Nadie niega que hoy está en auge la novela histórica. En
todas las épocas de crisis hace su aparición la tendencia
del escritor para indagar y recrearse en unos años y unos
hechos que arrojan una síntesis, más o menos novelada, de lo
acontecido.
El autor de Vientos de guerra, aires de libertad tiene para esta incursión histórico-literaria un bagaje de conocimientos que lo capacita para situarse en el espacio-tiempo de la vida y en los contornos de una libertad defendida contra el invasor francés, y cuyos valores cívicos sirven para toda la península. De ello da fiel cuenta Santiago de la Vega, su protagonista, con sus idas y venidas por la geografía amenazada como un héroe anónimo que sufre las peripecias de cualquier ciudadano de los muchos que ofrecieron su vida para que se respiraran aires procedentes de unos vientos de guerra inevitables para salvaguarda de la honra española, frente a unos individuos que, más que la nueva civilización bajo el lema de la “liberté, égalité, fraternité”, traían la voracidad y la destrucción.
Empleado municipal como “curador” y comisionado por el corregidor don José Moreno Pacheco para inspeccionar el cortijo de unos huérfanos, Santiago de la Vega nos muestra un trasunto de lo que podríamos llamar con acento goyesco, “los desastres de la guerra” en una épica entretejida por robos, violaciones, enfermedades, incendios y con todo ello, la desolación.
Pero, a pesar de tanto dolor por las consecuencias de los eventos bélicos, el autor da un respiro al lector, algo así como una tregua, donde cabe el amor de Santiago con la que será su esposa, Catalina, de la que tendrá hijos, que luego, cuando se retire el francés, vivirán en paz, ya en Cádiz, donde él tendrá el empleo de tenedor de cuentas de una empresa consignataria. Pero Santiago no olvidará sus correrías por la provincia gaditana, en cuyas vicisitudes conocerá a personajes de relevancia como Diego de Alvear o Esteban Sánchez de la Campa, nombres todos ellos implicados en una realidad de desigual dinamismo que trajo como fin la retirada de los galos y la elaboración de una Constitución entre la Isla de León y Cádiz.
Como toda novela en la que la situación geográfica juega un papel básico, Jaime Aragón nos ayuda a recrearnos en viviendas, posadas, iglesias, incluso paisajes donde transcurren los hechos, además de entremeter coplillas y trazar costumbres y vestidos de los intervinientes, así como la forma de vida tanto de la alta sociedad como de los campesinos más humildes. Sin embargo, a pesar de la descripción de detalles y del seguimiento del curso de la guerra, el autor se detiene en el carácter de Santiago de la Vega, del que hace un análisis desde una posición agnóstica a un patriotismo sincero como resultado de su visión de los tristes y crueles acontecimientos, que son escenario de comportamientos humanos desde la bajeza de sentimientos hasta la generosidad; desde quienes sacan provecho de la guerra hasta quienes dan su piel por exigencias de entrega a una causa.
Si nos atrevemos a la lectura de cualquier novela histórica, ésta que comentamos, que es la novela de un historiador, ha de convencernos por el desarrollo con ritmo de veracidad que a través de 19 capítulos, con prólogo y epílogo desgrana una época, un lugar, unos sucesos y unos personajes, caracteres y costumbres como datos complementarios para que el cuadro esté completo y la capacidad de comprensión de los lectores quede satisfecha en sus deseos de conocimiento de la trama y el desenvolvimiento visual del tema.
Hemos de añadir que la presentación en la Casa de Cultura con la palabra preliminar de José Carlos Fernández Moreno y una breve intervención de actores en el patio de butacas escenificando pasajes de la novela, fue un éxito que apadrinó el nacimiento de esta obra que enriquece el acervo cultural de un historiador que nos sorprende con una interesante obra de creación basada en sus conocimientos históricos sobre la guerra de la Independencia.
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