Escribir en un diario como si se despertara la inteligencia con un desperezo de curiosidad puede ser un desayuno poco menos que exquisito.
Salir a comprar (o ver por interné) el diario donde aparece un artículo con un fulgor que sólo ve quien lo escribe y quienes se le rinden como lacayos de una carroza espolvoreada de elogios, es un buen bocado para empezar la dieta de una gastronomía de letras, aunque claro, depende de cómo sean estas letras con olor a tortillitas de camarones, algunas veces ayuntados esos fonemas con mala saña de transparentes resortes de menosprecio de espaldas al desvelo de la discreción cervantina del decoro.
Pasear con el diario debajo del brazo como quien ha echado la peonada de la inteligencia local en espera del sordo aplauso de lectores a quienes a menudo se les nombra para que no pierdan el contacto umbilical con el articulista, puede ser un seguro garantizado para la vanidoteca de puertas para adentro del alma gacetillera, tan necesitada, tan hambrienta de los dimes y diretes localistas que pululan por casinos y tertulias donde la ignorancia rayana en el analfabetismo pone un exvoto de admiración porque se las ha nombrado como una especie de boomerang del reconocimiento.
Columnistas los hay que encierran en el redil de su adulación a amigos a quienes entrenan para la fervorosa ovación cuando el perdonavidas y a la vez arribista escancie con vino de autocelebración su licor de satisfacciones en esas bocas sedientas de entretenimientos con una literatura de andar por casa, a pesar de los esfuerzos del abarrocado cronista por imitar arrastrando su genio mimético por las esterillas estilísticas de Francisco Umbral.
Salir a comprar (o ver por interné) el diario donde aparece un artículo con un fulgor que sólo ve quien lo escribe y quienes se le rinden como lacayos de una carroza espolvoreada de elogios, es un buen bocado para empezar la dieta de una gastronomía de letras, aunque claro, depende de cómo sean estas letras con olor a tortillitas de camarones, algunas veces ayuntados esos fonemas con mala saña de transparentes resortes de menosprecio de espaldas al desvelo de la discreción cervantina del decoro.
Pasear con el diario debajo del brazo como quien ha echado la peonada de la inteligencia local en espera del sordo aplauso de lectores a quienes a menudo se les nombra para que no pierdan el contacto umbilical con el articulista, puede ser un seguro garantizado para la vanidoteca de puertas para adentro del alma gacetillera, tan necesitada, tan hambrienta de los dimes y diretes localistas que pululan por casinos y tertulias donde la ignorancia rayana en el analfabetismo pone un exvoto de admiración porque se las ha nombrado como una especie de boomerang del reconocimiento.
Columnistas los hay que encierran en el redil de su adulación a amigos a quienes entrenan para la fervorosa ovación cuando el perdonavidas y a la vez arribista escancie con vino de autocelebración su licor de satisfacciones en esas bocas sedientas de entretenimientos con una literatura de andar por casa, a pesar de los esfuerzos del abarrocado cronista por imitar arrastrando su genio mimético por las esterillas estilísticas de Francisco Umbral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario