sábado, 11 de abril de 2015

ARTÍCULOS LITERARIOS: LA FUERZA DE LA PALABRA



LA FUERZA DE LA PALABRA    





Se ha considerado la metáfora como la culminación de la poesía, su no va más sorprendente, un recurso regio que pone a prueba el talento de poetas y poetisas. Ya Aristóteles la había ponderado en su Poética. El  movimiento ultraísta la consideró como la figura máxima e imprescindible en el poema. 


Conocemos el encomio que hace de ella Ortega y Gasset en su obra La deshumanización del arte, también el elogio a manera de condición indispensable en la que la inscribe el New criticism, así como la expresión mágica que facilita el extrañamiento para el formalismo ruso, independientemente del uso que el barroco gongorino hizo de ella, tal como el conceptismo, que la integró entre sus propios entrebejos principales como la silepsis, la paradoja o la ironía. Conocemos el valor que el conceptismo le daba a la comunicación literaria, a espaldas de los fines meramente estéticos del barroco. Efectivamente, no podemos considerar que la poesía sea solamente habilidad retórica para lucir un talento que hilvana un tapiz con hilos de  metáfora, sinestesia y/o imágenes visionarias, entre otras figuras.  

Para un poeta bien dotado la metáfora es una herramienta relativamente fácil de manejar. La doble visión que tiene el poeta de la realidad —lo que se ve con el realismo ingenuo y la trasposición a un plano abstracto por semejanza— facilita la presencia de esa figura en la composición como elemento decisorio de la elevación de la palabra a categoría de arte por razones poderosas, literariamente hablando.

Pero, a pesar del lujo de imágenes que derroche un poeta en el poema, la verdadera naturaleza del texto es la comunicación. Las viejas denominaciones de forma y contenido subyacen en los entresijos de toda crítica. El lenguaje puede constituir por sí mismo un contenido. Recordemos la jitanjáfora; incluso, cercanamente, cualquier poesía vanguardista que reproduzca un aspecto material o simbólico de la realidad. Ahora bien, en la comunicación en todo su rigor destaca un mensaje del que la forma no se puede aprovechar vinculándolo a una peripecia lúdica.

Pongo por ejemplo este soneto de Francisco de Quevedo, en el que el autor exhibe una forma con el tema entretejido en las mismas funciones del significante; tanto que podríamos decir, siguiendo la terminología de Dámaso Alonso, que el significante se convierte en significado (con deliberadas intenciones paródicos deformantes del estilo del gran poeta cordobés).



Qué captas, noturnal, en tus canciones
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?               
              
Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.               
              
Tu forasteridad es tan  eximia,
que te ha de detractar el que te rumia,
pues ructas viscerable cacoquimia,
farmacofolorando como numia,
si estomacabundancia das tan nimia,
metamorfoseando el arcadumia.               
              

Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.

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