jueves, 1 de agosto de 2019

ESCRIBIR CON EL LENGUAJE DE OTROS POETAS...




 

                                      


A cierta edad y con una larga y enjundiosa experiencia de lecturas poéticas, uno se asombra de muchos poetas (el autor de este artículo se incluye en ellos sin retrotrae su mirada al pasado), que escriben con un lenguaje heredado del pasado literario.

Pensar que hay poetas y escritores que han sido galardonados con premios capitales y lo que han dicho en sus obras no nos cause la menor emoción, puesto que ya lo han dicho otros autores generaciones atrás, es como para repetir la frase de Mariano José de Larra pero extendiéndola a todo el mapa de habla castellana.

En efecto, leer poesía o prosa próxima al poema y no hallar un esfuerzo por desmarcar el lenguaje de lo previsible, de lo que se escribe con automatismo, es llorar. Creer que lo que decimos es muy importante porque nos lo parece a nosotros sin que haya un atisbo de respeto a la función poética, es doloroso, literariamente hablando, porque la poesía es algo más que comunicar ideas y sentimientos; la poesía es arte de la palabra ante todo.

Es moneda de curso legal que se ignore a los que han luchado por conseguir un texto poético desvinculado de adjetivos desgastados y tópicos grises ya. Si los que ignoran ese reto de autosuperación han logrado premios literarios suculentos, ¿para qué esforzarse en extraer de las minas del sistema de la lengua nuevos filones estilísticos? Ellos y ellas tienen la crítica literaria a sus pies. El esfuerzo queda relegado a los que necesitan ser reconocidos en los premios de ancho velamen, los injustamente arrinconados a la penumbra de la indiferencia. La injusticia literaria ha estado siempre presente en un país como el nuestro donde no hay demanda de lectores de poesía ni de obras que consideramos de intenciones creadoras más allá de la narrativa al uso.

Escribir poesía con visos de creatividad y dentro de las exigencias de un ritmo flexible pero  con la mirada puesta en la tradición, es llorar. Hay una política de consagrados que no trasponen unas líneas de medianía —no mediocridad— y en esa frontera se adormecen con libros idénticos y sin respiro de nuevos horizontes.

Son pocos los que, como quería el formalista ruso Vixtor Shklovski, escriben un texto que sorprenda, que indague en nuevas formas de expresión poética sin caer en surrealismo trasnochado como balanceándose para colmo de seudogenialidad  en un versolibrismo que se expone como el descubrimiento del Mediterráneo.

¿Cuánto saldrá una nueva generación de poetas que ponga la tradición literaria al día pero sin deudas de imágenes con el pasado?




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