LUTGARDO Y LA PINTURA
Este artículo fue
publicado varios días después del fallecimiento de Lutgardo Fernández Frías, en
noviembre de 2006 y en él decíamos: Hace unos días dimos sepultura a Lutgardo
Fernández, fotógrafo que fue durante cierto tiempo de “San Fernando
Información”. Además de su afición a la fotografía, con la que obtuvo varios
premios, Lutgardo gustaba de la pintura como su verdadera vocación.
A veces las
circunstancias, más que los medios, no propician el desarrollo de un tendencia
que aparece como innata en nosotros, y nuestro anhelo de llegar a una meta se
queda en un deambular por los alrededores de nuestros deseos.
Sin embargo, estos
deseos se concretaban, en ocasiones, en cuadros que morosamente se configuraban
en creaciones que iban del impresionismo al expresionismo. Lutgardo sentía
verdadera pasión por Claude Monet, entre otros pintores de ese grupo innovador.
Algunas veces, conversábamos sobre pintura (yo en un nivel de aficionado y
curioso, más que un entendido) y sus pormenores acerca de la distancia para ver
un cuadro, de la mezcla de colores y cómo de la combinación de éstos dependía
la impresión, nunca mejor dicho, que causara en los espectadores.
De los
impresionistas pasaba a Dalí, a quien veneraba. En sus propósitos de renovación
deseaba fundir ciertos toques impresionistas con las líneas del genial catalán.
Lutgardo consultaba a menudo tratados de pintura que poseía y otros que yo le
arrimaba para aumentar su entusiasmo. Pintar era para él, no una liberación,
sino una necesidad de identificarse consigo mismo. Todo arte es un diálogo con
uno mismo, como si a través de lo que se llevara al lienzo o a la página el
individuo se conociera a sí mismo mejor y decantara su interpretación de la
vida (la interpretación del mundo por parte de un artista no le sirva a los
fines sociales de los políticos, aunque ello depende de la clase de ciudadanos
a quienes se dirijan).
Soñar mundos
irreales es legítimo, justo y necesario, pero para los artistas, dirán los
políticos frente a unas masas que desconocen el arte, más aún si el arte, como
el que soñaba Lutgardo, era de líneas extrañas y de colores oníricos.
A veces,
condescendía con la pintura figurativa y pintaba paisajes, como el que conservo
en casa junto a otro que es un juego con elementos imaginarios.
Más adelante, su
afán era el de esbozar una pintura “inteligente”, una pintura que trasmitiera
ideas. Yo le argumentaba que el arte era arte solamente y que las ideas las
trasmitían los ensayos, pero él insistía en que era posible comunicar a los
espectadores pensamientos críticos por medio de la pintura.
Quien no pudo en
la vida terrena consumar sus nobles ambiciones de crear, podría en la otra
dimensión proyectar las potencialidades inéditas de su capacidad creadora, por
modesta que fuese. Esta presunción es extensible a otras actividades y para
todos los humanos.
Partiendo de ese
supuesto de pura fe, confío en que Lutgardo empiece ahora a visionar –como si
de un vídeo se tratase— todo el quehacer real y virtual que llevaba consigo. Y
el descanso en paz estará en ese sondear mundos interiores que están
embrionarios en nosotros y que nos llevarán a la verdad última, en razón de
nuestro anhelo de búsqueda. Si todos los caminos llevan a Roma, todas las
actividades nobles en esta vida nos llevarán a la Fuente de quien procede
todo Bien y el Amor o, dicho en lenguaje religioso, Dios.
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