Bajo este cielo gris, y como huidiza
esta mirada hurtándose a los datos
terribles de tu losa funeraria,
Antonio, no sé cómo me sostengo
en pie cuando me cercan como tropa
amenazante los recuerdos. Pido
a los cielos me sea leve el trance
del asalto a la almena de mis sienes
de tantos años, tantos versos juntos
que mellizos de gozos nos hicieran
a los dos entre viejos bastidores
de teatro —“La Lola, La duquesa, Julianillo,
Mañara, Las Adelfas, La Fernanda
o bien El hombre que
murió en la guerra…”-—,
las noches del Madrid que todavía
cantaba chulapón y zarzuelero,
en plática contigo y los amigos
en el Café Español, el de Varela,
la tertulia de Arranz y los ensayos
en los viejos teatros —el Princesa,
el de Reina Victoria, el Español
o La
Comedia, con Ricardo Calvo,
la Xirgu, la
Membrives, la
Guerrero.
Después vinieron días de zozobra
y también de esperanza que cegaron,
igual que a un manantío, los violentos.
Como si recordara los embates
del oleaje en una gran tormenta,
así vino, incivil y descarnada,
la guerra que enfrentara a los hermanos.
Envuelto en una niebla disidente
te veo, Antonio, amante insobornable
de una España más justa “que alborea
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea”.*
Pero, mayor deudor de mi pasado,
vi en el retorno de las tradiciones
la quietud de aquel mar tempestuoso
(“ ¡Ay del pueblo que olvida su pasado
y se entrega insensatos desvaríos…!“*)
Sin embargo, aquel pánico que a todos
los españoles nos zarandeaba,
me motivó a escribir versos que luego,
aclarada la niebla del espanto,
sepulté en el hondón de la memoria
como el elogio al sable del Caudillo,
que ahora en los recuerdos se me clava.
Aquel viaje a Burgos con Eulalia
nos separó en el cuerpo para siempre…
Domado este dolor igual que un toro
rebelde que detesta la divisa,
así mi corazón acepta y muerde
el destino y su oscuro desconcierto,
que te dejo en la losa como un ramo
de mis mejores flores: mi tristeza,
que me acompaña como antaño fuimos
de verso a verso y de café a café,
enredados los dos en los asuntos
de la Talía airosa y andaluza
y
en los viejos recuerdos de Sevilla
el palacio de Dueña, nuestro padre,
maestro que nos dio a beber kla copla.
Puedo decirte lo que tú una tarde
dijiste al borde de la sepultura
en duelo silencioso a un buen amigo*.
(“Y tú, sin
sombra ya, duerme y reposa;
larga
paz a tus huesos.
Definitivamente
duerme un sueño
tranquilo y verdadero.”*
NOTAS:
*Campos de Castilla, poema CXXXV.
*Sonetos
tradicionalistas.
*Su esposa.
*Antonio Machado y
Álvarez, “Demófilo”.
*Campos de Castilla, poema CXXVI.
De Lámparas votivas (2007)
De Lámparas votivas (2007)
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