martes, 17 de julio de 2018

ANTONIO MACHADO




En una tertulia de Segovia, 1923
 


En Antonio Machado, como en todos los poetas herederos del romanticismo, el paisaje está presente. El paisajismo sirve de marco a los sentimientos y a las reflexiones del escritor. Hoy, en que el paisajismo no aparece como protagonista en el poema, sino que ha desaparecido considerado ya injustamente como anacrónico, o como pretexto y recurso de principiante y de poeta de segunda y tercera fila, nos alegra encontramos con unos versos como estos:


La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda".


Machado canta esta floreciente estación como otros poetas lo han hecho, y la ponderación mía se debe a que en él, un tema tan tópico y manoseado, adquiere frescura y puesta al día en lo que a presentación lingüística se refiere.

Tratándose de un poeta enormemente topográfico y descriptivo, la naturaleza en todos sus aspectos abunda en su poesía. Pero no por el hecho fruitivo de la descripción como motivo central, sino que en ella connota, o sea, añade como vivencia personal, una porción de su experiencia de hombre:

Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera...".

En efecto, el amor, la nostalgia o la exaltación -"¡Primavera soriana, primavera!" -condicionan la presencia de ese estallido de yemas, corolas, verdes desnudos, aire fresco y transeúnte por ramas y tallos. 

Abril es el mes que se repite con frecuencia en las citas primaverales del poeta, siempre mencionado con sus atributos más característicos. "Abril florecía / frente a mi ventana." "Son de abril las aguas. /Sopla el viento achubascado, /y entre nublado y nublado /hay trozos de cielo añil". "Era una mañana /y abril sonreía". "Abril sonreía; yo abrí la ventana /de mi casa al viento... / El viento traía /perfume de rosas, /doblar de campanas...".
Antonio Machado, al contrario que Juan Ramón Jiménez, no experimenta depresión y borrosa melancolía ante ese fenómeno de explosión floral y azules todavía titubeantes. Es curioso detectar en él una poesía meditadora, que contempla la vida y la naturaleza con ciertas conclusiones filosóficas, y por encima de esa gravedad, como si tratara de un palimpsesto, otra poesía que se rejuvenece con la observación, digo mejor, con el estupor admirativo ante los elementos naturales y el amor. Sin embargo, no es Machado un poeta exclusivamente paisajista ni pensativo a raíz de analogías entre sus ideas y el paisajismo. Leyendo sus proverbios, vemos en él un poeta filosófico, sin la acritud de Quevedo ni el culturalismo de Borges. Su filosofía, representada a veces por Mairena y Abel Martín, arranca de la vida misma.
Doy cierta importancia a esta consideración que he hecho. Ciertamente, la primavera en este gran poeta noventayochista no aparece, repito, como un adorno o un pretexto del que abusaron otros, sino que cuando el poeta admira, lo hace con una llamada de la soledad (gran constante en la poesía machadiana), con un instinto de celebración y con ánimo de espera incansable.
No en vano, ante el olmo seco y hendido por el rayo, y en el colmo de la identificación con el renacimiento anual de la tierra, Machado esperaba con su corazón abierto a la luz y a la vida, "otro milagro de la primavera".


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