LA LITERATURIDAD (II)
El placer superior en literatura
es realizar lo que no existe.
Oscar Wilde
La
primera condición de la poesía es que sea sorprendente.
Jean Carlos Duque Franco
Parece
que no hay un rasgo único que caracterice la literaturidad: ni
biografía, ni la tradición de temas específicamente “poéticos” como son la
naturaleza, el amor, los recuerdos, etc., ni el lenguaje literario canónico
heredado de los clásicos, aunque clásicos contemporáneos, ni el contexto de una
obra cuando ésta se asienta sobre la evocación de un autor o de un tema que
implique al lector.
Los
formalistas rusos pensaban que lo que hacía una obra literaria era esa
especificidad de lo literario, por oposición a todas las adherencias que ya
hemos citado. Toda desviación, toda rareza, todo artificio que diferencie una
obra determinada de las demás, eso es lo que hace que un texto alcance ese
privilegiado nivel de auténtica literatura, que es la literaturidad o literaturiedad. El estructuralismo también
afirmaba que el lenguaje literario era anómalo, diferenciado del lenguaje del
uso habitual, incluso del texto humanístico.
En principio,
Vesario Belensky (1811-1848) y Alexander Potebnia (1835-1891) consideraron la
metáfora en prosa o en verso como el único procedimiento poético que debiera
caracterizar lo literario. Como se ve, mucho antes que el Futurismo —y luego el
Ultraísmo— estos dos rusos exaltaron el valor de la metáfora en el texto
literario. A este argumento se suma la posición de Knechenik, aunque éste no es
tan radical como Potebnia, sino que se adelanta a Spitzer cuando afirma que un
contenido nuevo produce una forma nueva. En efecto, Spitzer mantenía “el
postulado de que a toda excitación psíquica que se aparte de los hábitos
normales de nuestra mente, corresponde también en el lenguaje a un desvío del
uso normal; o bien, a la inversa”.(Illera, Alicia, 1979).
Pero fueron
los componentes de la Opaiaz
los que pusieron en su sitio a la metáfora como recurso valioso, aunque no como
con el protagonismo que le dieron las vanguardias y luego el New Criticism.
Vixtor
Sklovski (1893-1984), en especial, fue quien consideró definitivamente el arte
como artificio, pero añadiendo a la metáfora otros recursos tales como el ritmo
métrico, sus recurrencias fonéticas, tal vez un malabarismo sintáctico... Pero
Sklovski era consciente de que en el arte una innovación radical es imposible.
Entonces propuso un término medio consistente en aprovechar el factor lastre
(Guillermo Díaz-Plaja empleaba esta terminología) heredado y adecentarlo con
toques innovadores para que la tradición se modificara saliendo de su espesor
inmovilista como un río que avanza más limpio y fogoso por tramos donde caen
lluvias oportunas.
A esta
tipificación de lo deseablemente literario para los formalistas, en contra de
la crítica simbolista e impresionista de moda entonces en Europa, superados lo
enfoques positivistas, hay que añadir la valoración que hizo Roman Jakobson
(1898-1970), acuñando en el lenguaje la función poética. Según él la poeticidad
es el conjunto de los rasgos con valor estético. Pero —¡ojo!— para que haya
poeticidad tiene que manifestarse la experiencia humana con un nivel de
sensibilidad más de lo convencional. Con ello llegamos por otro camino a lo que
ya hemos planteado con Knechenik y Spitzer.
Pero no se olvide que Potebnia, mucho antes, había
mantenido la tesis de que el lenguaje literario es un lenguaje poético.
Tenemos entonces los siguientes elementos:
-La métrica, con rima o sin ella.
-Las figuras literarias, muy especialmente la
metáfora, la sinestesia,
la personificación, la aliteración, la adjetivación inusual, las repeticiones
intencionadas, el hipérbaton, la ironía, la paradoja, la antítesis...
-La imagen visionaria, que yo llamaría mejor
surrealista.
-La transgresión sintáctica, ruptura del
orden gramatical, palabras en total libertad, tan querida por los futuristas.
-La tipografía o distribución versal a gusto
del poeta. Recuérdense los caligramas de Guillermo Apollinarie y Guillermo de
Torre, y los poemas creacionistas de Vicente Huidobro y Gerardo Diego.
-Empleo del lenguaje con predominio casi total del
significante, incluso la inserción de la poesía visual.
-Los futuristas aconsejaban eliminar todos
los nexos que relacionan sustantivos y verbos, con lo cual queda más acentuada la
literaturidad.
-En
cuanto al tema, podríamos citar la
propuesta de los vanguardias en la que aconseja el rechazo de los temas
sentimentales y trascendentes, dando paso a ideas con sello de
modernidad
(recuérdese la exaltación que hace Marinetti del automóvil...)
Habrá quien lo haga con más o menos acierto, pero es de suponer que el manejo de los artificios está en razón de la interiorización que tenga el poeta del lenguaje, una larga experiencia de los materiales con los que trabaja, que se traduce en una alta “competencia lingüística” rayana en la habilidad lúdica. También podemos hablar de una revolución que tiene su origen en el orden psíquico, como decía Leo Spitzer. A más conocimiento de la lengua y más preferencia por determinadas combinaciones de elementos lingüísticos, la posibilidad de “extrañamiento” o “desvío” será mayor.
No hay que
olvidar lo siguiente: ¿Escribimos para expresar nuestros sentimientos y
nuestras ideas eligiendo un nivel de expresión de estudiada competencia
lingüística o bien queremos hacer arte con el lenguaje renunciando a los
contenidos? ¿Es ello posible o es solamente una teoría delirante, como ocurre
en la escritura automática, en la que forzosamente hay una deliberación previa
a lo que se escribe, diga lo que se diga?
Si se opta
por la segunda intención, todos los consejos son inútiles. Si se atiende a la
primera, el poeta agradecerá todos los incentivos que se le proporcione para
conseguir un grado de artificio consecuente con su ideal poético.
Podríamos
leer poemas sencillos, perfectos por su equilibrio y economía calculada en los
que los autores expresaran un contenido con especial relevancia del
significado, como si los autores utilizasen el lenguaje inconscientemente,
combinando sus elementos según una lógica -percepción según Shklovski-
invariable. Podríamos también leer poemas
de un artificio excesivo en el que el significante fuese el único protagonista.
Quizás un
término medio de hondura humana y el artificio mesurado sería una solución
tranquilizadora para el poeta que quiere “decir algo” y su responsabilidad ante
el lenguaje.
Nos queda
un paso importante en esta búsqueda de nuevos objetivos poéticos. Pero, sin
ganas de molestar a la ciudadanía de la República de las Letras, a modo de conclusión voy
a decir lo que dirán de manera irremediable otros en el futuro: No hay poesía
que desee ser tenida por moderna que no haya conseguido un alto grado de
literaturidad, o sea, creatividad que independice su escritura de todo lo que
se ha escrito antes. Y eso se consigue cuando los que escriben han sentido
pasión por el lenguaje hasta el extremo de interiorizarlo, hacerlo suyo y
mimarlo en combinaciones originales. Eso lleva al idiolecto. Si a ello se le
añade una honda experiencia de la vida, tenemos, paradójicamante, “la poesía de
siempre” escrita con frescura semántica porque convence a todos.
Lo demás
será escribir de oídas, con las combinaciones paradigmáticas y sintagmáticas de
otros autores, que serán buenos clásicos, pero no maestros de las nuevas
hornadas. Todo lo que no sea original, podrá ser respetado, pero no tenido en
cuenta como estímulo motivador. Al Tiempo emplazo para ese evento en el foro de
la evidencia de la complicada República, y no porque yo desee imponer ese nivel
de competencia creadora, sino porque la conciencia del lenguaje interiorizado
que tiene el poeta le llevará a esa emoción con su consecuente exigencia, aunque
siempre existirá la poesía sencilla, directa y sin artificios notables, y
muchos poemas de este nivel de arte elemental serán gratos, sin duda, más aún
cuando en ellos se expresa el espíritu popular.
Este artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios cuadernos de artículos literarios.
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