Al margen
del que esto escribe, y como si fuese un mero espectador de tertulias, su
experiencia le ha obligado a ser testigo de casos flagrantes de una mediocridad
lastimosa. Ser escritor o poeta de aceptable fuste no es un signo de resignación
sino de compañerismo junto a otros y otras de la misma índole. La tentación del
mediocre —que no se ha de confundir con una medianía pasable— es ser más de lo
que puede ser, alargar la sábana que no le llega a los pies en la cama para
cubrirlos del frío de su indefensión literaria. Un quiero y no puedo que lo
lastra como cadena al pie de su pobre numen, por falta de cálculo en sus
capacidades.
He
encontrado a pocos que hayan hecho una demarcación de territorio de sus
apetencias de reconocimiento y fama, y viven felices en su parcela de creación
y bendecidos por su propia humildad.
Para esos
escasos escritores y poetas, conscientes de sus limitaciones, que son buenos
padres de familia, escribir es la famosa guinda del pastel de sus vivencias
domésticas: romances y sonetos o versos sueltos a un cumpleaños, a una
onomástica, a la navidad, al año nuevo… “Si mi casa va bien, mis aficiones a la
literatura son una velada para celebrar la pequeña felicidad de cada día, y ya
está”, me decía con su mirada y sonrisa epicúrea un compañero de tertulia. Y yo
añado: “¿Para qué más, si nos vamos a morir un día y todo se quedará aquí? ¿No
es de agradecer este rato de bonitos cruces de lecturas y opiniones?”.
A partir
de entonces, he sospechado que las grandes ambiciones son propias de quienes
saben en su subconsciente que no llegarán muy lejos. Ese estímulo de ansias de
reconocimiento compensa la ausencia de una calidad que está a trasmano de sus
posibilidades. Como un mecanismo de defensa surgen los celos, la envidia y la
ignorancia voluntaria que no celebran lo que brilla y salta de gozo genial en
la página de otros.
Para quien
o quienes disfrutan de un Carpe diem
literario va dirigido este articulito. Si es que nos llevamos algo al otro
mundo, esta minúscula felicidad entre poema y relato y aroma de café, irá al
morral que nos distraiga en no sé qué otra tertulia en la que ya no habrá
mediocridades ni envidias ni ignorancia voluntaria de la valía de otros.
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