Cuando nos
acercamos a las diferentes maneras de pensar por medio del lenguaje, nos
encontramos con la maravilla del aforismo, ese pensamiento limado por la
voluntad de estilo. Al igual que la metáfora en la poesía, aunque con otros
fines, en el lenguaje con miras filosóficas tenemos esa locución de sabiduría
universal y lapidaria que es el aforismo.
El diccionario
de la lengua española nos define el
aforismo como una sentencia breve y doctrinal que se propone para precisar una regla en arte y en ciencia.
Sabemos, por otra parte, que aforismo viene
del griego
αφοριζειν, definir. El aforismo se distingue del pensamiento,
en su sentido esquemático, en que ha de ser conciso. Si pretende expresar un
principio, hemos de considerarlo como una sentencia, o bien un axioma.
Parece que fue empleado primeramente
por Hipócrates, en nuestro Occidente, y en Oriente Confucio y Laotsé
también hicieron uso de él. Más tarde se aplicó a la ciencia física y siempre
ha servido, de manera rotunda, para expresar ideas filosóficas, como sentencia,
adagio, proverbio, precepto, incluso refranes en su vertiente popular, y también,
de manera más sencilla, reciben el nombre de dichos y conllevan un matiz de
consejo o moraleja. lejos de otras connotaciones como regla, fórmula, apotegma.
Esas construcciones autosuficientes en su
demostración se podrían dividir en pensamientos que no entrañan dificultades en
su construcción y se expresan sin pretensión de sorprender al lector, como, por
ejemplo:
“La felicidad consiste en hacer el
bien”.
Aristóteles.
Pensamientos que se quedan en
frases sin llegar a aforismo. Los
aforismos, a su vez, se dividirían en los axiomas, que tienen una intención científica,
como una definición, concretamente un aserto que tiene valor universal, tal la
ley de Avogadro, y los aforismos. Veamos esa ley expresada en un axioma:
“Volúmenes iguales de distintas sustancias
gaseosas, medidos en las mismas condiciones de presión y temperatura, contienen
el mismo número de partículas”.
Como vemos, el axioma define
con una economía escrupulosa, pero no sorprende.
Globalmente, hemos de plantear
la cuestión distinguiendo entre axioma y aforismo.
Ya hemos constatado que el
axioma estaría reservado a formulaciones de carácter científico, mientras que el aforismo es un concepto más
amplio como puede ser la máxima, que tiene la expresión más rigurosa por su
brevedad gramatical; o sea, su concisión, e igual que el proverbio, admite una
cierta flexibilidad en sentido lato y varía en su presentación.
Veamos un ejemplo en el que la estructura está
definida por el paralelismo bimembre:
“La razón del hombre:
Si no se le escucha, todo es oscuro.
Si se la consulta
demasiado, nada es seguro”.
Alexander Pope
Otra variante, en la que domina el símil:
“Las virtudes se pierden en
el interés como los ríos se pierden en el mar”.
La Rochefoucauld
Otro ejemplo a modo de sentencia breve:
“Poco bien alegra al pobre”.
Séneca
Si tenemos en cuenta las funciones del lenguaje es de señalar otros con
la función expresiva:
“¿Me preguntas por que compro arroz
y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir”.
Confucio
También podemos destacar ciertos aforismos que emplean la función
conativa como cuando se trata de dar un
consejo, aviso, o sencillamente el autor se dirige a alguien, (distinto de la
mayoría de los aforismos, que tienen una función representativa):
“No debe afligirnos
el que los hombres no os conozcan. Lo lamentable es que no seáis dignos de ser
conocidos por los hombres”.
Confucio
Es lo que llamaríamos un aforismo sentencioso, con el que podríamos pasar fácilmente al refrán en boca
del pueblo, aunque esta modalidad se apoya más en la rima que en la construcción
sorprendente:
“Haz bien sin mirar a quién”.
Concluyamos.
Hemos citado a Hipócrates como
constructor de aforismos para uso profesional en la medicina, como el famoso
dedicado a la alimentación, pero antes de él tenemos los de los sabios de
Grecia, así como los de poetas como Teognis, Esquilo, Sófocles, Plutarco; o
bien Salomón; también Confucio y Laotsé
en Oriente. En Roma, Cicerón, Salustio,
Horacio, Séneca, Epicteto…
La relación a través de la Historia sería inacabada.
Pero no podemos olvidar a La
Rochefoucauld ni a La Bruyére, ni a Schopenhauer ni a Nietzsche, así
como a la legión de escritores de la modernidad, sensibles a la tentación de
encerrar en unas pocas palabras un pensamiento profundo al que se le quiere dar
una valoración irrefutable por su contundencia significativa.
Puede que el lector no quede
convencido con esta clasificación, pero creo, personalmente, que se podría
reducir la complejidad de las denominaciones a la siguiente sinopsis.
Con valor científico tenemos el
axioma. Podríamos llamarlo también demostración o aserto, término que no
podemos aplicar a la paremia, al adagio, a la sentencia, al proverbio; y en un
nivel más popular, al refrán.
Uno y otros han generalizado el
vocablo aforismo como una frase lacónica construida con escasos elementos
gramaticales y con valor de sabiduría universal, que no sólo convence, sino que
también fascina por su toque de sorpresa para el que lee.
Ahora bien, para captar los
valores conceptuales de manera inmediata de esa pequeña joya literaria, se
necesita un bagaje de lecturas que ayude
a crear un mecanismo de precisión de las ideas agrupadas en un todo armónico.
Los lectores de filosofía y las mentes educadas en la ciencia son los más
predispuestos a procesar con rapidez la asombrosa síntesis de un aforismo.
Este
artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también
en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de
artículos literarios.
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