miércoles, 7 de agosto de 2019

MANUEL AVEZUELA: DESDE LA HIERBA

Manuel Avezuela Calleja nació en San Fernando (Cádiz), España, en 1926 y reside actualmente en Madrid, después de muchos años de estancia en Nueva York.

He aquí las reseñas a dos libros suyos editados escritas por J. R. M.

DESDE LA HIERBA
Ediciones
Abril. Mérida (Venezuela), 1964

Hacer la reseña de un libro que gusta es un placer inexcusa­ble; más todavía cuando se trata de un autor a quien se conoce y cuya humanidad ya es un aval valioso para creer en el conte­nido del libro en cuestión. Ahora bien, si además el autor es isleño y sentimos por ello la connota­ción de su obra, el entusiasmo del reseñista se crece y es en­tonces agradecimiento y grati­tud, más que oficio y colabora­ción.

Desde la hierba es un li­bro de poemas editado en las Ediciones Abril de Caracas (Ve­nezuela) hace casi treinta años. Su autor: un isleño llamado Manuel Avezuela, nacido en 1926, que vivió de niño en Ia calle general Valdés y que hoy reside en Nueva York, disfru­tando una jubilación ~que en ocasiones alterna con Madrid y La Isla de San Fernando.

Recuerdo que en 1964, una tarde de primavera o vera­no, en el patio de los Hermani­tos Real, José Luis Tejada pre­sentó este libro, recuperado hoy de entre tantos otros libros que duermen su glorioso sueño de enmohecida y ya humienta gloria.

El libro es breve, como casi todos los libros de poesía, 53 páginas, pero jugoso. Nos ofre­ce tres partes bien diferencia­das. En la primera "Madruga­da interior" se abre con una dedicatoria a su padre en el gesto conmemorador de partir el pan en la mesa. Todo este apartado está transido de hu­mildad, de visión contemplati­va de la vida con Dios al fondo, nunca exaltado, pero siempre aludido: “Amanece, y ya espe­ras,/ callado siempre, serena­mente / ingrávido y de oro. / En el rocío estás multiplicado / y entero en cada hoja, en cada / hierba que te comulga/sobre su verde lengua diminuta”.
El agua, las salinas “Can­delero de pitas/ horizonte de fuego. / Limones en el agua / quieta de los esteros. /Y un cielo blanco y malva / cuadriculado en ellos”, “el aire puro y el tiempo evaporado”, las vidas pequeñísimas de los insectos, la cal, los jaramagos, el sol y las jazmines, la campiña y las vi­des aparecen difuminados en su verso, en cierto modo, escueto y sin excesos barrocos.
 
En la segunda sección “Seis textos españoles” el autor nos expresa su malestar ante la in­fluencia todopoderosa del mundo angloyanqui sobre Oc­cidente (recuérdese que el libro está escrito en plena guerra fría) y el atraso de España, a su modo de ver: “Se necesita ser demasiado rostro pálido /para creer que el mundo tiene por eje a U.S.A. /, y Europa vate sólo treinta y tantas monedas”. El dolor del poeta sensibilizado ante las realidades que le ro­dean está bien reflejado en los versos de este apartado en el que el “Llanto y elegía por un pueblo” podría ser una buena muestra de la poesía social que por aquellos años daba sus cole­tazos finales. Dios, que era un tema obsesivo en la poesia es­pañola de aquella época, no aparece, sin embargo, aquí con los trazos convencionales de entonces, sino que su preocupa­ción está minimizada y embe­llecida en un verso desnudo y necesario: “Señor, llorar es bueno /: se llora porque se ama /, y nos hace profundos/el dolor que nos mata”. 

Versos auténti­cos y sentenciosos (todo verda­dero poeta es filósofo velado, no se olvide). El sentimiento de nobleza y tolerancia ante ese tema que irrita al poeta en oca­siones tiene, sin embargo, un predominio de lirismo exquisi­to que le da tono a la totalidad del libro. Pero un lirismo fino sin inútiles redundancias ni mimo del tópico. En “Salmo de invierno” hay una lejana reso­nancia de Antonio Machado cuando Manuel Avezuela ex­presa su amor a Castilla. En los alejandrinos blancos de “Entie­rro”, se reafirma la humildad que nos persigue a lo largo de la obra.

La tercera sección está com­puesta de “Siete sonetos del Sur”, de factura clásica por su perfección y moderna por su flexibilidad. Sus títulos: “Bote”, “Poda”, “Gaviota”, “Pisa”, “Atardecer en la bodega”... son bien expresivos de su destina­tario: una nostalgia que llena el corazón del poeta y con cuyas referencias la unidad del libro queda consumada.

En cuanto al lenguaje, nos sorprende que Manuel Avezue­la, alejado de las batallas litera­rias a través de revistas y con­ventículos de café y mafias de amiguetes bien colocados en la estrategia del mundo literario, posea un decir decantado de filigranas de marchamo andaluz sin tópicos. Su verso fluya imponiéndose por su sencillez al lector, tanto en los endecasílabos sobrios como en el arte menor minucioso y delicado. Una Isla refinada y sin lugares comunes se asoma por el tras­fondo del libro, si bien con unos matices sureños generalizado­res soñados desde Hispano­américa, que enriquecen la at­mósfera del poemario y, repito, le dan unidad entre lo que ad­mira y lo que lamenta. Yo diría que Desde la hierba es un libro de poemas escritos por un an­daluz en la América española desde la que siente nostalgia por el Sur y desde donde tam­bién siente la ira de la proble­mática social que le acredita como poeta y hombre de su tiempo. Una protesta no al uso, sino elegante y al mismo tiem­po humilde y bien hecho, o sea. desde lo esencial humano, desde la misma hierba.

   Un libro que pide a voces una nueva edición para que sea cono­cido por los isleños. Un libro que nos quita el sinsabor producido por tanta poesía desmañada con ínfulas de genialidad, que no es enternecedora hierba sino orgulloso jaramago.




Jugándose la vida

Manuel Avezuela
Fundación Municipal de Cultura
de San Fernando (2004) 105 páginas


Precedido por un prólogo de quien esto suscribe, Jugándose la vida es un conjunto polimétrico de poemas que el autor desenvuelve con un estilo dentro de un realismo mitigado por una sensibilidad luminosa en la que los pormenores biográficos quedan veteados por un fino lirismo.

Dividido en cinco partes: “Juego limpio”, “Juego peligroso”, “Juegos arriesgados”, “Juegos de vida o muerte”, “Viaje de ida...” y “...Y vuelta”, no tiene por qué constituir un poemario coherente en sus partes. En poesía siempre cabe la sorpresa, incluso la contradicción entre sus miembros constitutivos.

En el caso de Manuel Avezuela, como ya comentamos en su libro anterior Desde la hierba, el verso discurre sin inquietudes que lleguen a la zozobra, aunque se trate de un verso que circula por los corredores de la poesía social. El entorno del poeta está como amansado por las aguas de un mar tranquilo: “El mar se pone dulce de naranjas partidas / y la playa es un largo beso crepuscular / mientras el tren recorre la cintura delgada / de la bahía / a cuyo pie la oscura silueta de la ciudad / destaca sobre la gran última página cárdena de la tarde”.

La actitud del poeta es contemplativa en algunos casos como ése, pero ello no impide que en otros momentos exclame: “¡Quiero cantar el poema sangrante / de un pueblo que se ríe de pena y llora de alegría / incomprendido y hecho monumental clown de un circo / por una población insensata de más de treinta millones de celtíberos”. Versos libres entreverados como signo de protesta ante ciertos hechos.
El poeta tiene también palabras de elogio para las tierras hospitalarias como Caracas, con un nombre de amigo: Luis Pastori y un poema en inglés: ”American Bach-Yard”.

A pesar de la lejanía, está presente la nostalgia con el mar del fondo, el mar de la bahía gaditana: “El mar de plata / en esta tarde clara / y el sol limón dormido / sobre el agua y el cielo azul / con sus ovejas blancas...”

Manuel Avezuela aparta la mirada de los deleites descriptivos que le dan serenidad y escucha la voz de dentro como todo poeta auténtico que no se queda en la superficie resplandeciente de las impresiones sensoriales: “Descanse en paz la libertad / a que hemos nacido / los hijos del miedo... / Que nos den a morder un pañuelo / para que podamos ahogar el grito, / la necesidad, la urgencia/ de la palabra noble / que dejó huérfanas familias / enteras de palabras / como justicia, campo, economía.”

Cuando el nervio lírico lo requiere, Avezuela rompe el esquema métrico y no tiene preocupación por el estilo, entendiendo por esto una búsqueda de expresiones inusitadas y sorprendentes.

Este segundo libro del poeta isleño Manuel Avezuela nacido en 1926 y residente en Nueva York, aunque con frecuentes venidas a la Península, nos da una visión más amplia de su temática poética, hasta el punto de pasar de una poesía intimista y paisajística a otra que se hace eco de motivaciones sociales, pero en ambos casos sin perder el norte de la autenticidad.







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