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Siempre se ha considerado entre los
lectores comunes que la poesía es únicamente la que trasmite un anhelo de
belleza o expresión de sentimientos. Así es como, a decir verdad, se ha
definido en numerosas ocasiones en las preceptivas de bachillerato, incluso
también en obras que trataban de crítica literaria.
A partir de la aparición de las
vanguardias esas definiciones se hicieron discutibles. Se objetaba desde los
nuevos movimientos que la poesía tradicional servía a unos gustos primeramente
cortesanos y luego burgueses. La obra de Ortega y Gasset La deshumanización
del arte, aparecida en la
Revista de Occidente, donde también aparecieron tantas obras
del mismo autor, explica las razones históricas y estéticas de esas
vanguardias. Y lo que es más: se pretende convencer al lector de que tales
tendencias no irrumpen porque se lo proponen unos escritores, sino debido a
unas exigencias dimanadas de la propia literatura. A partir, pues, de la
presencia de esas nuevas orientaciones, tenemos unas parcelas de cultivo
literario que intentaron remozar viejos estilos agotados después de la Gran Guerra, como fue
el modernismo, si bien, con la llamada Generación de 1914 -Juan Ramón Jiménez,
León Felipe, Gómez de la Serna,
Pérez de Ayala, Américo Castro, el mismo Ortega, Marañón...- la cultura española
tenía conciencia de que la renovación, tanto en el pensamiento (más conectado
con Europa que los noventayochistas) como en las técnicas de escritura tomaban
nuevos rumbos.
Pero nos salimos del tema que me ha
llevado a este artículo y urge retomarlo con mucha precisión. Es cierto que lo
anteriormente dicho vale para como respuesta a los desafíos literarios, pero lo
que me interesa destacar aquí es la amplitud del campo poético como oferta a
quienes desean, o más bien osan, ir más allá de una poesía "tradicional",
tanto en la temática como en las formas métricas. En la primera el poeta
siempre se ha sentido muy cómodo escribiendo sobre el amor, el paisaje pasado
por el intimismo, los recuerdos, la melancolía y Dios. En cuanto a los
procedimientos formales, se ha recurrido al soneto, a los versos libres o bien
a los alejandrinos y endecasílabos -mezclados algunas veces con libres-. No se
olvide que me refiero a la poesía de posguerra y, en concreto, a parte de la
actual.
Después de la llegada de los llamados
Novísimos, los motivos se han enriquecido y la línea "culturalista"
ha sido muy cultivada. También coincide con la vanguardista, la
"veneciana" y la neobarroca. Esto suponía la superación de la poesía
social, que llenó dos décadas, codo a codo con la poesía del Grupo cordobés
"Cántico", verdadero esfuerzo por traer nuevos aires, desde Juan
Ramón Jiménez y el Grupo del 27, a la poesía española Aun así, considero que la
poesía más madura está en la crítica, la que satiriza con diplomacia y contención.
Considero, pues, el epigrama (recuérdense al latino-español Marcial y a
Juvenal, así como a Quevedo) como la expresión más difícil por razones de
concisión y brevedad. Así lo definía en el siglo XVIII Iriarte: "A la
abeja semejante, / para que cause placer, / el epigrama ha de ser / pequeño,
dulce y punzante".
Se podría
aventurar que el cultivo del epigrama requiere unas dotes especiales (lo mismo
en la métrica la ejecución de la sextina). Creo que más que habilidad, lo que
se necesita es capacidad de síntesis y una visión de conjunto con miras a la
consecución de un cierre eficaz, en este caso como en el soneto. Es, por lo
tanto, un desafío literario que va más allá de lo que hoy ya podemos considerar
puro convencionalismo poético, por las razones expuestas más arriba.
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