martes, 17 de julio de 2018

¡ANÍMESE A ESCRIBIR!



 Revista poética "Bahía", año 1973

No tema el lector sensato: con este artículo no pretendo ensanchar la nómina de los escritores de la Isla (o de los escribidores, como dijo una vez Francisco Carrillo, nuestro paisano, autor de Por los siglos de los siglos). No sugiero en absoluto que se mida la literatura por la relación de escritores y metros cuadrados de la ciudad. Lo que aquí propugno es nada más que una excursión modesta y sin anhelos de gloria por el papel.
En Francia, que ha sido desde la Edad Media la tierra de las Letras, mucha gente escribe por el sencillo placer de entretenerse.

No hay nada más exultante y relajador en la creatividad que volcar en una cuartilla (o en el ordenador, da lo mismo) unas opiniones o unos sentimientos. Se trata de dialogar consigo. Lo escrito no tiene por qué ser una acta notarial de ese monólogo. Sería un esbozo de autorretrato con gratificación de fondo por aquello de que nos hemos desahogado.

Los primeros psicoanalistas recomendaban a sus pacientes que escribiesen mucho como una medida de alivio a sus tensiones profundas y guardaran lo escrito para leerlo tiempo después. El resultado era que se lograba una especie de curación de los problemas inconfesables. Con un poco de valentía, el paciente lograba desenmascarar su propio subconsciente y lo liberaba de aprehensiones, muchas de ellas estúpidas y procedentes de falsos complejos. Era y es un sacrificio muy rentable, por lo visto. Muy rentable psicológicamente hablando. Con ello el individuo consigue descorrer una cortina que no le permitía ver la realidad como es. En el mejor de los casos, escribir puede significar un ameno cultivo de las propias impresiones. Un recreo en vivencias que nos acompañan y que deseamos fijar a manera de triunfo sobre otros recuerdos desagradables.
En el artículo anterior destacábamos la importancia que tiene incentivar el talento de niños y jóvenes en colegios e institutos. Con el hecho de escribir también se beneficia el hablante que somos. En la enseñanza de la Literatura, a los alumnos se les puede impartir clases de esta disciplina insistiéndoles en que el estudio de los textos les ayuda a dominar mejor la lengua tanto por escrito como por el uso oral. Ese dominio entre la corrección gramatical y la riqueza de vocabulario les ayudará en los exámenes de otras asignaturas y también en oposiciones y entrevistas laborales. La lengua sería entonces una matemática de nuestros conceptos. Pensamos y expresamos lo pensado insertándolo en el continuo fónico de una palabra, como se dice en Lingüística. La importancia del cambio de un fonema (por ejemplo: lodo/codo), o bien de una tilde (lástima/lastima) es decisivo. Hasta este punto tiene capital interés el ejercicio de la lengua.

Pues bien, estas reflexiones no tienen otra finalidad que la de exponer sencillamente lo divertido que es aficionarse al manejo del idioma, cualquiera que sea la intención del hablante. No vamos a entrar en los argumentos que emplean los lingüistas más eruditos. Nuestro propósito es más llano y utilitario. Aconsejamos que la gente le pierda el miedo a sentarse delante de una cuartilla. Escriba usted desde su intimidad a la expresión escrita aquello que más le obsesiona. Es una buena terapia. Ser escritor es una ambición más compleja y poco recomendable, si no se está preparado para una guerra sorda de indiferencias calculadas y menosprecios resentidos por parte de los mismos "escritores", sean locales o no.

Usted escriba lo que le dé su imperial gana y léalo tiempo después. Entonces se dará cuenta de las muchas tonterías que escribimos y que antes hemos pensamos. Pero mientras esas tonterías queden en casa o permanezcan a buen resguardo en un cajón, no pasará nada. Lo malo es cuando se da a la luz y el escritor se expone a una crítica censurable. Claro, que si se escribe en determinadas latitudes, pasará desapercibido, ya que la gente es poco aficionada a leer. 


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