Escribir hoy
poesía no es un oficio fácil; menos aún si se trata de querer escribir una
poesía «original». Muchos poetas jóvenes que se inician en el arte de la
escritura “bella” y se emocionan con el lenguaje que emplean, parece que
descubren los mediterráneos de la creación cuando adjetivan o crean imágenes y
metáforas, pero, en verdad, no hacen otra cosa que imitar a modelos más o menos
cercanos, como afluentes de influencia que les llegan de sus germinales
lecturas al río de su desordenado interés movido por la prisa de su entusiasmo.
Eso ocurre cuando se desea a toda marcha ser
original, pero cuando la poesía que leemos está motivada por la necesidad de
“confesión” sentimental desde la gárgola del intimismo, entonces la incomodidad
que sentimos leyendo el poema en cuestión adopta obligatoriamente una actitud
de cuestionamiento. Acordémonos de Homo Sum: “En arte no es suficiente la
sinceridad” (Austral, Frases).
El autor de este artículo renunció a muchos
poemas que tenían como finalidad el tema, la necesidad romántica de dar rienda
suelta al río de los efervescencias subjetivas. La lectura de En nuestro tiempo de Eugenio Montale y de El arte
como artificio de Víktor Shklovski me dio la clave de una rigurosa
selección en la que primaba sobre los sentimientos la exigencia de depurar el
lenguaje poético y no utilizarlo como un
instrumental ya oxidado donde no hay un reflejo de originalidad en las
imágenes. ¿Cómo agradecer al pasado la herencia recibida sin aumentar unos
quilates de creatividad? Al menos que quede el intento.
Muchos poetas —ellos y ellas— siguen
escribiendo sobre el calco de la poesía ya consumada y falta de frescura; es la
poesía que viene por los conductos de la lecturas asimiladas; es, en suma, la
poesía que se amanera, que sirve al autor de desahogo o distracción, pero que
tiene fortuna en los certámenes y en la crítica, premiada y enaltecida por
quienes tampoco tienen exigencias en la envergadura creadora. Sin embargo,
hemos de reconocer la poesía que está escrita dignamente, a pesar de su roce
con el lastre o su poco afán de creatividad: cada uno y cada una hace lo que
puede. El autor de estas líneas también ha escrito poesía lastrada y lo
comprende, pero ¡todos quisiéramos ser geniales!
Hemos de tener en cuenta la frase de
Aristóteles cuando exhorta a no caer en el tópico: “Dar cuerpo a la esencia de
las cosas, no copiar su apariencia”. O bien, cuando Oscar Wilde dice: “El
placer superior en literatura es realizar lo que no existe”. Qué alegría para
un poeta crear imágenes nuevas y también, si ello no le es posible, no permitir
que su lenguaje pueda llevar la firma de cualquier poeta del pasado cercano,
por lo que tenga de impersonal.
Podría acordarse de lo que dijo Picasso: “Yo hago
lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”.
Oscar Wilde
Un poeta
que no tenga inquietud por combinar de manera original –sin caer en el
anacronismo de la imagen visionaria- los elementos de la oración gramatical con
aquella frase de Plutarco:”La pintura es una poesía muda y la poesía es una
pintura parlante”, está, pues, abusando del pasado, y somos malos herederos que
no aumentamos en nada el caudal poético para futuras generaciones. El tema nos
hace serviles a una gramática falta de flexiones imaginarias.
Acabemos este trabajo con lo que dijo Juan Carlos Duque Franco: “La primera condición de la poesía es que sea sorprendente”.
Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.
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