domingo, 22 de julio de 2018

EMPIEZA LA DESTRUCCIÓN DE BÉCQUER O CENTELLEA EL PODER DEL ENSUEÑO





Garabatea el dedo de la lluvia
en los duros cristales
(un tropel de bisontes por las nubes
ha sido la tormenta).

Entre vaivenes, entre zarandeos
el coche traquetas.
Hundido en el gabán, el cuello exhibe
un collar de agua fría.

Nombela se adormece. Él, silencioso,
devana la madeja
del ocio con los ojos. Le distraen
aceras salpicadas
de la cristalería luminosa
de la noche hecha añicos.

Mendigos que en los sucios soportales
están arracimados
surten en su memoria enredaderas
anidando en ruinas
de capiteles y de rosetones,
de claustros de sillares,
de escalinatas y de balaustradas,
de pedazos de estatuas.

Ve en los haranos y en los arambeles
azules campanillas
y en los zapatos agujereados,
tronchadas azucenas
festoneando el pie de los balcones
donde surge la amada,
que tras el abanico balancea
dulcemente el equívoco.

No sabe que su cuerpo es ya un seguro
anfitrión de la muerte,
y sueña que es su débil esqueleto
como un alto castillo,
o que la sangre sube por sus venas
como un frío guerrero.

Trastocada el enfriamiento de sus sienes
en corona de hierro
que un dios la obsequia, y que es arenga de oro
a un pueblo se estornudo.

Nunca despertará. Con fausto y brillo
grana y alza su sueño.
Los que luego sostengan su agonía
serán súbditos fieles
de un reino que él gobierna solamente
con su gesto de enfermo,
y un monumento hará para los siglos
de su lecho mortuorio.

De Mis espejos preferidos (1999)










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