Que
la nostalgia de muchos sevillanos fuera de su Sevilla natal está relacionada
consciente o inconscientemente con la semana santa, es tan obvio como
indiscutible. El registro sentimental de la infancia se convierte en la madurez
en secretaria e insobornable memoria. Cuántos sevillanos, muy lejos de su Plaza
del Duque y la calle Sierpes, oyen en esos días morados retazos de marchas en
el fondo de la evocación y creen que huelen a incienso de catedral en las alas
fugaces del aire que los circundan...
Entre
los que guardaron en un rinconcillo de su corazón esos sones nostálgicos,
están, entre otros menos conocidos para el gran público, Manuel Machado, Rafael
Montesinos (De la niebla y sus nombres), Manuel Díez-Crespo (colaboraciones
en "Diván meridional") y el
mismo Cernuda (poema "Luna llena en
semana santa").
Sin embargo, hay
otra corriente paralela que la evoca también, pero con cierta disidencia por
algunos detalles externos más que sustanciales. Entre ellos podemos citar a
José María Blanco (Blanco White), a
Antonio Machado y a Bécquer. El poeta de las Rimas, de exquisita
sensibilidad tradicional (trabajaba en un ambicioso proyecto, tal como una
suntuosa historia de los templos de España), se fue joven de Sevilla a Madrid y
llevaba en su recuerdo la semana santa que se reinicia en Sevilla hacia 1850,
después de postraciones y reveses políticos, que en la España del siglo XIX fueron
tan continuos debido a un forcejeo entre conservadores, liberales y
progresistas.
Con
el apoyo de los Duques de Montpensier muchas corporaciones cofradieras
hispalenses se levantan de su letargo y adquieren vistosidad, además de una
cada vez mayor expectación, que impresionaron la retina observadora del joven
poeta. Cuando Bécquer, un año antes de su fallecimiento, desalojado por la Revolución de 1868
—"La Gloriosa"—
del gobierno que le mantuvo como censor de novelas en el Ministerio, permanece
semidesterrado en Toledo con su hermano Valeriano, destacado pintor, y escribe
el artículo titulado "La
Semana Santa en Toledo". En este trabajo opone la semana
santa de la ciudad del Tajo como ejemplo de religiosidad frente al bullicio y
al colorido de la semana santa de las riberas del Guadalquivir.
La
descripción que hace de un desfile procesional por la céntrica Plaza Nueva es
de una curiosidad excitante para un aficionado al tema, ya que puede tomar nota
de ciertos peculiaridades semanasantiles
desaparecidas después.
Debido
a su extensión no es posible reflejarlo aquí, pero sus detalles, enumerados con
primor (y un poco de disgusto) por parte del autor, nos dan una idea del
carácter introvertido y grave de Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, que era su
verdadero nombre, nacido, por cierto, en el barrio de San Lorenzo, calle Conde
de Barajas precisamente. Habría visto de niño y adolescente el impresionante desfilar por su calle de dos
cofradías del centro y de las llamadas "serias": El Gran Poder de
madrugada y la Soledad
de San Lorenzo el sábado santo. Como más
adelante manifestará Antonio Machado de manera semejante, el sentido religioso
de Bécquer era más íntimo y austero.
Era,
sin duda, lo que tenía que sentir y valorar un alma desgarrada por las
circunstancias, que ve en la religiosidad un acercamiento a Dios, pero a través
de la conformidad con las duras pruebas de la vida.
De Literatura de la Pasión
(2011)
TOMADOS DE ARTÍCULOS APARECIDOS
EN SAN FERNANDO INFORMACIÓN EN LA
CUARESMA 2004 Y EN LA DE 2005
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