Quintín Dobarganes Merodio
De galopín a académico
Imprime Ingrasa, Cádiz, 1992
De galopín a académico
Imprime Ingrasa, Cádiz, 1992
En 1992 aparecía este
artículo reseñando la publicación de un libro, a modo de biografía,
titulado De galopín a
académico, del que es autor, don
Quintín Dobarganes Merodio.
Como bien dijo Germán
Caos R. en el prólogo del libro, todo lo que se diga después de leerlo es mera
reiteración. En efecto, quienes hemos conocido a don Quintín Dobarganes —don
Quintín— yendo de aquí para allá, en los Hermanitos, en la Casa de la Cultura, en el atrio del
ayuntamiento y otros lugares de cita con eventos ciudadanos donde se incubara
la noticia expectante, cuando oímos que él preparaba un apretada síntesis de
sus experiencisas vitales y profesionales, nos alegramos porque sabíamos ya de
antemano que en esas narraciones tendría que estar la Isla como un telón, no de
fondo, sino de horizonte prometedor, porque lo que ha hecho don Quintín durante
36 años ha sido precisar un tramo histórico de la ciudad; en fin, una labor que
ha de ser continuada de cara al futuro, y quien se encargue de ello sabe bien
que su quehacer tendrá con el paso del tiempo un valor de señas nunca perdidas.
Divide el autor su libro
en catorce apartados. Parte desde la aldea montañesa que le vio nacer. Su
marcha en busca de fortuna por Andalucía, por América como uno de los muchos
emigrantes de a principios de siglo. Su regreso luego, su incorporación al Juan
Sebastián de Elcano. Su vivencia de la guerra civil y de la postguerra. Nuevas
navegaciones. Destinos y cursos en San Fernando, y después —y esto es
importante de cara a los receptores isleños— su labor periodística.
Éste es, a mi parecer, el
núcleo que más nos interesa del libro, ya que en ese transcurso don Quintín nos
cuenta la vida isleña en cuanto que la ciudad se hace acontecimiento o
discurrir cotidiano de incidencias más o menos oficiales en su día a día.
Siempre he visto con
buenos ojos esas publicaciones que cumplen cometidos, por una parte como
recordatorio de una ciudad que se evoca a sí misma en sus sucesos más
interesantes, y por otra, el escenario —en este caso nuestra ciudad y sus
avatares— en que se desarrolla esa vida individual unida a experiencias
colectivas.
Enhorabuena, don Quintín,
y gracias por el valor testimonial de su periodismo afectuoso e isleñísimo.
San Fernando, a mediados de los años 50, Plaza de la Iglesia
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