sábado, 17 de agosto de 2019

COSMOVISIÓN POÉTICA Y COMUNICACIÓN 2





En la actualidad, en la narrativa se observa un moderado esteticismo y una prosa desnuda que nos dan una idea de lo que es la renovación de estilo. Pero volvamos a la poesía como tal, como vanguardia pionera de hallazgos que, merced a sus valores connotativos, arranca el filón de una cantera de lo increado. ¿Hay en el poeta una perpetua insatisfacción en el poeta auténtico, por encontrar expresiones deslumbrantes? Entonces tendríamos dos clases de poetas: los que se cansan de unos recursos heredados y se afanan por sorprender a los lectores, y los que están motivados por intuiciones reveladoras de ideas y sentimientos universales. Sin llegar por ello a la profecía, el verdadero poeta busca lo claro desde lo oscuro, como decía Goethe, y hace de la metáfora un arte prodigioso para expresar lo abstracto por lo concreto, lo general por lo particular, lo que procede (¿del espíritu?) de una psicología profunda, por medio de elementos tangibles y coloristas. Todo poeta que lleva un mundo interior en lento, pero hábil despliegue, no se esconde en la oscuridad, sino que saca a la luz ideas que nos dan pista de la sabiduría, de la bondad y de la belleza, los tres grandes universales en los que se mueve la humanidad.

De ahí que poesía y poeta sean coherentes, y esa unidad le da confianza para elaborar como la abeja su miel de descubrimientos interiores. No está nunca desasosegado por las modas -comadres antagónicas, como las llamaba Amado Nervo-, sino que vive en un mundo aparentemente hermético, pues es poroso a todas las insinuaciones de la realidad, y es, sin que él lo sepa muchas veces, toda una visión del mundo, toda una cosmovisión, porque como dice Wordsworth, poeta inglés (1770-1850) “La poesía es el aliento y el más sutil espíritu de todos los conocimientos...”. Los Novísimos, al contrario de los poetas de la poesía social, creían que ésta jamás cambiaría el mundo, pero yo sí estoy convencido de que la poesía será con el tiempo lo que fue en el mundo clásico, concretamente en la Tragedia, una síntesis de la experiencia humana. 

Y tal vez, como quería Horacio, también eduque al pueblo, deleitándolo en los valores culturales y espirituales que él posee, pero ahora están falseados, emborronados y pisoteados por la decadencia de nuestro Occidente.

En más de una ocasión hemos tratado en estas páginas de un tema de difícil dilucidación: las posibles diferencias estilísticas entre la literatura y la poesía. A primera vista el problema estaría resuelto si aventurásemos provisionalmente la idea de que literatura es la de los seguidores, segundones o no, la de los clichés, la que está perfectamente escrita, pero no añade nada nuevo a lo recibido; y la poesía, por lo contrario, es la que tras el sello de lo extrañador, lo que sorprende por una expresividad que rompe los esquemas de lo ya experimentado por el lector. Poesía innovadora frente a poesía lastrada. Véase para este problema Hacia un concepto de la literatura española de Guillermo Díaz-Plaja, Austral.

Pues bien, invocando la innovación como caballo de batalla en el poema, hemos de recordar las diversas Estilísticas que se han preocupado del estilo. Todas ellas tienen un común denominador: la idea de «desviación», acuñada concretamente por Rifaterre y Hernández Vista, y con ella se entiende la posibilidad de definir los rasgos más propiamente estilísticos de un texto literario. En esos rasgos hay que presuponer también la noción de Figura, tal como la consideraban los tratadistas clásicos. Entrar aquí en la lista de las figuras sería interminable; bástenos tener en cuenta la metáfora, las simetrías, los simbolismos y la adjetivación original como «hechos de elección», según Daniel Devoto. Por su parte, el Formalismo ya había definido el estilo como un «extrañamiento» frente al uso automatizado de la lengua, incluida la que llamamos literaria como registro de nivel superior frente al habla, no sólo por la corrección (que la tienen otros textos, tales como el humanístico, el periodístico, el jurídico, el científico...), sino por su riqueza léxica.

Tenemos, pues, a tenor de esa misma diferencia estilística, por una parte, el texto que no sorprende, que no añade ninguna novedad en tropos y figuras; por otra, el texto que nos emociona por su voluntad creadora. Se me objetará que hago un convencido hincapié en el lenguaje, y no le doy importancia al tema. Pero justo es decir que desde las vanguardias los motivos, que tanto obsesionaban a los poetas y escritores del realismo, incluso a los modernistas y más aún a los noventayochistas, a partir del 27 serán secundarios. Para el desarrollo de esta idea, véase La deshumanización del arte, de Ortega y Gasset, Revista de Occidente.
                                          
La renovación poética del 27 se sumergió en el cauce de la poesía garcilasista de la posguerra, y más tarde en la llamada poesía social, entre la denuncia y la reflexión. Fue el Grupo Cántico el que, ya avanzados los años cuarenta, trajo aires nuevos a la poesía española con las raíces arábigo andaluzas y la herencia de Juan Ramón. En suma, toda una apuesta por una poesía predominantemente estética sin alardes esteticistas, en la que la belleza desborda la anécdota o la delicada historia que se cuenta o sugiere. Los Novísimos, a finales de los sesenta, tomarán cuenta de este gesto y enriquecerán el panorama poético en varias direcciones con la intención de no volver a una poesía lastrada y clásica a ultranza. En todos estos poetas alentará un firme anhelo de creatividad, aunque no siempre se consiga el bienvenido deslumbramiento.

No quiere esto decir que todos los autores implicados tengan una cosmovisión poética propia como la tuvo un Neruda o el mismo Juan Ramón, dos poetas, como se ve, tan distanciados en sus visiones y expresiones. Lo cierto es que la comunicación ya sea de un mundo propio, ya sea de un sencillo y fugaz sentimiento requiere en estos momentos, como mínimo, un confiado sacudimiento de toda la hojarasca prestada por otras generaciones.

Un reto de exigente y entusiasta afán creativo se nos pone en la aduana de la consagración como si nos dijese: «O César o nada». En todo caso, si se es un epígono con dignidad hemos de decir con el poeta inglés George Meredith (1828-1909): “No habléis de genios frustrados... El genio hace lo que debe y el talento lo que puede”.


En este último artículo de la serie insistiremos en la tajante diferencia entre la literatura al uso y la poesía como creatividad, como novedad digna de ser tenida en cuenta, y no el disparate que se nos quiere meter de contrabando. Dijimos en su día que el surrealismo había cumplido una misión loable y necesaria en su tiempo, como era sacudir un árbol para arrojar la hojarasca postmodernista. En nuestros días, la preocupación no está en confiarse inconsciente y esperar que por el automatismo de éste surjan brotes de genialidad. Lo más probable es que quien esto aguarda llegue nada más que a esperpento literario de buena voluntad.

El estilo propio no se forja con el esfuerzo del talento, sino que germina espontáneamente; se revela como semilla, aunque el poseedor afortunado de ella tenga que cultivarla. La genialidad no se busca, sino que se recibe como un encargo, como una dádiva más bien de la que luego uno se tiene que hacer digno. Aquí se cumple el mandato mítico de la inspiración como un don de las Musas. 

El auténtico creador es siempre precursor, lo sabemos; pero tiene que hacer ver a sus contemporáneos que él trae una antorcha con la que alumbra a los demás. Se me podría objetar con un argumento expuesto ya en otros artículos de esta serie. Se trata de la imposibilidad del genio puro, creador improvisador que trae novedades increadas. No es a ése a quien me refiero. Pensemos (lo hemos discutido en otros momentos) en Góngora o Rubén Darío. En ellos hay una amalgama de elementos culturales que logra una síntesis feliz. Góngora juega con el hipérbaton latino y los numerosos cultismos que introduce (ya Juan de Mena lo había intentado). Del poeta culterano hemos de admirar su capacidad para crear metáforas y un instinto certero para la adjetivación. Con el nicaragüense nos hallamos con una inteligencia, un talento acaparador de culturas capaz de un sorprendente precipitado estético que lo convierte en indiscutible jefe de fila. Ni uno ni otro han inventado nada; sencillamente han trenzado unos elementos ya existentes, pero que en su trama se asocian y consiguen exhibir un precioso tapiz que sirve de enseña a poetas necesitados de nuevas orientaciones. ¿En qué se parece la poesía de Campoamor a la de Rubén? En nada; o bien, en la métrica parcialmente. Lo mismo cabría decir de Góngora con respecto a los poetas de los Cancioneros del siglo XV. El mismo Lope de Vega, como poeta, tampoco inventa nada; emplea los procedimientos que ya ha utilizado Garcilaso, que es también un talento aglutinador como los otros mencionados, pero con un mérito mucho mayor, pues él es quien crea la poesía «moderna» española; hace triunfar el endecasílabo italiano frente al octosílabo genuinamente castellano.

Consideremos todo lo dicho como introducción a una hermosa inquietud, como es la de innovar, ya como aglutinador, ya sea como supuesto improvisador. Debe ser emocionante para un artista, cualquiera que sea su medio de expresión, encontrarse en sus manos con un pequeño filón de creatividad, aunque haya que despojarlo de la ganga de los adherentes irrelevantes.

Ciertamente, todos los aspirantes a poetas originales han acariciado más de una vez la idea de escribir y sorprender a los lectores. Y no por vanidad, sino por entusiasmo y por saberse poseedor de un mundo propio. Pero hemos dicho «mundo propio» y con ello evocamos una cosmovisión. ¿Volvemos, como un ritornello, al tema que se ha sustentado desde el principio, o sea que el creador lo es en su integridad de experiencia y palabra?

Que cada uno piense lo que quiera. Yo estoy convencido de que la auténtica genialidad nace de una evolución del pensamiento -o del sentimiento, para los románticos-; lo demás, es un intento vago y malabarista que se queda en un surrealismo de euforia fugaz.
Tomado de ARENA Y CAL,
Revista Literaria y Cultural Divulgativa, número 66
















 

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