Calle Real de San Fernando -Cádiz- (Archivo Alfonso Estudillo Calderón)
LA POESÍA DE JUAN MANUEL
ONETO PRIAN
Juan Manuel Oneto Prian fue un isleño de 1909, funcionario civil del Cuerpo
General Administrativo de la Administración Militar, destinado en la Capitanía General
de la Zona Marítima
del Estrecho. Pasó a la jubilación en marzo de 1979 y falleció el veintitrés de
abril de 1983.
Publicó por su propia cuenta dos libros: En 1972 El desierto iluminado, en la Imprenta Hispana, dividido en dos partes, la primera en verso titulada «Varillaje poético» y la segunda en prosa, titulada «La verdad». De 1974 es el libro Calidoscopio, con dos partes también, «Surtidor» en verso, y «El daño en las sombras», pieza teatral.
La poesía de Juan Manuel Oneto Prian es, sin duda, deudora de la tradición poética entre romántica y modernista. Su empleo del lenguaje es herencia del pasado y se observa en sus poemas diversas influencias entremezcladas, tales como la del Juan Ramón Jiménez modernista, Antonio Machado y la de Lorca en los romances. Su métrica es desigual; por ejemplo, procura escribir un soneto clásico, aunque a veces algunos endecasílabos, quiebran su musicalidad, lo mismo le ocurre con alejandrinos y endecasílabos blancos. Maneja el verso corto sin dificultades y, generalmente, sus esquemas versales denotan que dominaba cuando quería el pentagrama poético, digámoslo así.
En cuanto a sus figuran literarias, es tradicional y no aporta indicios sorprendentes; quiero decir que no intenta la búsqueda de expresividad, pero ello no le resta frescura en sus ideas y en muchas ocasiones hace un uso muy bien tolerado de una poesía retrospectiva que nos trasmite sentimientos sinceros, reales y profundos. Juan Manuel Oneto es poeta auténtico y escribe por puro placer, que es como decir por una necesidad de comunicación. Un aspecto que no quiero dejar soslayado es el del reflejo de su religiosidad al estilo de la poesía de posguerra en poemas, precisamente, escritos en esa misma época.
En la segunda parte de “El desierto iluminado” Oneto Prian desarrolla una serie, en cierto modo hilvanada por la inquietud, en torno a la búsqueda de la verdad, pero, a partir del desengaño, no en vano cita tercetos de la célebre «Epístola moral y censoria al Conde-Duque de Olivares», de Francisco de Quevedo. Sin embargo, su actitud no es satírica solamente, ni siquiera llega a equívocos y sarcasmos, sino que su enfoque está siempre teñido de un sentimiento de conmiseración y desencanto; tiene, por ello, un trasfondo social tamizado por una sensibilidad lírica.
El teatro de Oneto Prian es un ejemplo de teatro de salón, en el que con un mínimo de elementos escénicos los personajes engarzan diálogos de contenido social, con problemas familiares en un contexto de clase media. Es, pues, su teatro, en cierta manera, seguidor de Joaquín Calvo Sotelo, por poner un ejemplo de autor teatral muy conocido por medio de Televisión.
Pero, en conclusión, digamos que lo más valioso de estas dos obras de nuestro autor es la poesía. En ella hay calidades irregulares, pero dignas de que un lector actual las reconsidere en una sección antológica dirigida por un buen olfato selectivo. Muchos de sus versos podrían hoy situarse dentro de la llamada poesía «de la experiencia», aunque en Oneto no haya evocaciones culturalistas, que tan a menudo se cruzan con aquélla; «Ya me tienes a mí, ya me has logrado, / toma mi juventud, yo te la ofrezco; / porque piensa que fruto de una hora, / mi juventud se perderá en el tiempo...» O también: «Agua del pozo de la ciencia oculta / para la sed del sabio que interroga la noche...» Concluyamos con esta profesión de fe poética: «Yo tenía en mi haber todo un mundo de ensueños. / Un vasto proyecto de locas esperanzas. / Un aire elevado de poesías y églogas se mecía en mi alma...»
Publicó por su propia cuenta dos libros: En 1972 El desierto iluminado, en la Imprenta Hispana, dividido en dos partes, la primera en verso titulada «Varillaje poético» y la segunda en prosa, titulada «La verdad». De 1974 es el libro Calidoscopio, con dos partes también, «Surtidor» en verso, y «El daño en las sombras», pieza teatral.
La poesía de Juan Manuel Oneto Prian es, sin duda, deudora de la tradición poética entre romántica y modernista. Su empleo del lenguaje es herencia del pasado y se observa en sus poemas diversas influencias entremezcladas, tales como la del Juan Ramón Jiménez modernista, Antonio Machado y la de Lorca en los romances. Su métrica es desigual; por ejemplo, procura escribir un soneto clásico, aunque a veces algunos endecasílabos, quiebran su musicalidad, lo mismo le ocurre con alejandrinos y endecasílabos blancos. Maneja el verso corto sin dificultades y, generalmente, sus esquemas versales denotan que dominaba cuando quería el pentagrama poético, digámoslo así.
En cuanto a sus figuran literarias, es tradicional y no aporta indicios sorprendentes; quiero decir que no intenta la búsqueda de expresividad, pero ello no le resta frescura en sus ideas y en muchas ocasiones hace un uso muy bien tolerado de una poesía retrospectiva que nos trasmite sentimientos sinceros, reales y profundos. Juan Manuel Oneto es poeta auténtico y escribe por puro placer, que es como decir por una necesidad de comunicación. Un aspecto que no quiero dejar soslayado es el del reflejo de su religiosidad al estilo de la poesía de posguerra en poemas, precisamente, escritos en esa misma época.
En la segunda parte de “El desierto iluminado” Oneto Prian desarrolla una serie, en cierto modo hilvanada por la inquietud, en torno a la búsqueda de la verdad, pero, a partir del desengaño, no en vano cita tercetos de la célebre «Epístola moral y censoria al Conde-Duque de Olivares», de Francisco de Quevedo. Sin embargo, su actitud no es satírica solamente, ni siquiera llega a equívocos y sarcasmos, sino que su enfoque está siempre teñido de un sentimiento de conmiseración y desencanto; tiene, por ello, un trasfondo social tamizado por una sensibilidad lírica.
El teatro de Oneto Prian es un ejemplo de teatro de salón, en el que con un mínimo de elementos escénicos los personajes engarzan diálogos de contenido social, con problemas familiares en un contexto de clase media. Es, pues, su teatro, en cierta manera, seguidor de Joaquín Calvo Sotelo, por poner un ejemplo de autor teatral muy conocido por medio de Televisión.
Pero, en conclusión, digamos que lo más valioso de estas dos obras de nuestro autor es la poesía. En ella hay calidades irregulares, pero dignas de que un lector actual las reconsidere en una sección antológica dirigida por un buen olfato selectivo. Muchos de sus versos podrían hoy situarse dentro de la llamada poesía «de la experiencia», aunque en Oneto no haya evocaciones culturalistas, que tan a menudo se cruzan con aquélla; «Ya me tienes a mí, ya me has logrado, / toma mi juventud, yo te la ofrezco; / porque piensa que fruto de una hora, / mi juventud se perderá en el tiempo...» O también: «Agua del pozo de la ciencia oculta / para la sed del sabio que interroga la noche...» Concluyamos con esta profesión de fe poética: «Yo tenía en mi haber todo un mundo de ensueños. / Un vasto proyecto de locas esperanzas. / Un aire elevado de poesías y églogas se mecía en mi alma...»
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