Puede que a algunos
lectores les parezca un disparate unir dos nombres de desigual fama y calidad
en el mundo literario, pero la intención que me lleva es la de expresar mi
asombro cuando he leído sus vidas.
Detrás de cada
escritor es cierto que hay una persona y eso es innegable. La persona que sirve
de soporte psicológico al escritor
tiene, a su vez, un sustrato vital con todos los ingredientes de carácter,
sentimientos y circunstancias influyentes.
No se trata de pasar
por el diván del psicoanálisis a la gente que escribe para descubrir vicios o
manías subyacentes en su registro emocional.
Si los vemos de
cerca, tanto Vargas Vila como Juan Ramón fueron hombres solitarios a pesar de
que el primero conviviese con su secretario, Ramón Palacio, y el segundo con su
esposa, Zenobia. La soledad impele a los hombres a profundizar en sus afectos y
antipatías. En la soledad somos los que realmente somos sin ningún tapujo que
venga a enmascarar nuestros sentimientos íntimos.
En la biografía de
uno y otro no falta la cita de sus opiniones acerca de sus amigos o adversarios,
como también referencias positivas de otros, los menos sin duda.
No vamos a citar aquí
la artillería verbal concreta de insultos contra determinados autores, pues si
se busca en interné el lector interesado hallará muestras suficientes para
considerar que estos escritores, tan conocidos en sus espacios literarios
respectivos, se atrincheraban tras su muro para torpedear a quienes creían merecedores
de su andanada verbal.
Es más, cuenta el
mismo Juan Ramón que cuando él y Vargas Vila, independientemente uno de otro,
esperaban en una estación la llegada de Rubén Darío, el onubense sintió repulsión
del colombiano (Véase Mi Rubén Darío, del
autor de Platero y yo.) y da malas
impresiones de él. No sabemos si Vargas Vila expresaría de Juan Ramón lo mismo.
Hay por ello un
triste paralelismo entre estos hombres que llenaron una época de la literatura
en lengua castellana. El colombiano fue admirado —y temido— por sus panfletos
políticos y novelas, amén del éxito editorial codo a codo con otros autores
como Felipe Trigo, Ricardo León o Blasco Ibáñez, y el andaluz fue también
admirado y respetado por su magisterio poético.
Sin embargo, lo mismo
que otros autores que en su vida fueron perseguidos o denostados por su homosexualidad
como Paul Verlaine, Arthur Rimbaud y también pensemos en Oscar Wilde, y ya de
forma casi póstuma, en Federico García Lorca y Luis Cernuda, hemos de asumir el carácter de cada uno con sus manifestaciones críticas a lo que no les gustaba; aun así, repito, eso no quita ni
una coma al valor literario de sus obras, que es, al fin y al cabo, lo que
queda de un individuo que pasó por la vida y cuyas circunstancias vitales han
de ser de juicio de quienes convivieron con él, quedándonos nosotros nada más que
con su legado.
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