Siempre se ha asociado la poesía con gente de una
sensibilidad más o menos exquisita. Tal vez esa identificación tenga mucho de
marchamo romántico.
Se dice que los poetas sueñan con un mundo mejor, tanto en el
planeta Tierra como en otras dimensiones aún desconocidas.
En todo caso, el poeta ha sido tomado como un guía para ahondar
en la mina del corazón y extraer los filones más preciosos de los
valores humanos.
Ha habido poetas que han pasado desapercibidos en su vida y han
tenido que estar a la espera de que algún investigador curioso saque a flote
del naufragio de la indiferencia su obra. Tenemos el caso del escritor
Juan Manuel de Prada, que se interesó
por Armando Buscarini. Remito al lector interesado en saber quién fue este
poeta a internet.
Hay un poema del poeta logroñés que contiene un verso que a mí
me llamó la atención y que no he dejado escapar en el aluvión de lo mucho que
se lee y se precipita por la turbia desembocadura del olvido.
Este verso es:
“…los hombres de alma ruin que nunca sueñan…
Soñar que significa ir por la vida con un ideal de ampliar la
llanura del espíritu, enriquecerse de ideas y palabras descontaminadas de
fealdad rutinaria con manchas de intereses mercantilistas.
Agradezcamos al escritor,
crítico literario y articulista español Juan Manuel de Prada que hoy podamos
leer a un poeta que, si nos puede parecer retrospectivo, tiene mucho de
machadiano (Antonio), por aquello de que
“Converso con el hombre que siempre va conmigo./ Quien habla solo espera
hablar a Dios un día”.
Quiero decir que tiene mucho de autenticidad, que es lo que
vale de lo que dice el poeta. Lo demás son modas pasajeras que atraen, como las
trampas a los pajarillos, a los poetas dispuestos a ganar renombre.
Lo demás, como diría Verlaine, es Literatura, en el peor de los sentidos.
Poema de Armando BuScarini
La metáfora es lo que distingue al verdadero poeta.
Aristóteles
La metáfora crea otros nombres a partir del que sirve de referencia real. Se hace por analogía y se logra independientemente de la llamada imagen irracional, que compara con talante arbitrario sin que haya una relación entre lo comparado y lo comparable. Es pura subjetividad que da paso a una especie de pata a la llana de la expresión verbal, que tampoco tiene que ver con la glosolalia del dadaísmo.
La metáfora crea un mundo al lado de otro. El real queda eclipsado por el imaginado, que se considera nuevo frente al otro, el viejo, ya visto y pensado por el lector como una visión manida.
Otro recurso es la sinestesia: interpretar el mundo abstracto con el sensorial dándoles matices que los presenta como nuevos.
Un tercer recurso es la novedad semántica (¿deconstrucción semántica, literariamente hablando?), consistente en unir palabras cuya presentación no recuerde otra ya lastrada y, por lo contrario, despierte una sensación de lectura nueva.
No me resisto a citar la famosa elegía de Miguel Hernández a García Lorca como un ejemplo de idiolecto poético que conmueve a todo lector que desee leer una poesía con frescura en su lenguaje literario. Creo con toda convicción que esto es escribir poesía después de la poesía a que estamos acostumbrados, poesía que pretende comunicar, ya lastrada y desgastada en su semántica empobrecida por del predominio del significado sobre el significante.
Sé muy bien que hay quienes dicen que cada uno tiene “su estilo”, pero la verdad es que el verdadero estilo es el que no se parece a nadie y sorprende y reforma el lenguaje literario marcando un “territorio” de propiedad estilística; lo demás es repetir lo ya dicho por otros poetas o lo que se cree “rompedor” y no es más que un aborto de poema.
La poesía futura, pues, será la que no tiene deudas con el pasado pero que también ha sido capaz de poner las estructuras clásicas al día liberando al lenguaje de frases redichas y de su contrario: los versos —los renglones— falsamente rompedores. Pongo por ejemplo el poema de Miguel Hernández “Eterna sombra”, rigurosamente clásico y modernísimo en su expresión. ¡A ver quién da más!
Es necesario leer para todo poeta que tenga ambiciones de originalidad, fuera del disparate azaroso, la obra del Vixtor Shklovski El arte como artificio. Esta teoría literaria nos viene a decir que la innovación poética no está en el versolibrismo ni en la imagen irracionalista y arbitraria o de buen tuntún, sino en crear un texto que parezca nuevo y no desgastado por las imágenes y el discurso ya previsto y falto de emoción.
Miguel Hernández, sin saberlo él, cumplió con las indicaciones que dio el estilista ruso. De su poesía, más perenne que el bronce, en el decir del poeta latino Horacio, queda su obra, fuente para toda sed de renovación del idiolecto poético de cada uno. Como diría Verlaine, lo demás es literatura; o sea, escritura ya descolorida, quiso decir, más o menos, el poeta francés. Pero concluyamos con otra frase de otro escritor galo, Marcel Proust: “La metáfora pone un sello de eternidad al estilo”.
Poema de Armando BuScarini
A una
clara avenida, con frondoso arbolado/darán mañana el nombre de quien tanto
luchó./Mi corazón entonces se hallará agusanado/En el estrecho nicho que la
piqueta abrió./En un bello crepúsculo, tranquilo y perfumado/resonarán
canciones que no escucharé yo./El amor de los niños habrá purificado/la memoria
de un hombre que por amar, pecó./¡Avenida soleada de un futuro lejano!/¡En mis
sueños te veo surgir esplendorosa!/¡Tú has de ser en las noches cálidas de
verano/vía abierta a la dulce confidencia amorosa,/cuando crucen los novios
cogidos de la mano/y se alejen las almas un poco de la prosa...! ('Avenida
Armando buscarini'. El rufián, 1928)
HACIA UNA POESÍA FUTURA
La metáfora es lo que distingue al verdadero poeta.
Aristóteles
La metáfora crea otros nombres a partir del que sirve de referencia real. Se hace por analogía y se logra independientemente de la llamada imagen irracional, que compara con talante arbitrario sin que haya una relación entre lo comparado y lo comparable. Es pura subjetividad que da paso a una especie de pata a la llana de la expresión verbal, que tampoco tiene que ver con la glosolalia del dadaísmo.
La metáfora crea un mundo al lado de otro. El real queda eclipsado por el imaginado, que se considera nuevo frente al otro, el viejo, ya visto y pensado por el lector como una visión manida.
Otro recurso es la sinestesia: interpretar el mundo abstracto con el sensorial dándoles matices que los presenta como nuevos.
Un tercer recurso es la novedad semántica (¿deconstrucción semántica, literariamente hablando?), consistente en unir palabras cuya presentación no recuerde otra ya lastrada y, por lo contrario, despierte una sensación de lectura nueva.
No me resisto a citar la famosa elegía de Miguel Hernández a García Lorca como un ejemplo de idiolecto poético que conmueve a todo lector que desee leer una poesía con frescura en su lenguaje literario. Creo con toda convicción que esto es escribir poesía después de la poesía a que estamos acostumbrados, poesía que pretende comunicar, ya lastrada y desgastada en su semántica empobrecida por del predominio del significado sobre el significante.
Sé muy bien que hay quienes dicen que cada uno tiene “su estilo”, pero la verdad es que el verdadero estilo es el que no se parece a nadie y sorprende y reforma el lenguaje literario marcando un “territorio” de propiedad estilística; lo demás es repetir lo ya dicho por otros poetas o lo que se cree “rompedor” y no es más que un aborto de poema.
La poesía futura, pues, será la que no tiene deudas con el pasado pero que también ha sido capaz de poner las estructuras clásicas al día liberando al lenguaje de frases redichas y de su contrario: los versos —los renglones— falsamente rompedores. Pongo por ejemplo el poema de Miguel Hernández “Eterna sombra”, rigurosamente clásico y modernísimo en su expresión. ¡A ver quién da más!
Es necesario leer para todo poeta que tenga ambiciones de originalidad, fuera del disparate azaroso, la obra del Vixtor Shklovski El arte como artificio. Esta teoría literaria nos viene a decir que la innovación poética no está en el versolibrismo ni en la imagen irracionalista y arbitraria o de buen tuntún, sino en crear un texto que parezca nuevo y no desgastado por las imágenes y el discurso ya previsto y falto de emoción.
Miguel Hernández, sin saberlo él, cumplió con las indicaciones que dio el estilista ruso. De su poesía, más perenne que el bronce, en el decir del poeta latino Horacio, queda su obra, fuente para toda sed de renovación del idiolecto poético de cada uno. Como diría Verlaine, lo demás es literatura; o sea, escritura ya descolorida, quiso decir, más o menos, el poeta francés. Pero concluyamos con otra frase de otro escritor galo, Marcel Proust: “La metáfora pone un sello de eternidad al estilo”.
ARENA Y CAL, enero 2017, número 244
y EL FASCINANTE Y PERVERSO PODER DE LA PALABRA (2011)
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