martes, 13 de agosto de 2019

LA ISLA REDIVIVA O DE UNA ISLA QUE SE FUE

                LA ISLA REDIVIVA

            (ISLA DE SAN FERNANDO-CÁDIZ-)

                            O
   
           RETORNOS EN LA MEMORIA
            DE UNA ISLA QUE SE FUE


               

              
 

     Cuadernos de la Tertulia Río Arillo

                            80



 Edición del autor. No venal y sólo para miembros 
 de la Tertulia Río Arillo de Letras y Artes.

Foto de portada:
Patio modernista de casa isleña.
Foto cedida por Jerónimo Prieto Pontones

Interiores:


Esquina del Gordo.
Foto de Pilar Barral Vila

La calle Real hacia las Monjas vista desde la Esquina del Gordo.
Archivo Quijano

Centro Obrero.
Archivo Quijano

Calle Real hacia las Monjas desde la Esquina del Gordo.
Archivo Quijano

Plaza del Carmen.
Archivo Quijano

Barca a medio hundir.
Cuadro de Ángel Torres Aléu

Compuerta.
Archivo Quijano

Ayuntamiento.
Archivo Quijano

Tienda de Amalia. Interior. Detalle.
Foto de Mercedes Mena Coello

Esquina del Gordo con tienda de ultramarinos.
Foto de Pilar Laura Fernández Guijarro

Calle Real. Politecnia, a la derecha.
Archivo Quijano

Ventanas del mercado central.
Foto de José María Hurtado

Puerta del mercado central, cara a la calle Lepanto.
Foto de José María Hurtado

Araucarias desde la plaza del Carmen.
Archivo Quijano

Recogida del Nazareno.
José María Hurtado

Barbería de Jezule (izq.) y Casa Medina (dcha.).
Antonio Vázquez Acevedo

Cartel de toros.
Antonio Vázquez Acevedo

Mercado central. Interior.
Archivo Quijano

Patio de las Callejuelas.
Foto de José María Hurtado

Plaza de la Iglesia. Años sesenta.
Archivo Quijano

Patio modernista de casa isleña.
Foto de Jerónimo Prieto Pontones

Fachada de casa isleña (calle Real).
Foto de Mercedes Mena Coello

Todos estos textos están tomados de cuadernos
y libros editados ya. Las fotos constan en el libro 
editado en papel.


Junio de 2015





ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA…

 ESQUINA DEL GORDO, ESQUINA…

 

Esquina del Gordo, esquina

de mi infancia y juventud,

feria del chiste y la broma

y mentidero común.

Las carteleras del cine

anunciando su debut.

El tranvía, años más tarde

lo arrincona el trolebús.

El marisco, la caballa,

la mojama, el higo —algún

pregonero buscavida—,

la media limeta, el mus,

los güichis con sus rumores,

paraíso del tahúr.


Se ve venir por las Monjas

a Mangolo, el ataúd

en la cabeza. En el barrio:

—¿Quién se habrá muerto? Inquietud

que conlleva la pregunta.

Una a una es multitud

la gente que se va yendo

al más allá, lentitud

del Tiempo que se la lleva

como vista tras un tul.


Cantiñeos por lo bajo

nimban mi memoria aún

(¡Y sabiendo que te miro

orgullosa pasas tú!).

Cada día y sus sucesos,

la madrugá de Jesús,

las saetas del Compare

y el Palma, en su plenitud

esas voces que compiten,

y el gentío, que es alud

que desde las Callejuelas

sube hasta la noche azul.

 

Fue la gracia y la miseria

de la posguerra al trasluz

de este recuerdo que hoy llega

a mi corazón, al sur

de mi infancia en una esquina

que fue sombra y que fue luz,

que fue pena y alegría:

la vida, que es cara y cruz.

 

De CANCIONERO MEMORIAL (1961-1981)

 


       


           

          
       

                VISITAR LOS “SAGRARIOS”




Hay en la fraseología popular andaluza expresiones metafóricas que no  carecen de gracia, aunque, en ocasiones, como en este caso, rocen la blasfemia; pero es seguro que Dios perdonará semejantes dislates cuando son dichos sin mala facundia.

Desde niño he oído yo en la esquina del Gordo, mentidero de mariscadores, pescadores de bajura y salineros, esa frase:

“Ya viene Joselito de visitar sus sagrarios”

Había que ser muy tonto para no entender el sentido traslaticio de lo que se decía, y más aún si Fulanito venía describiendo sospechosos tumbos y desgranando balbuceos ininteligibles.

Además, el que lo afirmaba no estuvo  ajeno a peregrinaciones de esta mísma índole cuyos recorridos eran habituales, empezando por la calle de Enmedio Casa Julio, el güichi de Evaristo, subiendo la calle del Pozo el tan taurino Bar de Maera, abarrotado de carteles y fotos de toreros; más arriba, el güichi de Lucio y el Bar de Gabino, con el puestecito de mariscos que ponía Manolo el gitano y, enfrente, el Café-bar El Gordo, al que venía hacia las diez de la noche mucha gente para escuchar con café y copa los tres números de los Ciegos, que primeramente Manolo y años después Antoñí escribían en una pizarra apaisada.

Pero sería yo injusto si restringiese el uso de esa frase a los parroquianos del barrio: era de general empleo, incluso entre los jóvenes. Claro, que los recorridos de éstos eran otros.

Entre mis amigos de entonces —los permanentes y los circunstanciales— los itinerarios empezaban en Los candiles, frente al Economato de Marina, antiguo. Allí, por cinco reales, ponían el cata con buenos filetes de caballas.
Luego entrábamos en El Pálido. En invierno, dentro; en verano, al fresquito, bajo los laureles de la Plaza del Rey: vino de Collantes y suculentas almejitas nautas en su salsa colorada. Había uno en la reunión que sentía una declarada debilidad por la ensaladilla del Bar San Diego y el vino de Vélez. Se seguía el itinerario; dejábamos atrás Nueva España, Bar Madrid; a veces, entrábamos en El Palacio, luego en el Patio Maestro Luis, con su apetitoso bienmesabe, y, como si fuera broche final del trayecto, Los Dardanelos. En este había una tapa característica: la carne “mechá” con su inseparable tomate y su chorrito de aceite. Le llamaban el bar de las reverencias porque cuando se alzaba el platito para beberse el aceite, había que encorvarse para evitar que uno se manchara la chaqueta y el pantalón.

 GUÍA COMERCIAL DE SAN FERNANDO, 1992
  


    
          EN LOS PRETILES EL VERDÍN HUMEA...


          En los pretiles el verdín humea
seco ya por el alto sol orondo.
Se ve el pueblo entre verde, azul y blondo
desde la vieja cal de la azotea.

Los esteros, joyel de la marea,
las Callejuelas, la almadraba, al fondo.
La Ardila y el Canal, lejano y hondo,
y el silbido del tren que clamorea.

El vértigo se para y se alucina
en la almena: terror de la vecina
que nos grita detrás del tendedero;

y la Calle Real debajo bulle
por la serpiente de alquitrán que huye
en un tranvía que renquea fiero.





 UN RECUERDO DE A FINALES DE LOS AÑOS CINCUENTA



Madrugada del Viernes. Es ya la una.
en la Esquina del Gordo. El bar. Rumores.
Llegan gentes de los alrededores.
Remonta San Antonio*, ancha, la luna.

La churrería. La candela brilla.
Todo está listo y echa ya la masa.

Se recoge El Silencio.
                                     El tiempo pasa.

Suenan tambores por la Escalerilla.


El Paso de Jesús llega a la Esquina.
Detrás, la Virgen. El Compare afina
la saeta y, con brío, enlaza El Palma.

Humo. Gentío y entusiasmo. En breve,
el Encuentro: emoción que se conmueve
cuando Amargura suena y pica el alma.

*Patio de San Antonio, hoy mercado del mismo nombre.

San Fernando Información, Cuaresma de l993


y de Pasión que es también la tuya (2009)



LOS CARTELES DE TOROS, EL BOTIJO..


      
Los carteles de toros, el botijo,
Manolete y su mítica mortaja,
un almanaque, un jarro, una tinaja,
recortes de Belmonte y Lagartijo.
 
 
Jezule va del chiste al acertijo
mientras apura, diestro, la navaja.
Comenta: "Qué mal come el que trabaja..."
Pero pronto retoma el regocijo.
 
 
Barbería, espontáneo mentidero,
donde, en preñez, la libertad murmura
en baja voz su sueño invernadero.
 
Mas, después de la oculta picadura,
Jezule, con irónica premura,
ahuyenta tan incómodo avispero.
 
 


TEMPLA LA VOZ CON VINO Y CARRASPEA...



Templa la voz con vino y carraspea,
y anima al guitarrista con desplante,
ensaya el tiento gutural del cante,
mientras que el guitarrista zangarrea.
 
Ha evocado a Farina y taconea
dándose ahínco. Pasa por delante
del güichi gente, allí toda expectante,
esperando un cantar que no alborea.
 
Piden más vino -y tapa, porque hay hambre-,
en tanto que ahora el público es enjambre
en el güichi, que ya se decepciona.
 
“Pero era un truco -dicen los artistas-
para vivir, y, aunque no sois turistas,
perdonad, porque el hambre no perdona”.
 


         AQUEL NIÑO MIRABA LOS CARTELES...
                    

 
            
Aquel niño miraba los carteles
de toros con olores de bodega:
Litri, Aparicio, Rafael Ortega,
sobre la redondez de los toneles.
  
El güichi de Maera: a sus dinteles
aquel niño asombrado, lento, llega
y ve a la gente que discute y juega
para en el vino adormecer sus hieles.
 
Sacra y altiva, igual que un minarete,
la cabeza de un toro, y los retratos
junto a los matadores de tronío,
 
ornados de anecdóticos relatos,
y un túmulo ideal de Manolete
que llena su estupor de escalofrío. 
  
     DOMINGOS DE LA NIÑEZ



Hace no sé los años -pues los enturbia el tiempo- yo venía a esta puerta del Teatro, a las doce más o menos, y en medio de los infantiles rumores, los niños nos cambiábamos los tebeos de entonces: El Guerrero en su anhelo de febril reconquista, El Cachorro limpiando los mares de piratas, Alcázar y Pedrín, detectives sagaces, y aquel Hombre de Piedra, o aquel Espadachín y no sé cuántos otros, deleites semanales, héroes que alimentaban nuestra agraz fantasía; crecidos con el pan y manteca, deudores del honrado remiendo y de la dita, fuimos supervivientes de un naufragio de penas en un mar de miseria y de necesidades, pero con la ilusión hirviendo en el bullicio de aquellos años niños jugando al escondite, a pídola, a los bolis...

Aquí tal entusiasmo nos hacía entre horas mercaderes astutos, perspicaces tratantes, pues la felicidad entonces dependía de aquel bello negocio semanal, pintoresco, a espaldas de la rancia y austera enciclopedia de la escuela primaria, Cara al sol y el Rosario por la tarde los sábados ansiosos de domingo. Los tebeos llenaban de solaz y quimeras una imaginación inquieta como el viento, el viento de levante que anunciaba el orondo y lento velonero con su pregón metálico.

 Mas, después de unos años, otra vez a la puerta del glorioso Teatro de las Cortes, enfrente ahora de carteles que anuncian la revista, perdida la inocencia los años soñadores de aquellas dos películas que a las tres de la tarde levantaban la veda a la sed de aventuras: Tarzán, Kim de la India, los cowboys, Gary Cooper, Calabuch, Jeromín, Marcelino, Jerónimo, el pateo en la euforia del audaz  muchachito que a la heroína frágil a liberar se lanza en trote atronador por la vieja pantalla...

Aquellos niños luego estrenaron el hombre y tuvieron carné de dieciséis años para ver las películas de las gentes mayores...Vinieron las mujeres de hermosura atrevida, picarón escenario de apetencias frutales, el guiño insinuante y la equívoca letra. El corazón del niño, ya mudada la piel de aquella adolescencia, se estiraba, crecía con el hombre en primicia, y al entrar y salir del Teatro, es seguro que ya no se acordaba de las tres de la tarde de domingos lejanos, ni de El Hombre de Piedra, ni de los caramelos, ni de los altramuces y las pipas compradas al rubio del carrito, que a la puerta del viejo Teatro se ponía.

Hoy que el tiempo ha volado como las gaviotas por esteros y playas, contemplo entre mis manos tebeos de esos días, de aquellos mediodías, que son más luminosos porque ya son recuerdos. Pero ¿cómo olvidar a la ida y venida de la casa al Teatro, los bares de una calle Real en bullicio y tapeo, las radios preparadas para cuando las cuatro Altavoz Deportivo y el ardiente entusiasmo por aquel San Fernando ascendido a Segunda, en su cumbre de gloria aquella delantera, la más goleadora.

Hoy que el tiempo me llega como reverdecido y con el viejo aroma de las cosas perdidas y las caras aquellas que perdieron más tarde sus cándidas sonrisas cuando el mundo les dio a beber su amargura, acaricio de nuevo los tebeos y cierro los ojos y me veo con la maleta negra asfixiada de cuentos, camino del Teatro y a lomos de una viva ilusión que arañaba con las manos el cielo, un cielo que tenía horizontes muy claros: las huertas, las salinas...


              De  Memoria reverdecida (2002)



         BARRIO DE LA INFANCIA

                        

Días de aquella Isla de encanto provinciano, con su calle Real intacta todavía y gentes conocidas, que no eran muchedumbres; cuatro coches, los carros con sus burros cansinos, tropel de bicicletas a las seis de la tarde desde el Concejo, río hasta las Callejuelas. El barrio y su sosiego. Silencio mañanero. Las calles, su barrido y su riego moroso de vecinas tempranas, saludo y delantales, canturreando alegres al compás de una copla de la Piquer, la Lola, el Pinto o Valderrama. El serrucho del Mirlo cuando la amanecida -fogatas para el frío- refilando maderas, olor a pan caliente desde el horno del Cuco (que fue banderillero de Joselito el Gallo) a su panadería, y el humo de los churros de la esquina -mi madre, simpatía, paciencia y heroísmo-, la máquina del café con su pito anunciando frescor de amanecida en el Gordo o en Gabino, choque de cucharillas, la cola ocasional por las granzas sobrantes; las recias campanadas del reloj con cigüeñas deshojando tañidos en la paz del entorno; y la mañana, lenta, trenzando su rutina de pregones y gente cotidiana, el barrio, sus casas solariegas con los hierros forjados de primores barrocos, sus zaguanes de mármol, azulejos miniados, portones señoriales, y nombres y apellidos de realce y respeto: Ibangrandes, Togores, Almeidas y Lazagas, Don Álvaro, Monzones, Granados o Palaus; y los patios aquellos populares, ruidosos, con sus cruces de mayo, tiestos junto al aljibe, el ditero a la puerta voceando los nombres de vecinas morosas aplazando la entrega; de las Monjas al Carmen con su curva y el viejo renquear del tranvía, tintineo monótono parecido al martillo de la Hojalatería en pugna con la sierra ahogada entre virutas de la carpintería legendaria del Muerto; y el barbero Jezule, al ritmo sus tertulias de la limpia navaja o de la maquinilla, poniendo una mordaza de chistes ingeniosos a la baba rebelde con su lava política, o evocando una tarde de Rafael, gloriosa; feria la barbería  de carteles y anécdotas, igual que el parloteo en el taller bullente de José el Zapatero, crisol de comidillas y hervidero discreto de las nuevas del vulgo -hambre para el soborno y chantaje a la honra, el querido a hurtadillas, la novia embarazada por aquel marinero que se fue para siempre, querida con alhajas, marica despuntando, cautela frente al tísico que pasa como un perro, el asistente guapo que comentan vecinas, la criada de pueblo, las peleas de patios, estraperlo, cantiñas fragmentadas al modo de las tonadilleras, espécimen del último varieté en el Teatro...

Alguien -niño- contempla, acumula, condensa en sus pupilas la historia fustigada por dentro de este drama que endulza sus costumbres con “Qué se le va a hacer” y “Dios dirá mañana”, esbozo de sonrisas y gestos resignados de tan tristes hazañas, retiene en su memoria imágenes y voces, los sucesos, los guiños del tiempo despiadado, para cuando encanezca el corazón a solas y cual fruta madura la evocación le caiga, tenga, al menos, las señas, como brasas tenaces, de un fuego que fue un día padre de esta memoria. 
                                    
                            De Memoria reverdecida (2002)




 ANÉCDOTAS EN EL PATIO DE LA CARNICERÍA



     
Entra en el patio donde algún vencejo
y golondrina ponen recias notas.
Junto a pozo y aljibe, manirrotas
de flores las macetas, con gracejo.

Ecos aún frescos oye de un festejo:
bautizos, bodas, cruz de mayo, gotas
de vino y de guitarra, y las chacotas
y las historias de un vecino viejo.

También los malos tiempos con sus dientes
hambrientos devorando el alborozo
miserable del ir tirando apenas.

Anécdotas de barrio de estas gentes
y el ditero que pone sobre el pozo
el bazar que distrae tantas penas.

SAN FERNANDO INFORMACIÓN 

(Extraordinario de la Feria del Carmen y de la Sal, 1995)






EVOCACIÓN


                       A Ignacio Bustamante Morejón

En olor de levantes y láminas de esteros,
cal de las Callejuelas y geranios de patios,
yo recuerdo de niño los destellos de julio
con albas encendidas, dianas mañaneras,
y la Capitanía de galas ataviada;
versos de don Gabriel, el órgano del Carmen,
los rojos cortinajes cubriendo las columnas,
y ese río de gente con su fe caudalosa,
reclinatorios propios, pardos escapularios,
devotas viejecitas, fervor carmelitano;
y, fuera, en !a Plazuela, las pérgolas colmadas
de verdes ya quemados por el sol veraniego,
y el viento sacudiendo las gruesas buganvillas,
los chiquillos de entonces, más fieros e inocentes,
las familias entorno de la berza o el puchero
oyendo en sobremesa la alegre catarata
de !a radio y !os discos aquellos dedicados,
la lista interminable de Cármenes felices,
y una paz que aún no había destrozado el seiscientos.


En olor de levantes y láminas de esteros,
con rumores de ahogados en la vieja Vaera,
pregones vespertinos de lisas y caballas,
ruidos de ostiones y pinchazos de erizos,
y un torpe cantiñeo salpicando los bares,
la ilusión y !as luces de la larga Velada,
las miradas equívocas del amor despuntando,
y calles y lugares y gentes que se fueron,
todo el ayer, ahora, desemboca en mis sienes,
y soy mar de recuerdos, corazón del pasado.

                     De Cancionero memorial (1981)




                 
A UN CANDRAY A MEDIO CUBRIR POR EL CIENO
            DE UN MUELLE PESQUERO

  
   Con la cerviz ya hundida y castiga
   por el peso de soles y de bruma
   ofreces todavía a las espumas
   el honor de tu vértebra empinada

Que estuvo hasta tu proa abarrotada
de peces, lo recuerdas y te abrumas.
pero, a pesar, de que hedor te inhumas
resistes, sin embargo, la bajada.


Ni el colmillo del agua compañera,
ni el verdín que a tu proa la adornara
perdonan a tu sucia calavera;


igual que el pescador que te embarcara
hoy su vejez lo abate y desampara
y se muere, mirándote, a tu vera.

   De Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)




 CANASTO BAJO EL BRAZO Y LA COLILLA...


                 

 Canasto bajo el brazo y la colilla
permanente en la boca, rictus mudo.
Se tiene que meter medio desnudo
en la compuerta, el agua en la rodilla

Le roba al cieno el pan que lo mancílla
con el sudor, el frío, el estornudo.
En la vejez, el desamparo crudo
le espera y el reúma en la costilla.

Cuando vende la carga del canasto
el güichi habitual le da su fasto
con vino y aceituna zapatera.

No tiene otra querer ni más consuelo
este mariscador que mira al cielo
y se confía a Dios a su manera.

                      De Las señas perdidas (1992)


DOS RECUERDOS DE UN VERANO DE LOS AÑOS CINCUENTA:
¡A BAÑARSE A CAÑOHERRERA!

I

El huerto de Togores, la palmera
montando guardia frente a Sacramento.
El callejón de Chaves, polvoriento,
y escolta de la pita y la chumbera.

Torrealta, la senda costanera
hacia el Observatorio, corpulento.
Huertas: Marín, Frasquito, Chaves... Lento
y pendiente el camino a Cañoherrera.

La Vía, donde niños gritan, bajan
y, libres, ni las aves aventajan
su alegría, sujeta a tantas pruebas.

¿Qué les reservará luego el destino?
Y van comiendo con fruición las brevas
cogidas a lo largo del camino.


       


HACIA LA ALBERCA DE LUISA

                      A Javier Pérez Ruiz

II

Cancela chirriante (en el bostezo
de la siesta calmosa) con maraña
de campanillas. Dentro ya, aledaña,
la casa. Estío, sombra y desperezo.

La tarde suda un dorondón espeso,
pero en la alberca el sol es blonda araña.
Ufana aquí la juventud se baña.
Broza en las aguas hay por aderezo.

El mismo ocaso, lívido de anemia,
también se moja. Pero nos apremia
ya, desde el porche, a una señal, Luisa.

A nuestra contumacia el perro ladra,
muge la vaca en la anchurosa cuadra
y hasta un pato ganguea y nos avisa.

                 Revista “ÁMBITO”, (1999)





LOS BILLARES. SUBIR LA CUESTECILLA 



Los Billares. Subir la Cuestecilla.
Tras el ayuntamiento está el mercado.
El Parque, al fondo. El sol le ha orificado
en cada copa una fugaz capilla.

La subasta. Después los pesadores.
Arrastre de las básculas. Ruidos
y voces. La cantina. Distraídos
al olor del café zumban rumores.

Pasan las horas. Con un libro amaña
su aburrimiento en distracción. Pasea.
Silba. Por lo bajinis cantiñea.
En la floresta el sol, múltiple araña.

García Lorca: “ ... y en el horizonte,
¡lejos!, se hunde el arcaduz del día...”
Y así se cura la monotonía:
el verso. ¿Qué mejor hay que la afronte?


 De Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)





EN UN RINCÓN DEL MOSTRADOR ESCRIBE... 
 
     
En un rincón del mostrador escribe
mientras está aguardando a la clientela.
Desde sus versos -atalaya- vela
el ocaso y su cárdeno declive.
 
En el umbral del callejón exhibe
la tarde su incendiada ciudadela
y el corazón está de centinela
mirando los rescoldos que describe.
 
En un rincón del mostrador delira
un poema, antigualla que es joyel
donde hay brasas lucientes de esa pira.
 
Mas si la realidad en sí es cruel,
¿no es bella y consolable esta mentira,
aunque sea espejismo en el papel?


 
         
  SON LAS CUATRO. LA CALLE SE EDULCORA...




Son las cuatro. La calle se edulcora
 callada. Guarda el guardia su silbato.
 
Del Carmen a las Monjas: un regato
 
de paz con campanadas de la hora.
 
 
De vez en cuando un coche. Oigo ahora
el martillo pegando en el zapato
en el taller de Cañavero en grato
parloteo con hebra burladora.
 
 
La radio: de la copla a la novela.
Los de siempre. El café. Tal vez, galbana,
y el chiste de un sarasa picantillo
que culmina esta estampa cotidiana
encendiendo la risa y su secuela.
 
Y otra vez de la anécdota al martillo...


 


ME HA LLEGADO EN EL AIRE DE LA INFANCIA...
 


             

                       (Politecnia. Centro Obrero)

 

Me ha llegado en el aire de la infancia
la escuela y su candor de enciclopedia
con la Historia Sagrada y la tragedia
de Abraham y su fiel perseverancia.
 
Con poco se alimenta la ignorancia:
escribir y leer, que nos remedia,
con las reglas -son cuatro-, eso que asedia,
y es el hambre y su fiera circunstancia.
 
Novillos en la Vía, y al regreso,
Jeromo pregonando está en la Esquina
las moras de la Isla; el hombre grueso
de los velones junto a su pollina,
con un sistro anunciándose, y el beso
de junio con sus labios de calina.

                 
   
ES LA LONJA, RUIDO Y AJETREO...



Es la lonja, ruido y ajetreo:
bravos olores de hortalizas frescas
y frutas, y personas pintorescas,
y viejos carros para el acarreo.
 
 
Sábado, de mañana, el hormigueo:
gentes, bullas y manos picarescas.
Café, churros y pláticas grotescas
y la lonja en fragor de su apogeo.
 
 
Varieté
habrá en la Plaza de los Toros
ya por la noche. Comentarios, coros
mirando los carteles, por doquier.
 
De pronto, un picadito de viruela
surge, pasa con una cantinela
de su adorada y mítica Piquer.


       

          
CARGANDO LOS BORRICOS CENICIENTOS...
 
                     


  
Cargando los borricos cenicientos
de la Chica (los sacos, las verduras,
los cajillos) hay díscolas criaturas
-posguerra- como yo, niños y hambrientos.
 
En el mercado vencen desalientos
del malvivir, comunes desventuras.
Mientras que colman las cabalgaduras,
mordisquean las frutas avarientos.
 
Hay uno que por bajo cantiñea,
en tanto que la Chica no lo vea
y le reprenda su holgazanería.
 
Pero el quejido, arácnido y gitano,
lo afirma, mano a mano con su hermano,
y han de llamarlo Camarón un día.

                 


SE ME FIGURA UN ÁGUILA GIGANTE…
 



Se me figura un águila gigante
con las garras -raíces- de ataduras.
Esbelta y negra, puebla las alturas
y se mueve orgullosa y oscilante.
 
El entorno domina vigilante:
El Canal, el Barrero y sus honduras,
El Carmen y las huertas, sus verduras.
El Gordo y Sacramento, aquí delante.
 
Desde niño la he visto enorme y fuerte,
enlutada y claustral como la muerte,
firme ante los levantes sitiadores;


y quien la vea, túmulo florido,
no podrá dar al fuego del olvido
la araucaria del Huerto de Togores
.
 
                                                 



   ESTÁN ALINEADOS LOS CAJILLOS...
 

 
                               
 (A los viejos campesinos de la Isla
                             que llevaban sus cargas al palenque)




Están alineados los cajillos
de frutas y los sacos de patatas,
las verduras en haces, columnatas
de pimientos -los gordos, los larguillos.
 
 
Anochecer. El canto de los grillos.
El hortelano enciende unas fogatas
y quema unos rastrojos, secas matas
que rechazan las vacas y novillos.
 
 
Prepara el carro, encincha ya la mula.
Dedica una mirada y especula
lo que esa carga en el palenque oscila.
 
Cena poco y enciende su cigarro,
vela la madrugada y va hacia el carro
porque como descanse, se adormila.
 



MADRUGADA. LAS CINCO. POR ENCIMA...



Madrugada. Las cinco. Por encima
del gran ayuntamiento, una navaja
de claridad del alba lenta baja
y un grupo hacia el palenque se aproxima.
 
 
Son los subastadores. Ya se arrima
la multitud. Al son de la rebaja,
que es la subasta, guiña la ventaja.
Churros, café. Tan buen olor anima.
 
La aurora en los cristales altos llama.
El verano frutal se desparrama
desbordando la lonja como un río.
 
En medio del ruido y los rumores,
un llanto con disfraz de trovadores
en un rincón se ahoga. ¿Será mío?

      
 


EN LA PROCESIÓN MARÍTIMA DE LA VIRGEN DEL CARMEN



       
  Era en la procesión de la Patrona.
Llameaba aquel julio en los esteros.
Del Puente a Gallineras, de barqueros
los fieles: todo allí la Salve entona.

Muelle con gente que se corazona.
Calle Carmen. A guisa de romeros
suben devotos y callejoleros
los fieles. La Plazuela se ilusiona.

En el balcón barroco un viejecito
—don Gabriel, su poeta— a medio grito
versos a la Señora le pregona.

De júbilo ferviente el pueblo aplaude
y el gentío es tal vez la mayor laude,
más aún si el gentío se emociona.




DOMINGO. ANOCHECER. LLUVIA MOHÍNA...




Domingo. Anochecer. Lluvia mohína
en la calle Real con ceño frío.
A ratos, tregua mísera al gentío
que va al cine, su cola serpentina.

En los cristales, humo de neblina.
Luces que animan al escalofrío.
“—¡La he visto, sí, para infortunio mío
en el café y mi paz se desatina!”

“Acompañada está. ¿Por qué la he visto?
Es mala suerte. Pero, torpe, insisto,
y aquí en la puerta no renuncio; aguanto.”

“Corazón, mírala, anda. Agradece
que para ti la noche resplandece,
aunque te esté empapando con su llanto.”






SÁBADO POR LA TARDE. SE ENCAMINA...



Sábado por la tarde. Se encamina,
devota tras devota, hacia el convento.
Suena el toque apagado al llamamiento;
para entonar la Salve Sabatina.
 
Gime un aire decrépito en la Esquina
donde predicen lluvia por el viento
viejos mariscadores con su tiento
olfateando un rastro de neblina.
 
Soledad. Frío. A veces, pasa un coche.
Al fondo, el callejón. Viene la noche
y las devotas vuelven de la misa.
 
El corazón adolescente sueña
y un verso inexpresable me hace seña,
pero es tan bello que se va de prisa.



       De Las señas perdidas (1992)
   
 




REFLEXIÓN DEL QUE REGRESA PARA RECUPERAR SU TIERRA.



Viajero de silencios y rápidos paisajes,
allanando horizontes de raíles y andenes,
novio fugaz acaso de viejas estaciones,
traspaso las distancias y el tiempo para verte.

Muchos años me cuelgan del alma como a un sauce
las ramas, chorreados de nostalgia sus verdes;
lo mismo que racimos de prietas esmeraldas
que rindieran las cepas de un maduro septiembre.

Mis recuerdos de ti, como los arcaduces
dando vueltas, me traen aquellos años leves,
cuando en el patio, el grifo de la plazuela, el cierro,
la radio, la velada de padre en los talleres.

Aquel pan con manteca, consuelo para el hambre,
y los remiendos de la abuela siempre endebles;
la tienda del fiado (madre pagaba el sábado)
y “¡gracias, muchas gracias, gallegos, montañeses!”

Pero hoy regreso a ti, rincón donde la infancia
oculta está y cubierta por años que no vuelven:
Voy a desenterrarte, juventud que dejara
entre amigos del barrio, compuertas, caños, redes.

Las marismas son brazos que abiertos me reciben;
aquí están los esteros como hermanos muy fieles;
el agua verdinegra, la sapina, el adarce
y un olor a marisco que al ayer me devuelven.

Y este cielo, este cielo, recién bañado, limpio,
igual que una montera donde el azul se duerme
como siesta de huertos, callejones de entonces,
azotea en que el viento de levante se mece

entre los tendederos con rumores de sábanas
y geranios lo mismo que curiosos donceles,
tras pretiles y almenas, apostados mirando
finas torres de iglesias y la bahía enfrente.

Aquella antigua esquina del Gordo, mentidero,
incesante trasiego de tan diversas gentes;
viejos mariscadores que adivinaban lluvias
por los vientos que olían a mensajeros céleres.

Los que estrenaban broches de unas faustas hombrías
en secreto adquiridas por oscuros burdeles,
y contaban hazañas que en oídos más jóvenes
eran bravas proezas de viriles placeres.

Mariquitas oliendo a doña Concha, asiduos
retazos de unas coplas con penas y reveses,
la querida a hurtadillas o la novia perdida,
o venales amores por arte de alcahuete.

Los pregones aquellos de azofaifas y moras
con los cuales Jeromo nos hacía rehenes
de una turba en su entorno, y aquellos higotunas
a la fresca en las tardes del verano caliente.

Y las niñas jugaban a la comba en la calle,
o bien al tocadé en la acera, o en dinteles
de las puertas a cromos, y los niños, entonces,
cuentos intercambiábamos con sus famosos héroes.

Me acuerdo de Mangolo, que sobre su cabeza
ataúdes llevaba que anunciaban la muerte;
de aquellos velatorios de paredes desnudas
capilla funeraria y llantos que estremecen.

Los entierros aquellos con sus regios caballos
de penachos altísimos y fúnebres arneses.
Van hasta el cementerio con coronas las jóvenes
—escolta dolorida—, si es doncella quien muere.

Los colegios primarios, sus humildes maestros,
la España Grande y Libre, los saludos al frente
bajo los dos retratos que gloriosos escoltan
a un crucifijo en el que el mismo Dios padece.

Las arcadas aquellas llenas de buganvillas
de la Plazuela, acaso celando canapeses
con novios en primicias. El otoño secaba
luego las buganvillas cubriendo los parterres.

Las tardes de los sábados, aquellas sabatinas
a la Virgen del Carmen, con sus latinas preces,
reclinatorios propios de burguesas devotas,
versos a la Patrona de don Gabriel, fervientes.

Zaguán con cuchicheos de viejas rezagadas
y el lego impacientándose, tanteando ya el cierre...
A la salida, el vórtice del levante amontona
hojas de buganvillas y revueltos papeles.

Se oía en la Plazuela campanadas severas,
las cigüeñas saltaban en sus nidos agrestes
y de los eucaliptos de la huerta llegaban
balanceos mezclados con luces de poniente.

Y sonidos de esquilas de las vacas aquellas
que ordeñaba Melchor, y era famosa leche;
los perros, sus ladridos a la luna, los rezos
de las Horas de frailes en clausura celeste.

Apagones de entonces, cuando la anochecida
y las mariposillas con sus llamitas débiles.
La radio con sus partes nacionales, sus himnos.
Los ahogados de aquel siniestro Guadalete...

Mimado se halla el pueblo como un viejo candray
por el agua a sus plantas que lo lame y lo muerde
con colmillos de espuma, como en una hornacina
todo él, que a su Virgen venera y enaltece.

He vuelto a ver el mar que tenía perdido
y estaba en el envés de un olvido indeleble.
Yo lo veo en riberas aprendices de agua
y saltar en la playa y amansarse en el muelle.

Pero nombrar el mar es acunar su canto
en los labios llovidos de gaviotas, rebenques,
almadrabas, salinas, alfolíes, faluchos,
palangres, tajamares, bajíos y rompientes.

Y ella, Virgen del Carmen, pone su escapulario
sobre los oleajes, lo mismo que un detente,
tempestades amaina, porque por estos lares
el mar es hijo suyo y, en calma, la obedece.

A la espalda del pueblo suena el mar como un niño
que le pide a su madre, la Virgen, que lo bese
y Ella le pone el manto cuando su piel se inquieta
y ya da en plenilunio o en bonanza celeste.

Recorro los lugares que mis pasos dejaron:
barrio, hervor de murmullos;patio,almacén de enseres.
Pero la pesca. pobre como ayer, sobrevive.
Un olor de otros tiempos mi corazón conmueve.

Hombres que hablan del mar, les corre por la sangre,
y en los ojos, ahítos de marea, les duele.
Por ellos brama el mar; los llama desde lejos;
se aparece en sus sueños con milagros de peces.

Estos hombres han visto desnudarse la aurora
y enlutarse el ocaso tras olas y vaivenes;
y en el muelle, en el bar, con un vaso de vino,
la lluvia sobre el agua caer como alfileres.

Vuelvo, y gracias a todo lo que veo, el pasado,
redoble de recuerdos, se anima y reverdece.
Recupero mi ser, como quien con su estima
perdida y olvidada de pronto se aviniese.

Acaricio este océano, a mis pies, blanda ardilla,
y doy gracias al cielo, altar digno que es siempre.
Pueblo, mar, gente, Virgen son míos como antaño,
porque lo que se ha amado, nunca, nunca se pierde.


PREMIO “JUAN ORTIZ DEL BARCO” DEL CÍRCULO DE ARTES Y OFICIOS DE SAN FERNANDO, 1996, editado en el boletín del Círculo y en el libro Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)



  LA ISLA QUE SE NOS FUE...

                    A José Quintero González

La Isla que se nos fue
y que está en nuestro recuerdo,
es la Isla que llevamos
como una seña por dentro
de lo que fuimos entonces
y hemos perdido en el tiempo
como si voces y sitios
nos llamaran desde lejos...

La Isla que se nos fue
somos nosotros, aquellos
que cruzábamos sus calles,
y momento tras momento
la sentíamos tan cerca,
que no se echaba de menos,
y entre alegrías y penas
la amábamos sin saberlo.

Esa Isla aún está viva
aunque no os parezca cierto,
porque hay gente que la lleva
en el rincón más secreto
del alma, y es que esa Isla
sirve al alma de alimento
y jamás se olvidará
mientras vivan estos versos.

Erytheia o versos de circunstancias elegidas (2000)






















No hay comentarios:

Publicar un comentario