En nuestra época, en que el verso libre campea en
casi toda la tarea poética, es extraño encontrar un poemario que se compromete
a emplear un verso de gran rigor métrico como es el sáfico adónico,
concretamente el de la estrofa del mismo nombre. No digo esto en detrimento de
la libertad del verso, sino que me afirmo en que la laboriosidad de un
determinado reto en el arte de “sílabas contadas”, nos produce una cierta
expectación hacia quien se atreve a ello.
Tengo en mis manos un poemario galardonado con el XIV Premio de Poesía “Ana del Valle” de Avilés, 2006, titulado La décima musa, de la que es autora María Jesús Rodríguez Barberá, como un cálido homenaje a la poeta griega Safo de Lesbos.
Efectivamente la autora del libro reproduce citas de la poeta helena y abunda en los mismos sentimientos que antepone en la cabecera de sus propios poemas, que son dieciocho, rematados por la célebre cita de Platón en la que desmiente que haya nueve musas, sino nueve, contando con la poeta de la isla de Lesbos.
La autora chiclanera afronta las acentuaciones del endecasílabo añadiéndoles a sus versos una indudable y significativa emoción. Desde la cita de Himerio, en la que se habla de la gran poeta griega, hasta el mencionado filósofo de la caverna, se suceden los poemas como jirones del desgarro de la vida de Safo: la historia de sus amores entre el equívoco y la leyenda, pero con el paisaje del mar como fondo de escena donde se entrelazan impresiones fugaces en las que se vislumbra una vida que hoy se nos antoja precursora de libertades femeninas a duras penas conquistadas.
Sin embargo María Jesús Rodríguez no entra en análisis acerca de la naturaleza sexual de Safo, sino que añade a versos de la poetisa clásica un rasgo de fervor literario con factura de espontaneidad, tomando elementos de la poesía lírica tales como el colorido y la exclamación admirativa: “Dame tus alas que volar hoy quiero / sobre los mares, los collados, montes... / y que los dioses me acompañen siempre / hasta encontrarte. / Abre tus brazos y detén mi vuelo. / Voy hacia ti y de colores visto. / Rojo es mi fuego y mi esperanza es verde; / gris mis temores... / Muera sin verde, sin el oro y rojo, / con alegría porque el fuego eres, / sin pena, miedo y de esperanza lleno. / ¡Óyeme, Zeus!”
Estas estrofas del poema 16 pueden representar muy bien unos caracteres que se dan en la totalidad del contenido poemático: la búsqueda del amor, el colorido simbólico y la pasión expresada abiertamente, casi con tono de desesperación, como en este texto de la invocación a Zeus.
En cuanto al lenguaje, este libro recoge referentes de carácter helénico que nos recuerdan el mundo clásico. Toda una terminología que lo sitúan en un plano de poesía culturalista de corte amoroso y nimbado por una mínima mitología -el Olimpo, Zeus, la ambrosía de los dioses, Poseidón, Eolo, Artemisa...- con efectos sensoriales por un empleo concreto del lenguaje, lejos de sustantivos abstractos, propios de la reflexión especulativa.
La décima musa de María Jesús Rodríguez Barberá nos retrotrae a un periodo de la historia de la literatura griega en que estaba camino de su juventud la poesía occidental.
Tengo en mis manos un poemario galardonado con el XIV Premio de Poesía “Ana del Valle” de Avilés, 2006, titulado La décima musa, de la que es autora María Jesús Rodríguez Barberá, como un cálido homenaje a la poeta griega Safo de Lesbos.
Efectivamente la autora del libro reproduce citas de la poeta helena y abunda en los mismos sentimientos que antepone en la cabecera de sus propios poemas, que son dieciocho, rematados por la célebre cita de Platón en la que desmiente que haya nueve musas, sino nueve, contando con la poeta de la isla de Lesbos.
La autora chiclanera afronta las acentuaciones del endecasílabo añadiéndoles a sus versos una indudable y significativa emoción. Desde la cita de Himerio, en la que se habla de la gran poeta griega, hasta el mencionado filósofo de la caverna, se suceden los poemas como jirones del desgarro de la vida de Safo: la historia de sus amores entre el equívoco y la leyenda, pero con el paisaje del mar como fondo de escena donde se entrelazan impresiones fugaces en las que se vislumbra una vida que hoy se nos antoja precursora de libertades femeninas a duras penas conquistadas.
Sin embargo María Jesús Rodríguez no entra en análisis acerca de la naturaleza sexual de Safo, sino que añade a versos de la poetisa clásica un rasgo de fervor literario con factura de espontaneidad, tomando elementos de la poesía lírica tales como el colorido y la exclamación admirativa: “Dame tus alas que volar hoy quiero / sobre los mares, los collados, montes... / y que los dioses me acompañen siempre / hasta encontrarte. / Abre tus brazos y detén mi vuelo. / Voy hacia ti y de colores visto. / Rojo es mi fuego y mi esperanza es verde; / gris mis temores... / Muera sin verde, sin el oro y rojo, / con alegría porque el fuego eres, / sin pena, miedo y de esperanza lleno. / ¡Óyeme, Zeus!”
Estas estrofas del poema 16 pueden representar muy bien unos caracteres que se dan en la totalidad del contenido poemático: la búsqueda del amor, el colorido simbólico y la pasión expresada abiertamente, casi con tono de desesperación, como en este texto de la invocación a Zeus.
En cuanto al lenguaje, este libro recoge referentes de carácter helénico que nos recuerdan el mundo clásico. Toda una terminología que lo sitúan en un plano de poesía culturalista de corte amoroso y nimbado por una mínima mitología -el Olimpo, Zeus, la ambrosía de los dioses, Poseidón, Eolo, Artemisa...- con efectos sensoriales por un empleo concreto del lenguaje, lejos de sustantivos abstractos, propios de la reflexión especulativa.
La décima musa de María Jesús Rodríguez Barberá nos retrotrae a un periodo de la historia de la literatura griega en que estaba camino de su juventud la poesía occidental.
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