domingo, 18 de agosto de 2019

LAS POÉTICAS (y III)





La pintura es poesía silenciosa, la poesía es pintura que habla.
Plutarco

Víktor Shklovski propugnaba una poesía donde no existiese automatismo en el verso, o sea, secuencias sintagmáticas que sonaran a pasado literario ya caducado por su lenguaje redicho y falto de emoción tanto para el lector como para el autor.

Es lo que él llamaba reconocimiento. El lector “reconocía” en un poema en cuestión una lectura ya procesada por su interés y asumida sin otra respuesta que la indiferencia. A esto oponía la “visión”, es decir, la sensación de parecer que lo leía por vez primera; en este caso, el lenguaje estaba desautomatizado.

Esta demanda ponía a prueba la originalidad o, mejor dicho, la capacidad creativa del poeta, lindando con la genialidad. Un concepto parecido lo tenemos en la dicotomía del alemán Humboldt cuando hablaba de ergon -lo ya creado- y energeia -la creatividad-.

Evidentemente, la originalidad o bien la creatividad absoluta tal vez no sea posible y entonces haya que hacer un pacto entre lo ya creado y la voluntad de crear como hablantes que somos con una competencia lingüística, según la terminología de Noam Chomsky; aunque en este caso la competencia se instale en los niveles de la estilística.

Sin embargo, para llegar a estos extremos de tentativas novedosas es necesario que el poeta tenga una experiencia muy larga y profunda del manejo de sus herramientas verbales, de manera que supere el pasado para que lo que estampe en la cuartilla sea exclusivamente suyo, aunque, de hecho, no invente nada en cuanto al sistema de la lengua, a las estrofas y las figuras.

Hemos de llegar a un pacto procurando que el verso esté lo más “desautomatizado” posible. Para ello se han de buscar nuevas metáforas y emplear la sinestesia. De la primera hicieron un alto elogio los ultraístas y la segunda ya apareció con el simbolismo francés.

El poeta no puede renunciar al significado. De hacerlo, solamente atendería al significante, o sea, a una poesía experimentalista, icónica o no, que tendría su límite en la jitanjáfora. La importancia del significado se podría describir con esas palabras de José María Vargas Vila: ”No será nunca un gran poeta aquel que no se ha alimentado de sus propias lágrimas”. Se refiere a Rubén Darío en una biografía escrita sobre él.

Pero el significado ha de ser un medio y no un fin, que es la tónica de la mayoría de los poetas; un medio para que el lenguaje extraiga del sistema todos sus recursos de combinaciones y para que la lectura, aun con las mismas palabras, parezca nueva y, por ello, emocionante.

A modo de conclusión, como si rematara los bordes de una poética, diremos que debido a que la mirada del poeta lo humaniza todo, entra en juego la prosopopeya o personificación dándole vida a todos los seres y objetos de su entorno.

-La poesía ha de ser una pintura parlante, como decía Plutarco ayudándose de:

La metáfora -futuristas, ultraístas-;
la sinestesia -el simbolismo de Baudelaire-;
la desautomatización del lenguaje -Formalismo de Shklovski-;
el onirismo y el quiebro sintáctico -Surrealismo-;
sugerir más que explicar, o sea, rodeos jugando con el hermetismo -Mallarmé-;
huida de lo obsesivamente temático -Montale-;
la poesía igual a creación -Wilde-.

El presente poema, “Se querían”, de Vicente Aleixandre, de su libro La destrucción o el amor (1935), es, sin duda, uno de los que mejor representa el superrealismo poético en España. En él se cumplen varios requisitos de los señalados como recomendables para una poesía nueva: metáfora y símil, sinestesia y toque onírico giran en torno de su eje: el amor. El poema no avanza, una vez declarado el tema como único en el texto, sino que se paraliza en una idea rodeada de divagaciones sensoriales. Amor y naturaleza como protagonistas. Su lentitud recuerda el leixapren de la poesía gallego-portuguesa de las cantigas.


Se querían

Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.
Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.
Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.
Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.
Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.
Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.
Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.
Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían. Sabedlo.

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