domingo, 22 de julio de 2018

FINAL DE LA DESOLACIÓN DE LA QUIMERA O LA MUERTE DE LUIS CERNUDA



   

           FINAL DE LA DESOLACIÓN DE LA QUIMERA
                 O LA MUERTE DE LUIS  CERNUDA



                              Él trae sinsabores de Los Ángeles
y viene enfermo. Escribe a Gil de Biedma
que ama las claridades mexicanas
(y su repudio a reconocimientos
innúmeros de médicos si quiere
continuar en la Universidad
de Southern). Vuelve con sutil recelo
a la finca de Concha*, aunque un disgusto
nublan sus relaciones, en Tres Cruces.

Otra edición de Ocnos le preocupa
y revuelto en papeles pasa el día.
¿Se acordará de España, de los cielos
andaluces, Sevilla, La Giralda,
calle Conde Tójar donde viera
la luz, El Salvador, que es la  parroquia
donde lo bautizaran y...”Recuerdo
aquel rincón del patio de la casa
natal, yo a solas...” La memoria le abre
su arcón de estampas viejas: “La escalera
y yo sentado en el primer peldaño...”
¿ De allí le viene el cauce clandestino
de una tristeza que destila muda
la batalla interior y cotidiana?
La remembranza alienta nuevamente:
“Allí en aquel silencio subrayado
por el rumor del agua, con los ojos
abiertos...la penumbra que realzaba
la vida misteriosa de las cosas...”*

Hay dos felicidades que le asisten
en estos días ya preliminares
de su partida. Una alegría invade
el corazón amenazado y siente
llegado como a cota de conquista
cuando un estudio serio de su obra
le envía una alemana. El otro gozo
le llega desde España  “...el nacimiento
ya de mi ahijado y próximo tocayo,
que agradezco y celebro.”*
                                            Y omo el que prepara
un testamento, todo está en la calle:
verso y prosa alimentan las pupilas
lectoras por libreros y a anaqueles,
pero con el sabor del desterrado
que siente voces, calles y paisajes
lo mismo que una música de fondo
e inevitable en el hondón del alma,
hasta que en la mañana de noviembre
la muerte con su zarpa sigilosa
prensa su corazón como a una presa
desprevenida un buitre. En Coyoacán,
en su cuarto, el poeta está sentado,
ya la pipa caída y, él, viajero
de lo eterno.
                       Paloma Altolaguirre,
que lo descubre se estremece y llora.
Sus últimas palabras: una carta...
“Ningunas ganas tengo de escribir...
Uno se aburre de tenerlo todo
en contra...” Allí olvidaba —oh qué descanso—
la cruda realidad contra el deseo
y La desolación de la quimera*,
y expira Como quien espera el alba*.


De Lámparas votivas (2007)




NOTAS

*Concha Méndez, viuda de Manuel Altolaguirre.
*Ocnos de L.C.
*Epistolario inédito de L.C.
*Obras de L.C.

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