SEIS CUENTOS DE LA ISLA Y UN PÓRTICO VIAJERO
(Y CUATRO ESTAMPAS ADICIONALES)
Editorial Madrid (1991)
JOSÉ CERVERA PERY
En 1992 escribíamos en San Fernando
Información el siguiente artículo.
Los isleños hemos de estar enhorabuena por la ya
sabrosa literatura —con la Isla
de protagonista— de que actualmente disponemos en los escaparates de nuestras
librerías.
El libro Seis cuentos de la Isla y un pórtico viajero
de José Cervera Pery viene a enriquecer esta afortunada bibliografía. Por si
fuera poco, el aire isleñista del libro lleva un entusiasta prólogo de José
Oneto y dos poemas, ambos premiados en certámenes convocados en nuestra ciudad:
“Requiebro y gozo primero de la
Isla y de su sal”, Flor Natural de los IV Juegos
Florales de la sal en 1970 —verdaderamente magnífico, estampa pintoresca en
bellos alejandrinos de una Isla que ya se nos fue como ocurre con los relatos
que lo anteceden, once en total con los cuatro estampas adicionales—. El libro
lleva dibujos y viñetas de Mariano Morote.
Se inicia el libro con “El pórtico viajero”,
luego siguen los seis cuentos constituidos por “El Barrero” (Paisaje de la Isla en cuatro tiempos), “La
nocturna” (Apuntes taurinos con la
Isla al fondo), “El Candray”(Estampa salinera sobre el caño),
“El Refino” (Postal isleña de un tiempo distinto), “El solecito”(Cuento de
jubilados de la Isla)
“El día que en la Isla
se rompió el primer play back (Imagen de una Isla que se fue). Y siguen “Las
estampas adicionales”: “La comisión”, “El consumista”, “La aguja palá” y “El
Paula inglés”.
Remata el libro, como se dijo antes, una “Pequeña
incursión poética” con los dos poemas aludidos.
De El pórtico viajero el autor nos da, a modo de
clave, el pulso ambiental del libro: una nostalgia incurable de lo que se ha
vivido, soñado —no idealizado— en la distancia, de ahí el título aclaratorio:
la pérdida de una Isla ya irrecuperable cuando el autor, entre las visitas
esporádicas y las ausencias, remoza en la madurez ese tesoro íntimo en la
memoria.
Desde Atenas, desde Londres, Nueva York, Camerún,
Hamburgo el autor recuerda, como contrastes de recuerdos, como asociaciones
complementarias, vivencias no desvaídas, sino más bien oxigenadas por ese
artilugio intransferible del amor que opera en las entrañas del individuo que
ama, en este caso el dulce echar de menos, el sentir por las venas la savia que
sube por las raíces de lo vivido.
Sin embargo, esta semblanza corre el riesgo de
que los méritos literarios de Pepe Cervera se reduzcan a glosar con entusiasmo
los referentes circunstanciales de lugares, nombres y anécdotas. Nada de eso.
En Seis cuentos de la Isla y un pórtico viajero hay
un lenguaje jugoso, consciente de sus potencias denominadoras; un verbo
que no se deja tocar por el peligro del tópico que conlleva ese cometido
difícil de cantar lo autóctono.
Pepe Cervera nos menciona individuos
—limpiabotas, pregoneros de todos conocidos—; lugares desaparecidos—la Alameda del Piojito, El
Barrero, el Bar San Diego, el Patio del Maestro Luis, El Pálido, que ya están
en la memoria.
Sin querer, y a pesar del anecdotario que da vida
a las narraciones, éstas son testimonio de otros tiempos que no han pasado en
vano, puesto que el autor los recupera y los trasmite a las nuevas generaciones
como si fuese historia. ¿Quién puede negar que esta épica cañaílla y
costumbrista es documento vivo, pasado que vuelve a latir en
nuestro corazón como un pulso contra el ingrato olvido?
Narrativa vivísima, con un toque barroco nunca
exhaustivo, y, al mismo tiempo, preciso en un contexto en el que el lector
forma parte del protagonismo que es lo isleño, esculpido y perfilado con
el cincel de una admirable capacidad evocadora.
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