Como dice Valle-Inclán, hay
que prescindir de todos los elementos secundarios en el verso y dejar solamente
aquellos que son sustanciales, como los
sustantivos, los adjetivos, los adverbios y los verbos ya que la narración
poética no es un discurso.
La
selección que hacemos en este mundo de lo mejor revelación de lo esencial
humano a modo de flashes, como si nos
trasmitieran señales de que lo que espigamos de él es un adelanto de lo que encontraremos
en sucesivas experiencias poéticas. El poeta no debe resignarse a ser un mero
escribidor de las consignas de su época, ni contentarse con que la poesía es
“denuncia”, confesión sentimental, narración de un hecho o evocación
culturalista.
El texto poético dispone, pues, de
unos recursos genuinos en su índole creadora que lo hacen distinto al
texto narrativo, que cumple un fin
literario con una óptica que en nada tiene que ver con la percepción relámpago
e intuitiva del peota. Para diferenciar su escritura de otra dispone de unas
figuras que dotan a su texto de una presencia específica.
La metáfora designa a un nombre con otro
cuya entidad se parece a la comparada. ¿Qué se pretende? ¿Buscar variantes para
no repetir el sustantivo? ¿Conseguir que esas variantes le den un diverso colorido
al nombre real como si fuese un prisma de varias caras?
La sinestesia desfigura la realidad lógica
y ayuda a la metáfora a presentar el lenguaje como un discurso que llama la
atención del lector ya que se funden conceptos y sentidos, lo abstracto con lo
concreto. Por lo tanto, la idea es no escribir convencionalmente. Hay que
emplear la gramática retorciéndola, sacudiéndola de sus funciones lastrantes
como de lectores elementales.
El poema se tiene que diferenciar de otros
textos literarios desde el punto de vista de la configuración del escrito. Si
no; ¿para que llamarlo poesía? Recurramos a Jakobson cuando se refiere a las
recurrencias que caracterizan el texto poético.
Incluso el poema en verso libre ha de
adoptar una forma parecida al poema tradicional, aunque lo traicione con la
ausencia de métrica y rigor formal.
Recordemos aquellos versos de
Verlaine sobre qué es poesía. dando una idea de la delgadez en cuanto a
retórica y ayudándose con matices del simbolismo ya iniciado por
Baudelaire:
Que tu verso sea la buena ventura
esparcida
al viento crispado de la mañana
que va floreciendo menta y tomillo...
Y todo lo demás es literatura.
que va floreciendo menta y tomillo...
Y todo lo demás es literatura.
A esto tal vez lo espoleaba
Mallarmé y lo que escribía su amigo Rimbaud. La poesía más sugerida que
explicada.
Recordemos la diferencia entre
el ergon y la energeia de Croce.
Recordemos
también la audacia del expresionismo cuando apelaba a la subjetividad para
perder de vista la realidad, obligada a pasar por el tamiz
de la lógica cartesiana.
Un paso más, y
entramos en el surrealismo, en que se consuma el proceso del divorcio con
la realidad que induce al poeta a un texto con sintaxis obediente a los
esquemas gramaticales clásicos y a la semántica dócil a lo
convencionalmente inteligible. Lo que se llama el discurso burgués o el
ocio vacacional del escribidor.
No hay poesía sin una gota de ensueño, de onirismo, de mitologización de un elemento de la naturaleza o del alma humana que transporte ficticiamente al lector a una experiencia íntima que roce lo inefable como toque de huida de una realidad agobiante, o bien, si retornamos a la poesía apoyada exclusivamente en el significado, cumpla el aforismo del poeta parnasiano francés Leconte de Lisle (1818-1896): “Sólo hay poesía en el deseo de lo imposible o en el dolor de lo irreparable”. Lo temático y la novedad expresiva.
Este artículo, como todos los
que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También
han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.
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