Nadie notó que estaba conmovida

y ya su corazón no estaba ileso.

Ni que en los ojos sostenía el peso

de un suspiro cavándole una herida.

 

 Nadie notó que cabizbaja iba

cuando echó andar después, luchando esquiva

como evitando al alma un desconsuelo;

 

alma de su marido que la amaba

pero al otro, al final, se la entregaba

pidiéndole perdón por ello al Cielo.

 


 

    

 

          

 

 


 

 



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