sábado, 17 de agosto de 2019

EL VALOR DE LA METÁFORA



             

La importancia que tiene actualmente la metáfora arranca sin duda de las épocas vanguardistas. El surrealismo le dio una prioridad de la que antes no había gozado. Es cierto que fue muy utilizada por los poetas de nuestro Renacimiento -refiriéndonos en concreto a España-. Recuérdese, para poner un ejemplo, la poesía de Góngora, en la que el gran cordobés hace de esa figura un recurso de primerísimo orden, junto a otras, tales como el epíteto (El epíteto requeriría, de por sí, un estudio aparte y de no menos importancia que la metáfora, ya que del uso que haga un escritor del adjetivo depende la actualidad o el anquilosamiento de su obra, en este caso, una obra desgastada por el llamado «factor lastre», al que el escritor y crítico Guillermo Díaz-Plaja dedicó rigurosos estudios, y al que en otra ocasión ya le dedicamos un artículo.)

En otros artículos convinimos en que la metáfora es una analogía que encuentra el poeta entre dos objetos, y que se sirve de ella para comunicar a los lectores una idea o un aspecto material de manera que, por el hecho de la comparación, los lectores entiendan mejor el contenido de lo comunicado. Esa facilidad del poeta podría parecer innecesaria, sin embargo, es innegable su pretensión de enriquecer los valores semánticos, no sólo los estéticos. La metáfora ayudaría, por lo tanto, a comprender mejor lo que se expresa, además del componente embellecedor que incorpora. Veamos una metáfora tópica, pero muy elocuente: «Coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre».

Como podemos observar, el poeta consigue dos objetivos en estos versos. El primero es el puramente lingüístico, que atañe a la función conativa, y que tan sólo equivaldría a: «Aprovéchate de tu juventud antes de que llegue la vejez». Si el poeta se conformara con esta expresión, no pasaría de ser una oración gramatical. Pero, afortunadamente, Garcilaso no se contenta con una expresión impersonal y entonces recurre a una metáfora, muy grata por otra parte, para sus contemporáneos, tan compenetrados con el Carpe diem, y aquí es donde la metáfora cumple su misión de ampliar el conocimiento del contenido y también de colorear éste para introducir un valor estético que hace la comunicación conativa, y a la vez poética. ¿Qué mérito tendría el poeta toledano si se hubiese conformado con una recomendación de médico o de psicólogo o de amante?

La metáfora ha sido muy acogida en todas las épocas, aunque en determinados momentos de la historia de las Literatura haya sufrido restricciones como en el Neoclasicismo, o en la llamada Poesía Social de la postguerra, épocas en las que se imponía una visión más realista y directa de la comunicación literaria, que consideramos válida, pues ello es resultado de un abuso, entre otras razones, de una figura que pone a prueba la capacidad del poeta por unir el cielo y la tierra. 
En otros artículos aclararemos esta aseveración, que puede sonar a delirio poético.


Hablábamos en el articulo anterior acerca de la importancia que tiene la metáfora en la poesía actual, incluso en la novela del llamado «realismo mágico». Durante la época de la Poesía Social la figura mencionada no gozó de gran predicamento, sobre todo en los poetas del norte.


Efectivamente, si leemos a Ángel González o a José Ángel Valente, por señalar a dos destacados representantes de esa tendencia, el uso de aquélla es casi absolutamente nulo. Se atribuía entonces a los poetas andaluces esa preferencia casi de modo exclusivo, sin olvidar a algunos mediterráneos, como Brines, por ejemplo. Véase la presentación que hace Florencio Martínez Ruiz en su obra La nueva poesía española, de Biblioteca Nueva, 1971. No en vano en estos años se habla de la llamada «generación del lenguaje» representada especialmente por Manuel Ríos Ruiz, Ángel García López y el mismo Antonio Hernández, gaditanos los tres.

De todos los poetas de esa mencionada generación, la segunda de posguerra, fue el arcense Julio Mariscal Montes el que hizo un frecuente y original empleo del aludido recurso. Sin embargo, este poeta, que conjugaba felizmente belleza y sentimiento lírico, no fue tenido en cuenta a la hora sentenciadora de las antologías nacionales. Tuvo que ser Antonio Hernández, paisano de él, quien demostrara en más de una ocasión los valores literarios de la poesía de Mariscal, como en su estudio y antología La poética del 50. Una promoción desheredada. Ahora bien, en la elección de los elementos de la metáfora podemos observar, por una parte, la metáfora tradicional, por otra, la metáfora que se configura con ingredientes tomados del entorno del poeta. Y este es el caso de nuestro poeta en cuestión. De Tierra de secanos tomamos el siguiente ejemplo: «El ángel malo de diciembre tiende / sus alas sobre el campo. / Como una bofetada de Dios, como un oscuro / deambular por noches sin estrellas / el pedrisco achicharra el verdiplata / del olivar...» Otro ejemplo que nos remite a los referentes ambientales sería: «Este viento de arriba se lleva una moneda / por cada soplo, lento, de una rama...»

Podríamos continuar con más citas todavía, pero, de momento, renunciaremos a ellas, para insistir en esa doble fuente de extracción de la metáfora, la clásica y la personal. Julio Mariscal nos da una abundante cosecha de esta última y volveremos a él en más de una ocasión. La necesidad de un filón metafórico extraído del propio talento es, probablemente, una conquista de las vanguardias de a principios de siglo.


No estaría de más que se invocase obras y autores que avalen el protagonismo de la metáfora. Lo dejaremos para otro momento. En estas líneas finales bástenos recrearnos en la fascinación que ejerce esa figura en el texto literario, hasta el extremo de dotarlo con un prestigio indiscutible, además de una pintura que acerca al lector una idea convertida en magia sensorial.

Para acabar este artículo, citemos otros versos de Mariscal Montes, concernientes a la angustia amorosa: «¿Qué he sido yo hasta ahora? / Amor mío, ¿qué ha sido / este erial sin ti por treinta inviernos rudos? / Un pedazo de arcilla -grosera, tosca arcilla- como esta que pisamos...»


Vemos cómo el poeta nos expresa con detalles, por medio de imágenes, un sentimiento que, expresado sin la ayuda de aquéllas, nos resultaría trivial, manido, e incluso ridículo para oídos «serios».

En el próximo trabajo ahondaremos en los mecanismos de ese artilugio verbal que, como la sextina en la métrica, pone a prueba el talento de un escritor.

Ya hemos dicho que la metáfora alcanzó en la época de las vanguardias un favorable predicamento No es que en siglos anteriores no se valorase (aunque es necesario recordar que en los siglos de oro tuvo un protagonismo que no lo tendría en el neoclasicismo, ni siquiera en el romanticismo, a pesar de la libertad de imaginación de que gozó este movimiento), sino que la apelación al subconsciente que hizo el surrealismo halló en ella una aliada para la búsqueda de nuevos mundos, o sencillamente de un recurso, a veces atrevido, que enriqueciera el texto y lo sacase de los tópicos al uso.


Hemos visto también cómo la metáfora tradicional ha sido superada desde entonces y, a partir de aquel gesto de desenfado, ha sido un desafío para los escritores venideros, que han hurgado en su talento para no caer en repeticiones de clichés.

Este reto ha beneficiado enormemente a toda la literatura, y en esta voluntad de estilo es donde hay que buscar las razones de una nueva etapa de oro de la literatura española, más que en el número de escritores, me parece.


Si leemos detenidamente el uso de figuras, sobre todo de la metáfora y de la imagen, que llevan a cabo poetas como García Lorca o Miguel Hernández (pongo dos ejemplos ya clásicos ) nos asombraremos de la distancia que los separa, no sólo de los modelos siglosdeoro, sino también del modernismo.

Ya en sus dos libros de la primera época -Crepusculario y Veinte poemas de amor...- Pablo Neruda irrumpe con una nueva imaginería poética; y lo mismo podríamos decir de César Vallejo -Los heraldos negros, Trilce...-.Pero antes que ellos fue el uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910) el que se anticipó a verdaderas audacias estilísticas, tanto en la metáfora como en la sinestesia (figura que consiste en la fusión o equilibrio de ciertas impresiones sensoriales en la expresión lingüística o literaria: «El verde tierno de los árboles», Diccionario literario universal, Tecnos, página 867).

Un estudio de gran enjundia sobre las potencialidades expresivas de la lengua es, sin duda, la obra de Carlos Bousoño Teoría de la expresión poética, considerada texto de consulta imprescindible en su materia. A ella remito al lector interesado en ahondar sobre este tema, muy concretamente el capítulo VIII, en el que el autor estudia la diferencia entre la imagen tradicional y la imagen visionaria, además del irracionalismo verbal en la literatura contemporánea.

Por nuestra parte, proseguimos con nuestros escarceos divulgativos y pormenorizamos ciertos detalles de la capacidad de traslación de un plano real o otro total o parcialmente imaginario (diferencia que trata, por cierto, Bousoño en la obra mencionada).

Los autores más vinculados a la tradición literaria establecen unas relaciones lógicas entre lo real y lo comparado. Sin embargo, veremos en un mismo poeta cómo la metáfora tiene un referente localizable y otros que necesitan una reflexión por parte del lector.

Los siguientes versos pertenecen al poema «La copa negra» del libro Los heraldos negros, de César Vallejo:


La noche es una copa de mal.
Un silbo agudo
del guardia la atraviesa,
cual vibrante alfiler.
Oye, tú, mujerzuela,
¿cómo, si ya te fuiste,
la onda aún es negra
y me hace aún arder?
La noche tiene bordes
de féretro en la sombra...


Observemos cómo el autor ha logrado crear una atmósfera siniestra y amarga sirviéndose para expresar un sentimiento de displacer de dos metáforas con referencias un tanto abstractas y nada espontáneas (vv. 1-5) y una comparación o símil -también llamada metáfora impura- ( v. 2).

Es nada más que un fugaz ejemplo de lo que hemos expuesto arriba. Posiblemente no sea satisfactorio del todo. En otro artículo abundaremos en esta idea.

Tomado de ARENA Y CAL, Revista Literaria y Cultural Divulgativa, número 71





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