martes, 6 de agosto de 2019

METÁFORA



“La metáfora es la aplicación a una cosa de un nombre que es propio de otra" (Aristóteles, Poética, cap. 21). Sigue Aristóteles diciendo que "la habilidad para utilizar la metáfora entraña una percepción de las similaridades" (Aristóteles, Poética, cap. 22).

Otra definición parecida: “Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita”.


(Recuérdese, como hemos visto en otras ocasiones en este apartado, que el ruso Alexander Potebnia basaba todo el poder de la palabra literaria en el uso de la metáfora como sensorialización del pensamiento. Pero Sklovski juzgó luego que las imágenes no siempre sirven para “objetualizar” el pensamiento, sino que sirven para polinominar el significado de lo creado; por ejemplo, que varias metáforas se asocien por isotopía en un significado. Véase este modelo -del autor del artículo, como los demás-:



Islote de vigilia,
oscuridad que encalla,
pleamar de silencio,
despertador abúlico...
Es el insomnio.)



Sea cual fuere la definición que demos, quedará claro: que la metáfora sirve para explicar ciertos conceptos con nombres que traen a los sentidos el significado pictórico de aquéllos. Si hablo de la amistad, un nombre abstracto, y la comparo con una gavilla de trigo, tiene, sin duda, un colorido que hace la significación más comprensible al lector. La gavilla es la amistad y los haces de trigo son los amigos. Sencilla pero expresiva, creo. Pongamos otros ejemplos:



1. Se rompió tu esperanza, ballesta de ilusiones;
la ira, en su tormenta, fue volcán de tu pecho;
tu oración cayó al suelo, mendiga del milagro,
y fue tu desengaño un ajuar hecho trizas.
2. Lámpara de tu cuerpo, lábaro es de tu espíritu.
Sé el anfitrión de un huésped que te trae la antorcha.
Que tus ojos no sean cálices de unas lágrimas;
adarves han de ser para dardos que envíes
a la calle, palestra de este bélico mundo.


Repito: queremos con ello darle énfasis a todo lo que queremos exaltar y para tal fin le buscamos un objeto con el que guarda cierto parecido. Por ejemplo si digo:


“El cielo es como una llanura azul”.
“El pozo sucio del patio me recuerda la sentina de un barco”.


El patio quedaría comparado con un barco, lo mismo que la extensión del firmamento se me antoja una llanura azul. Todavía en la comparación hay como un cara a cara entre lo real y lo comparado. No nos atrevemos a sustituir una por otro porque quizás el proceso de identificación no nos parece acabado, aunque garantice un intercambio convincente.

Esto significa que para que lo comparable pase a sustituir a lo comparado, es decir, lo real a lo semejante por parecido, hay que conseguir una comprobación de que se puede llegar a un grado satisfactorio de exactitud.


Sin embargo, no nos hemos preguntado el porqué de la metáfora. ¿Obedece a un prurito de juego por parte el poeta? ¿Es un alivio para el cansancio que produce el empleo de un lenguaje servil al realismo escueto y desnudo?

A ningún lector le desagrada leer un texto en el que determinados nombres giran, por el hecho de la similitud, en torno a otro. Veamos.


Si describo el viento como: “Corriente de aire producida en la atmósfera por el encuentro de diferentes presiones en áreas distintas”, el lector no se sorprenderá puesto que no le he dicho nada nuevo. Es una definición científica. Si digo:


-Hace viento en la calle.
-El viento está muy fuerte. Son expresiones carentes de novedad.
-El viento está muy furioso.

Aquí hay una personificación. Se representa el viento como un ser humano o un animal con furia. Pero si escribo:

-El viento es la cólera del aire. Entonces hay un rasgo novedoso que detiene la lectura rutinaria del lector. Veamos otros ejemplos:

-El viento es la rebeldía del aire.
-El viento es la extrasístole del aire. Es rebuscado, sin duda.
-El viento, novio de veletas.
-El viento, fusta del aire en los tendederos.
-El viento, dardo invisible que agujerea el aire
-El viento, leopardo en la arboleda. Son más fluidas.

Hemos de distinguir tres tipos de metáforas. Empecemos por la llamada imagen o símil:

-El viento furioso en la arboleda se parece -es como, se me figura, se me representa- a un leopardo.

Sigamos con la metáfora pura:

-El leopardo del viento recorre la arboleda.

Ahora la metáfora impresionista con aposición:

-Furia y rugido, el viento, leopardo en la arboleda.


Podríamos aventurarnos con un tipo de metáfora llamada múltiple, que se parece a la isotópica que hemos visto anteriormente, pero con un toque onírico, que dejaremos para otra ocasión.


¿No es el poeta un “traductor” de los conceptos más profundos a otro idioma, el de los sentidos, cumpliendo aquella frase de Goethe: “Yo me confieso del linaje de esos que, de lo oscuro hacia lo claro aspiran”? ¿Y el mundo de los sentidos, no está compuesto de objetos que arrojan movimiento y color? ¿No es, por tanto, la comparación el procedimiento idóneo para ello?

La metáfora enriquece nuestros recursos de expresión literaria; no es el fin que persigue la poesía, sino sólo un instrumento que explica otros aspectos de la palabra cuando ésta se esfuerza por revelar contenidos de nuestra conciencia. Creo, con toda honestidad, que la experiencia profunda y el artificio expresivo son los dos pilares básicos del templo del poema. Divagaciones, mimetismos oportunistas de época, extravagancias, servilismos de tendencias y retornos por impotencia a otros caminos ya trillados, no enturbiarán ese espejo en que el auténtico poeta se podrá mirar satisfecho de “la obra bien hecha” (independientemente del sentido juanrramoniano). Le dieron un protagonismo especial los poetas arábigo-andaluces y las vanguardias, en especial el ultraísmo, la consideró como tropo sustancial del lenguaje poético.


Hay que confiar en futuras hornadas de poetas que, merced a la fe inquebrantable en los valores humanos universales y en el uso de un lenguaje poético en un cien por cien, traigan ardiendo entre sus versos la verdadera Poesía.


El Internet puede ser un buen mensajero de esa voluntad insobornable del poeta auténtico que lucha por una poesía básicamente humana y cubierta con la “fermosa cobertura” -como diría el Marqués de Santillana- de un lenguaje atractivo, oro de la expresividad ya levigado del barro de las frases hechas o raras bajo pretexto de genialidad. Lo esencial humano y el artificio: vida y arte como el maridaje más indisoluble y feliz. La metáfora al servicio de la totalidad del poema como un tejido de ideas y recursos literarios.


En otro artículo trataremos acerca de la “literaturidad”, pero antes, permítame el lector despedirme con un pensamiento mío sobre la metáfora:


“Las metáforas originales son como las monedas en cuya acuñación leemos inmediatamente su significado y valor, mientras que las metáforas lexicalizadas son como monedas en las que no se ve nada más que el metal desgastado”.

ARENA Y CAL, número 151

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