Ni el perfume de
cedro que me llega
si recuerdo el Cantar de los Cantares*,
ni el lamento de Job* desatendido,
o ni epinicios con clamor de estadio
por Píndaro*, o Eurípides* que baja
los héroes a la piel de cada día;
ni el amable balar de los ovejas
de Virgilio*, al ocaso, en su campiña,
ni Bembo con el lujo esplendoroso,
ni la melancolía de Petrarca*
en su estudio evocando a Laura muerta,
en este suceder de los instantes
finales de mi vida como un río
que se acerca a la desembocadura,
me consuela, oh hermanos que entonáis
rezos para el viático que espero
aquí en mi celda, lúcida anfitriona
de mi memoria que calor le pide
a aquel Beatus ille mi horaciano,
paraíso final hacia el que voy
a recibir la calma suspirada
durante todo mi existir, torneo
de la disputa, a veces eludida;
no le quité su brillo a la
Vulgata,
fuente de la que tantos han bebido,
agua para la sed de los sedientos
que buscan calma a tantas inquietudes,
pues agua transparente es la
Palabra,
murmullo de los cielos en la tierra,
sugerencia en los pliegues de la fe
para que así el Cantar de los Cantares
sea escuela, vestíbulo del alma
que va ascendiendo a cotas más divinas.
Nunca dije que yo la interpretase
con otra voz distinta a la que tiene,
que es un eco de Dios en los umbrales
¡del alma del salmista, flor del arpa
con sones como pétalos sonoros.
Nunca opuse a la voz
insinuante
de Dios como caricia iniciadora
de los altos misterios, la voz mía,
que es rea del error si no lo evito,
las voces de los hombres se combaten
entre sí en la palestra del litigio,
son voces con carcomas de ambiciones,
que se quedan en ecos cuando el tiempo
se las
lleva a un silencio de desvanes
donde
muerden el polvo del legajo:
son esas
voces que me acusan hoy
desde el
adarve amargo de la envidia,
ballesteros
de saña y cobardía
cuyos
dardos untados con maldades
me dan en
la diana de mi honor,
y sangre
clandestina de tristeza
balbuce
todavía esa mañana
del
juicio, ignorante yo de quiénes
apuntan
como rudos ballesteros
contra la
corza azul de mi inocencia.
La cárcel,
boca ávida e insaciable
de
libertad, es gruta donde hieren
todos los
pensamientos más sombríos
con dagas
de pesar... Pero yo era
tan puro
como el alba que sonríe
estrenando
blancura, y el suspiro
del
condenado, se trocó en diez versos
(“Aquí la
envidia...”) Y cuando cinco años
volaron
por rendijas de impotencias,
volví a un
tenaz “Decíamos ayer...”
La cátedra
emergió de sus tinieblas
para ser
otra vez faro de almas
en el mar
en que ansiamos lo absoluto.
Y luego la ladera de mi huerto
(“Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas sin testigo,
libre de amor, de celos,
de vanas esperanzas y recelos”.),*
retirada la vida a sus confines,
se me ofreció plantada como quise
en surcos de mis versos, a la sombra
tendido y sin más yedra coronado
que el laurel invisible de la
Gracia,
ni más músico plectro que la lira
de los Nombres de Cristo** en mi reposo.
NOTAS:
*Los nombres de obras y autores a los que
tradujo fray Luis
*Oda a la vida retirada de fray Luis
**Obra de Fray Luis (1585)
Premio de Poesía Casa de Castilla y León en
Sevilla (2010)
De El mar que te debo y otros poemas premiados (2011)
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