TRADICIÓN E INNOVACIÓN
Hace unos años conocí en
una celebración literaria a un poeta convencido de que escribir en verso libre
era hacer poesía moderna; o sea, que toda la poesía escrita en versos ortodoxos
era una poesía pasadita y anticuada. Realmente, me dio cierta lástima de sus
declaraciones y tuve que decirle que un tal Miguel Hernández había escrito
versos clásicos con una modernidad increíble y que el verso clásico —endecasílabos,
alejandrinos, octosílabos…— era un reto
para cualquier poeta que se preciase de moderno; que la “palabra en el tiempo”
de Antonio Machado no era innovar fuera de los márgenes lingüísticos de la
poesía sino podar el árbol de la tradición pero sin talarlo ni cortarle las
ramas; que otros tantos poetas maduros, incluso jóvenes, demostraban conocer el
oficio y luego lo rompían, como dice el tópico; sin embargo, no se alejaban de
la fuente en la que han bebido los mejores poetas de nuestra lengua: Gerardo
Diego, Dámaso Alonso, Alberti, Lorca, entre otros que escribieron en las dos
modalidades: métrica y versolibrista.
A pesar de que le cité una
frase de Goethe, como es: “Lo importante
no es hacer cosas nuevas sino hacerlas como si nunca nadie las hubiera hecho antes”, el poeta versolibrista
y autor de imágenes irracionales (según la teoría de Carlos Bousoño), no
entendía bien mis intenciones.
Pero esta novedad no está por supuesto, en la forma, que ya
conocemos en todas sus variantes métricas, sino en el lenguaje; está, pues, en
crear como dice el estilista ruso Vixtor Shkovski, un texto que llame la atención por su
capacidad de sorprender. Sólo en el idiolecto poético de un autor es donde se
innova, y todo lo que no tenga frescura en la combinación de las palabras,
escriba lo que se escriba, es un intento que no pasa de eso mismo.
El poeta, por unos
instantes parecía escuchar; después me di cuenta de que mis razones les
resbalaban indiferencia abajo. Como él hay muchos que escriben convencidos de
que la poesía moderna está de espalda a la escrita incluso hace setenta años atrás
y que cada poeta es hoy un genio
innovador ya que escribe como le da la gana. Para romper su indiferencia le
dije que buscase en internet de su lujoso móvil un poema de ese tal Miguel Hernández
que se titula “Eterna sombra”, porque ese poema reúne lo clásico y lo más innovador
en el lenguaje poético, tradicional y surrealista a la vez, que no perdiera de
vista a ese modelo, que debiera ser paradigma de todo poeta que desee ser innovador.
Sin haber conocido al
estilista ruso Vixtor Shklovski, el poeta oriolano había intuido, como genio
auténtico que fue, su teoría resumida en que la
literalidad residía en la dosis de extrañeza que era capaz de despertar un
escritor en nosotros; es decir: del reconocimiento como algo ya leído y sin
sorpresa, a la visión de un texto que emociona por lo que tiene de novedoso,
sin renunciar a lo clásico. Le afirmé que no estaba en contra del verso libre
(yo también los he escrito) ni de la palabra en libertad como dijo Apollinaire,
sino de que esos recursos se abanderaran como únicos referentes de la poesía
moderna.
Mi
interlocutor no manifestó su acuerdo pero se quedó pensando en lo que le
dije…¿Aceptaría el reto como buen caballero en el torneo de la verdadera innovación
o se quedaría apoltronado en su tienda de fáciles, abigarrados y pintorescos
cachivaches poéticos?
Sin
embargo, reconozcamos la libertad para crear como dijo Antonio Machado: “Verso
libre, verso libre…/ Líbrate, mejor del verso/cuando te esclavice”. En efecto,
hay un verso libre creador que necesita toda la iniciativa que sea para crear
nuevas formas de expresión, lejos del buen tuntún y de la pata a la llana.
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