Ruiseñor (Internet)
(He aquí un artículo de una serie que fue escrita en la época docente del autor y enseñada en clases de Literatura de 2º, 3º y COU del antiguo BUP, si bien han sido actualizados con algunas aportaciones más analíticas.)
La intención del formalismo poético de superar el automatismo del lenguaje literario por otro que sea más creador, asoma también en Karl Vossler (1872-1949), que acude a la doble formulación humboldtiana del lenguaje como ergon (producto creado) y energeia (creación).
Pero esta sutileza erudita no la podemos aplicar al poeta carmelita, que escribe con el solo auxilio de su propia inspiración.
En el ejemplo de la estrofa que exponemos cabe inmediatamente una estilística del sustantivo.
Esposa:
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos…
En los recursos concernientes al plano morfológico, cuando se menciona el sustantivo, tenemos que dividirlo en abstracto y concreto. También hemos de señalar la ausencia de verbo, sin duda para evitar cualquier rasgo de acción y, por lo contrario, dar una idea de serenidad contemplativa.
En cuanto al sustantivo, el primer caso, la abstracción entraña densidad de rasgo intelectual, mientras que en la visión concreta podemos considerar que se refleja una mirada observadora de la realidad que comporta el sustantivo en cuestión.
Pero la localización del sustantivo no se puede dar sin sus aspectos externos, y he aquí entonces que hemos de reconocer las funciones del adjetivo, que puede ser o un atributo o un calificativo. En el caso de la lira que nos ocupa los adjetivos son calificativos, si bien cabe en “valles solitarios” y en “ríos sonorosos” cierto matiz de atributo, pero en el contexto. De hecho, no todos los valles son solitarios ni todos los ríos son sonorosos, ya que el atributo describe una condición permanente en el nombre. Destacamos tres anáforas constituidas por los artículos de número plural para subrayar la linealidad descriptiva.
Hay que reparar en “sonoroso”, formado a partir del adjetivo sonoro. En cuanto a la función del lenguaje, hemos de señalar que se trata de una función expresiva.
En lo que se refiere a la figura del asíndeton, tenemos que se define como coadyuvante al ímpetu y a la brevedad; también a la dinamicidad. Pero aquí no se propone eso el poeta, sino más bien detener la atención del lector en una descripción pormenorizada de su propósito poético.
Lo que sí salta a primera vista es el paralelismo polimembre de los versos en sus funciones gramaticales. También se ha de señalar el famoso oxímoron de “la soledad sonora” y “la música callada”. Si echamos una ojeada al comentario métrico, observamos cómo la acentuación en la segunda sílaba de cada verso está patente, homologación que le da un ritmo de serenidad a la estrofa. ¿Es eso lo que el poeta nos quería trasmitir y es eso lo que necesitaba para apaciguar con la poesía su vida, tan ajetreada por las persecuciones de algunos de sus hermanos de religión?
Vamos a completar el fragmento literario para su unidad con la lira siguiente. No olvidemos que continúa evitando la presencia del verbo hasta el último verso.
La noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
El poeta identifica al Amado con todos los elementos que forman parte de su sosegada meditación. En esta lira continúa con el mismo estilo, sin bien remata ese espiritual deleite con una oración de relativo haciendo culminar en ese verso toda la razón de su místico recogimiento.
Si nos detenemos en el verso: ”la cena que recrea y enamora” podríamos aventurar que la oración de relativo especificativa ofrece la posibilidad de transformarla en dos adjetivos (hipotéticos, en este caso) de *recreante y *enamorante, aunque podemos recurrir a sus dos formas correctas: recreativa y enamoradora, sin bien con cierto desgaste semántico, con lo cual el paralelismo formal sería completo, en tanto el complemento del nombre “de la aurora” se transformase en “levantes aurorales”.
Concluyamos diciendo que las dos liras constituyen un conseguido ejemplo de estilo contemplativo que se manifiesta por la lentitud que quiere demostrar a los ojos del lector; una calma que denota su satisfacción igualando esa naturaleza de “locus amoenus”, tópico tan del Renacimiento, con la idea del Amado, sin que ello implique panteísmo. El poeta distingue bien su yo personal del Amado, que se deja ver en ese rapto del conocimiento (que en otra ocasión expresará como el “no sé qué que quedan balbuciendo”).
A pesar de su carácter renacentista, el texto ofrece cierto manierismo, si por esto entendemos “una personalidad artística”, un deseo de extremar la función de las figuras retóricas como se ve en el paralelismo de las dos estrofas. No olvidemos que Góngora aprovechará ampliamente este recurso ya en la época del Barroco. Queremos, sobre todo, destacar aquí la intuición del poeta en esos detalles estilísticos que van más allá de la escritura poética convencional.
Claustro del convento del Carmen de San Fernando (Cádiz). Detalle.
Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.
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