sábado, 24 de agosto de 2019

LEER, LEER...







Hace poco tiempo, la lectura era quehacer formativo. Decir leer significaba estudiar paralelamente a los libros de textos. Más adelante aparecieron las revistas frívolas y la lectura perdió su carácter serio y minoritario. Las publicaciones ilustradas pusieron al alcance de mucha gente una posibilidad de entretenimiento o de cultura pequeña para iniciar a los que no podían acceder a los libros de gran envergadura.

Lo mismo que la enseñanza, la lectura cubre un amplio espectro social. Los jóvenes tienen una familiaridad con los libros que asombran a los mismos profesores, hasta el extremo de que presentan una capacidad crítica elemental bastante sólida y ni que decir tiene que profundizan con un criterio más formado. Es inútil vociferar por parte de muchos adultos que la juventud actual está mucho menos preparada que antes y que incluso se muestra más salvaje y despectiva con esos valores.

Aparentemente los jóvenes pueden parecer más deportivos e irrespetuosos con las concepciones tradicionales, pero en el fondo, cuando se les ve estudiar y trabajar en un aula esas apariencias se desvanecen y el profesor no puede negar su sorpresa observando cómo el rendimiento es mucho más alto de lo que esperaba.

Voy a decir una cosa obvia: eso ha sido posible gracias a la cultura. Con esto he querido señalar que la lectura progresiva de las distintas etapas han posibilitado ese, llamaríamos adiestramiento, ocio que en fases superiores aligera allana las dificultades que puedan surgir.

Ahora bien -y a esto quería llegar-, cuando se hayan cubierto grandes niveles de conocimiento e incluso de curiosidades, hay un cierto cansancio y el lector, joven maduro, se fatiga.

En otras épocas se desconocían muchas regiones y costumbres, además, de la ausencia de la televisión, mas el cine fomentaba el mecanismo insólito de la fantasía. Cuando el interés por esos temas se ha satisfecho con creces y los medios de comunicación anteriormente citados han llenado de imágenes 1os ojos de la gente, la lectura ha perdido gran parte de acicate que tuvo antes.

Podemos resumir diciendo que los jóvenes de hoy tienen un trato con los libros del que antes carecían sus padres y abuelos. Están mejor preparados para esgrimir un criterio. Por otra parte, la televisión y el cine han sustituido en gran escala a la lectura por la cantidad de imágenes comentadas que aportan. Nos encontramos, pues, con una cierta fatiga mental propia de las épocas de acumulación cultural, pero a esto hay que añadir la diversidad de entretenimientos de que dispone el mundo civilizado de hoy. Es ahora cuando hace su aparición esa pregunta, a, la que daremos contestación otro día: leer, ¿para qué? 

Tomado de Arena y Cal Revista Literaria Divulgativa número 102




 

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