martes, 13 de agosto de 2019

LITERATURA Y VEGETARIANISMO





a) LITERATURA Y VEGETARIANISMO 

b) PÁJAROS EN LA LITERATURA



 



 Tan sólo cuando se está en una atmósfera de preocupaciones por la propia salud se suele tomar en serio la utilidad de la dieta vegetariana. Para quienes gozan de una buena fisiología semejante régimen alimenticio carece de relevancia o credibilidad, o  bien es motivo de disquisición, incluso de burla, sobre todo por parte de los que se alimentan de carne con frecuencia, sienten debilidad por la fritura y tienen inclinación por los dulces. 

  He dicho que quienes se ven en  una problemática de salud son los que buscan con no poca angustia remedios a sus males. Los programas televisivos no se cansan de informar sobre cómo se han de conducir los pacientes de diversas patologías.Muchos de ellos oyen con escepticismo esas emisiones, o bien las menosprecian como si temiesen que han de cambiar de hábitos alimenticios.

  En sucesivos párrafos iremos dando sugerencias, más que soluciones, a los que tengan interés en seguirlas, teniendo en cuenta que quien expone los esbozos de unas normas para prevenir temidos desenlaces o complicaciones, ha experimentado antes esos resultados.

  Una tarde, paseando por Cádiz, entré en una librería de libros de ocasión existente en la bella placita de San Francisco. Junto con otros libros, tuve la oportunidad de darme de cara con uno que me atrajo sin apenas dudarlo. Se trataba de Vitaminas. La salud por la alimentación, del doctor Adrián Vander, en una edición de 1969.




  El libro, lleno de ilustraciones para hacer más asimilables sus contenidos, contiene un muestrario exhaustivo de enfermedades y sus dietas correspondientes.
Todo el que quiera puede aprender en él estupendas nociones para una nutrición básica.


  Ciertos alimentos vegetales son necesarios para depurar la sangre y, evidentemente, son las verduras y las frutas. 
 Y esta noción nos la postulan otros tantos tratados que nos advierten de la práctica contraria. Otro libro interesante que me ha ayudado mucho en esta búsqueda de fórmulas salutíferas es Mis observaciones clinicas sobre el limón, el ajo y la cebolla, del profesor Nicolás Capo, aparecido en Barcelona, en 1969. 


   El capítulo más importante es el dedicado a las sustancias prohibidas y, a continuación, las sustancias aconsejadas. Habrá quien sienta rechazo por el rigor alimenticio; en todo caso, no hay nada más seguro que el llamado término medio, y como dijo Antonio Machado: "Es el mejor de los buenos/quien sabe que esta vida/todo es cuestión de medida: / un poco más, algo menos".



 



Foto tomada de internet
  



Sin embargo, a pesar de los fatalismos que queramos esgrimir y la recurrencia a argumentos contrarios a la dieta semi o vegetariana (por ejemplo, hay quienes afirman que muchos que se alimentaban correctamente han fallecido antes que otros que llevan una dieta con abundancia de carnes rojas, embutidos, quesos, frituras y poco o nada de frutas y verduras), se ha de oír la voz de la experiencia y corregir los excesos de grasas perjudiciales para el organismo. 




 
Pero sigamos con nuestas pistas editoriales y detengámonos en otro libro interesante. Se trata de  Tu salud y la fruta, de Vázquez y De Anda, editorial mexicana, 1975. Explica las propiedades de cada fruta y las enfermedades a que pueden beneficiar, todo ello en una exposición concisa. Asimismo, también expone un estudio de los minerales y las vitaminas.


  Finalmente, no me puedo resistir a citar otro libro de enorme interés en este tema. Se trata del Diccionario de los alimentos, de O. Ávila y J. Soler, de Ediciones Cedel. Este texto está documentado, a modo de cuestionario, en todos los caracteres que definen las grasas, hidratos de carbono, minerales, proteínas y vitaminas, indicando los trastornos que produce su carencia.


  En cuanto a vegetarianos ilustres, la lista se haría interminable. Citemos de la antigüedad los nombres de Diógenes, Platón, Séneca, Clemente de Alejandría, Plotino...Hay un libro de Carlos Brandt titulado ¿Era Jesús vegetariano? 



  En la modernidad tenemos a un gran número de gente ilustre que se ha confesado vegetariana. Por ejemplo: Albert Schweitzer, George Bernard Shaw, H.G.Wells, Mahatma Gandhi...


 

Foto tomada de Internet



PÁJAROS EN LA lITERATURA



I

Se habla del ruiseñor como modelo de canto de aves como un tópico que empieza en la Literatura y continúa en la Música. Si consultamos las antologías poéticas y las obras individuales de los escritores, el ruiseñor es un recurso exquisito para decorar la armonía y el paisaje de los textos literarios. En muy pocas ocasiones, por no decir casi ninguna, aparece el canario como un oponente o como un sucedáneo de su hermano de subgénero de especie.

Juan Ramón Jiménez cantó en su periodo modernista, en concreto la llamada por él etapa sensitiva, al ruiseñor. Veamos la primera estrofa de un poema suyo:

“Ruiseñor de la noche, ¿qué lucero hecho trino,
qué rosa hecha armonía en tu garganta canta?
Pájaro de la luna, ¿de qué prado divino
es la fuente de oro que surge de tu garganta?”


Otro poeta, Pedro de Quirós, franciscano, (siglo XVI), también tuvo presente al ruiseñor en sus sonetos. Así pues, leemos en el siguiente:

Ruiseñor amoroso cuyo canto
no hay roble que no deje enternecido,
¡oh, si tu voz cantase mi gemido!
¡Oh, si gimiera mi dolor tu canto!

Esperar mi desvelo osara tanto,
que mereciese por lo bien sentido
ser escuchado, cuando no creído
de la que es de mi amor hermoso encanto.

¡Qué mal empleas tu caudal sonoro,
cantando al alba y a las flores bellas
cantas tú, oh, ruiseñor, lo que yo lloro!

Acomoda en tu pico mis querellas,
que si las dices a quien tierno adoro,
con tu voz llegarás a las estrellas.



II


Saltemos al siglo XX y veremos cómo Antonio Machado alude a ellos con cierta frecuencia y ve las ramas de los álamos del Duero habitadas de pardos ruiseñores.

Pero ha habido poetas que han cantado también a otras aves como al mirlo (Luis Cernuda, Salvador Rueda), al verderon (Juan Ramón Jiménez), a la curruca (Leopoldo Lugones), al jilguero (Pedro Soto de Rojas), al papagayo (Gabriela Mistral), al pájaro carpintero (Leopoldo Lugones), a las golondrinas (Juan Ramón Jiménez y la poesía popular en la saeta, a la lechuza (Leopoldo Lugones), al ave del paraíso (Salvador Rueda), Rómulo Gallegos canta a los pájaros policromos, tales como el perico, el guacamayo, el moriche, el turpial, el arrendajo, el verdín, el cardenal, el panzalito, el aruco, el güiriríla, la garza, la cotúa, la corocora...
Incluso tenemos un poema dedicado a los pájaros que cantan mal, obra de Salvador Rueda, al que hemos citado ya. Rueda cita como a cantores deficientes al lúgano, a la chiribita, al alcaudón, al pechuguito, a la riblanca, al alzacola, al zarzalero, a la cogujada, al verderón, al pardillo, a la oropéndola, a la zumaya, al corneta, al andarríos, al abejaruco...


Los pájaros -sin especificar el subgénero- siempre han sido tema para la poesía y la prosa próxima a la atmósfera poética. Por ejemplo, Luis Cernuda escribió un poema dedicado a un pájaro muerto. José Antonio Muñoz Rojas escribe una elegía a la pájara.

Pero, lo que se dice cantar al canario, en poquísimas ocasiones podemos tener la suerte de leer unos versos dedicados a él. Solamente el poeta Alonso Quesada, seudónimo de Rafael Romero (1885-1925), escribe una elegía al canario. No es casualidad que el poeta fuese de Las Palmas.

Hoy, al dar el sustento al pajarillo,
le hemos hallado muerto. Fue una extraña
emoción, un dolor tan extraño,
como si lentamente fuera saliendo el alma
de nuestro pecho, y viéramos partirla
sin tener el valor de sujetarla...
Un silencio infantil, sobre nosotros
pone las suaves alas...

¡El pájaro de oro se ha evadido
por un rayo de sol en la mañana!


Fuera de esta breve elegía, no he hallado ninguna otra referencia al canario como no sea la de Juan Ramón Jiménez en Platero y yo. Se trata de "El canario vuela " y "El canario se muere". Por cierto, el canario que cita el poeta era verde, aunque luego añade que tenía trazos amarillentos. El poeta onubense rinde un homenaje al canario cuando, después de muerto, lo ve, transfigurado, salir de una rosa blanca:

"Esta misma primavera, Platero, hemos de ver al pájaro salir del corazón de una rosa blanca. El aire fragante se pondrá canoro y habrá por el sol de abril un errar encantado de alas invisibles y un reguero secreto de trinos claros de oro puro".


III
(A mis amigos Francisco Márquez Castejón
y al Dr. Juan García Cubillana, a quienes
les debo acercarme al mundo de los canarios.)


En mis años juveniles el canario era un pájaro cantor que poseían pocos privilegiados. Los aficionados del barrio del Carmen y las Callejuelas iban, cuando el buen tiempo, a poner las trampas al Canal. Aquel paciente y romántico ejercicio requería un verdadero ritual de precauciones, y agudeza óptica, sobre todo.

Pero aquellos deliciosos desvelos que llenaban las mañanas dominicales de los aficionados no eran, a veces, compensados por la suerte. Sin embargo, a la hora del regreso, en el güichi* del barrio, en los patios, o en la Plazuela, se hablaba del precioso botín de chamarices, verdones, jilgueros, ruines, gorriones, tordos, chorlitos, zorzales...

Canarios, ¿quién tenía un canario? Cuando uno de esos aficionados se enteraba de que en cierto cierro, de que en cierta ventana, de que en algún patio había un canario iba a deleitarse con su canto, como si le hubiera tocado la lotería.

En la Esquina del Gordo se reunían algunos de esos silvestres avicultores y discutían remedando, como verdaderos inspirados, los trinos y los píos para enseñorearse de sus conocimientos ornitológicos.

De hecho, los que intercambiábamos anécdotas sobre pájaros entonces, jamás soñamos con tener un canario en una jaula. Era para nosotros un tema casi tabú, que se reducía —o que se sublimaba— a la lejana ensoñación, obligada siempre a imaginarse al canario color amarillo como único prototipo.

La primera descripción del canario me llegó en la lectura de una elegía del poeta Alonso Quesada (1885-1925), que expresaba así sus versos entre lastimeros y triunfales:

¡El pájaro de oro se ha evadido
por un rayo de sol de la ventana!

Esta admiración por el canario contrastaba con otro poema de Salvador Rueda (1857-1933), que le dedicó un largo poema a los pájaros que cantan mal. En esa misma antología del profesor Juan Ruiz Peña, que me regaló mi amigo Manolín Zaldívar, una vez aprobada la reválida de cuarto año de bachillerato, también se hallan dos capítulos de Platero y yo dedicados al canario.

Ésas eran, pues, las únicas referencias que manumitían mi larvado y secreto interés por ese delicado fringílido al que había visto en escasas y afortunadas ocasiones saltando y trinando en una jaula semi escondida entre blancos visillos de algún típico y barroco cierro isleño.


(Aparecido en el diario San Fernando Información, mayo de 1992)




Foto tomada de Internet




No hay comentarios:

Publicar un comentario