A. Machado en la Tertulia de San Gregorio de Segovia. Años veinte.
La
generación siguiente, alertada por las insatisfacciones de estos poetas
rupturistas, volvieron a una suerte de poesía más serena y condescendiente con
cierta herencia del pasado. La experiencia íntima, pasada por la aduana de la
métrica, más o menos mitigada, y el lenguaje menos vinculado a la imagen
irracional, se reencontraba con una poesía más acorde con la sensibilidad
española.
Volvieron a aparecer los endecasílabos
blancos bien encauzados y los alejandrinos como surcos de sementeras que
recordaban a un poeta recuperado del pasado: Fernando Fortún (1894-1914). Aquel
recogimiento literario concentrado en versos medidos y con un registro
accesible al lector de a pie, se llamó poesía de la experiencia. Fue un regreso
a “las mesmas aguas de la vida”, al decir de Santa Teresa. La poesía española salía de aquella marea
para zozobra de los navegantes, y al versolibrismo arbitrario sin ritmo de
versículo por lo menos, como una
aventura por la selva de la genialidad, siguió el reajuste de la forma,
respetable madre y maestra que ponía a prueba el talento de cada cual para
ejercitarse en la espada, aunque no se alardeara de “docto oficio del forjador
preciada”, como dijo A. Machado, figuradamente, de su verso.
Creo
que solamente hay una manera de resucitar las vanguardias, y es como si ellas
acordaran un pacto con las formas clásicas para que éstas sean renovadas en su
lenguaje y su ductilidad métrica; estimarla no significa pactar con Banville
cuando dice:
“La rime est l’unique harmonie du vers et
elle est tout le vers”.
Este
artículo, como todos los que figuran en este blog, pueden leerse
también en la web Arena y Cal. También han sido editados en varios
cuadernos de artículos literarios.
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