Se
dice con frecuencia, cuando se lee un texto, poesía o prosa, que el autor
escribe bien. Esta frase no es exacta pero con ella damos nuestra aprobación.
Si
hacemos un análisis de ella matizando toda su acepción empezaremos diciendo que escribir bien es hacerlo
gramaticalmente correcto tanto en la morfosintaxis como en el plano semántico.
Pero
queda más por estudiar en la frase mencionada. Y con este aspecto llegamos a lo
que significaría lo de escribir bien.
Hoy
día, cualquiera que tenga una preparación básica suficiente y un cierto soplo
de imaginación, escribe una página aceptable. Eso lo sabemos los que hemos
estado en la enseñanza secundaria. Si en una clase de Literatura se les ha pedido a los alumnos que hagan una
redacción sobre un tema libre, es probable que tanto alumnos como alumnas
escriban un folio que nos puede llamar la atención por la frescura de esa
redacción o poema. Y es posible que a algunos de ellos y ellas recomendaremos
que sigan escribiendo porque podrían con el tiempo componer un libro con textos
muy respetables.
Bien.
Pasando este preámbulo, llegamos adonde surge mi interpretación de la frase
“Escribir bien”. Aquí tenemos que entrar en lo espinoso del estilo. Se puede
escribir una obra que se hace respetar por su tema y su corrección, pero su
registro es convencional y falto de emoción en la escritura. Estamos hablando
de escritores y poetas que se mueven en un plano, diríamos que de ”profesionalidad”.
Hemos
llegado a un punto en que escribir ante unos lectores exigentes se ha
convertido en un problema. No se puede justificar un poema por su temática
solamente pensando que es muy interesante y que, además, puede estar premiado.
En
este momento hace acto de presencia los grandes consejeros de la historia
literaria en cuanto a procedimientos
estilísticos. Tenemos, antes que nada, a Aristóteles que dijo: “Dar cuerpo a
la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia”. Podríamos citar a
varios autores que consideran este tropo como indispensable para sacar la escritura del lastre del pasado.
Oscar Wilde escribió: “El placer superior en literatura es realizar lo que no
existe”. Por su parte, Juan Carlos Duque
nos avisa: “La primera condición de la poesía es que sea sorprendente”. Y,
finalmente, Marcel Proust afirma: “La metáfora pone un sello de eternidad al
estilo”.
Es cierto que además de la metáfora disponemos de otras figuras que enriquecen
el texto y que los escritores que han madurado su amor a la escritura tienen en
cuenta.
La
conciencia de que escribir es hoy sacar lo que se escribe de la masa de textos
nada sorprendentes puede producir un parón en el deseo compulsivo de escribir,
y que no es crear.
Esto,
pensará el lector, es un don. No todo el
mundo puede innovar pero sí todo el mundo debe intentarlo para que la expresión
“Escribir bien” tenga una consecuencia total, completa y no sólo gramatical.
Tal vez no lleguemos a tener un estilo propio como García Lorca o Neruda o como
Cela o Umbral, pero tendremos la satisfacción de no repetir a lo mucho que se
escribe y se lee en el tumulto de tanta escritura con buena voluntad pero
“uniformada” por la indiferencia.
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