Una novela
es una historia que se desarrolla en la realidad del día a día. Una historia de
gente tanto de a pie como de personas cultas, adineradas o no. Este
protagonismo de las trivialidades de la gente y de su cotidianeidad pudiese haber surgido
como una oposición a la poesía aristocrática, épica en principio y luego de
rasgos líricos juntamente con el advenimiento de la burguesía. Dejémoslo en una
explicación ligera y aproximada.
En ella se
especula sobre la condición humana: sus defectos y valores. ¿De qué parte se
pone el autor?
A la
larga, la novela puede llegar a ser novela de tesis; o sea, que se llega a una
conclusión. También se puede dejar en tablas.
Ahora
bien, en la novela se dibujan caracteres, lugares para situar histórica y
socialmente al lector.
La trama
es un conflicto sacado de la realidad, nunca producto de la imaginación de un
poeta en su torre de marfil, aunque no hemos de rechazar la novela lírica, pero
la esencia de la novela será siempre el triunfo de la experiencia sobre
la fantasía, si tomamos El Quijote como
punto de partida de la novela moderna. El novelista se propone desnudar de
prejuicios a sus protagonistas y los presenta como son humanamente. El espíritu
burgués contra el espíritu épico. La realidad con sus minucias cotidianas
contra el ideal con sus ansias de proezas. Antes que en Cervantes, tenemos cómo
luchan en La Celestina
las dos clases sociales: la de Calixto y Melibea y la de Celestina y sus
prostitutas. No se olvide que estamos en la baja edad media, de la que Johan
Huizinga nos da abundante información en su famosa obra, en la que observamos
la descomposición de una clase y el auge de otra.
¿Debe
tener argumento una novela? ¿Se puede escribir una novela donde no haya acción
y todo sea un discurso reflexivo desde una posición inmóvil en la acción y en
las ideas?
A estas
preguntas solamente puede darles respuesta un auténtico narrador. Ahora bien,
el tema y el estilo pueden atraer por igual o separadamente a los lectores. Yo
me limito a decir que el éxito. pues, está en esa atracción que hace a una
novela estar en el candelero de la popularidad mucho tiempo.
Por otra
parte, diríamos que la literatura es el arte de seducir con la palabra y
convencer con el tema.
Si el lector me permite unas sugerencias, que no enseñanzas magistrales, puedo añadir los siguientes principios que el autor de estas líneas ha intentado tener en cuenta, aunque quizá no siempre lo ha conseguido:
Si el lector me permite unas sugerencias, que no enseñanzas magistrales, puedo añadir los siguientes principios que el autor de estas líneas ha intentado tener en cuenta, aunque quizá no siempre lo ha conseguido:
1)
Párrafo no muy largo. Evitar párrafos enrevesados.
2)
Huir de la frase redicha.
3)
Incluir alguna comparación o metáfora. También la sinestesia para sensorializar.
lo
abstracto. Frases que suenen, sin pretensiones filosóficas, a aforismo.
4)
Evitar rimas.
PROSA MÁGICA
Todos hemos leído
textos literarios que apenas nos entusiasman. Novelas y relatos que no nos
sorprenden y sólo nos agarran con la curiosidad del tema. Hay lectores que se
contentan con ese estilo y no piden más, Alimentan un rato de entretenimiento y
ya está, pero hay otros lectores que buscan emociones motivadas por la prosa
enriquecida con metáforas, símiles, sinestesias, quiebros en la sintaxis,
relámpagos surrealistas y algún que otro aforismo, disimulado para no incurrir
en pretensiones filosóficas.
Si adelgazamos la
prosa la podemos convertir en greguería o poesía plateresca, incluso en
jitanjáfora para jugar con las palabras, lejos de cualquier propósito de
comunicación.
Ahora bien, este ejercicio es una
alambicamiento del lenguaje, un producto de laboratorio gramatical que en
muchas ocasiones destripa el tema y lo hace a éste un pretexto estilístico. ¿Un
equilibrio, pues, entre lo temático y lo elocutivo?
He aquí un texto
sencillo de Zalacaín el aventurero de
Pío Baroja. Con sencillo quiero decir que no recurre a artificios sino que su
prosa fluye sujeta a las intenciones del autor, apreciado por Ortega y Gasset,
que le dedicó comentarios a textos del novelista vasco en un tomo de El espectador
“Hay hombres para
quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una
esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna.
¿Es talento, es
instinto o es suerte? Los propios interesados aseguran ser instinto o talento;
sus enemigos dicen casualidad, suerte, y esto es más probable que lo otro,
porque hay hombres excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes,
enérgicos, fuertes y que, sin embargo, no hacen más que detenerse y tropezar en
todo.
Un proverbio vasco
dice: «El buen valor asusta a la mala suerte». Y esto es verdad a veces...,
cuando se tiene buena suerte.
Zalacaín era
afortunado; todo lo que intentaba lo llevaba bien. Negocios, contrabando,
amores, juego... Su ocupación principal era el comercio de caballos y de mulas,
que compraba en Dax y pasaba de contrabando por los Alduides o por
Roncesvalles.
Tenía como socio a
Capistun el Americano, hombre inteligentísimo, ya de edad, a quien todo el
mundo llamaba el Americano, aunque se sabía que era gascón. Su mote procedía de
haber vivido en América mucho tiempo”.
Ahora vemos un
texto de Platero y yo de Juan Ramón
Jiménez, a quien Ortega y Gasset tenía en gran estima también. El texto,
colorista y de espíritu contemplativo, es todo un espécimen del Modernismo.
Pongamos atención a sus adjetivos a favor de la metáfora.
“Ahí está el ocaso, todo
empurpurado, herido por sus propios cristales, que le hacen sangre por
doquiera. A su esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las
hierbas y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante
sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
(…) Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre”.
(…) Platero, granas de ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos, que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre”.
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