UN LUGAR PARA LEER
(Con motivo de la inauguración de la Biblioteca
Pública Municipal)
Piénsese lo que se quiera de la
cultura; ella es un medio nada más, un medio que a cierta altura le cuesta muy
cara al estudiante, pero es también una promesa de cimentación de la
personalidad.
Sin embargo, a medida que pasa el
tiempo se incrementa el caudal de la cultura merced a los acontecimientos que
acaecen, nuevos descubrimientos que simplifican las formas de vida y enriquecen
la técnica y la ciencia, nuevas creaciones que hacen más extenso el campo de la
psicología y el arte.
Si retrocedemos en la Historia, nos encontramos
con que los pueblos invasores han adoptado los sistemas de cultura y
conocimiento de los vencidos, y no por afán de saber, sino porque es una forma
de dominar la realidad y conocerse mejor el hombre.
Cuando se habla de lecturas, de
libros en masa, se piensa en una biblioteca, en una librería. ¿Es una
biblioteca un sitio ideal para leer? Indudablemente me estoy refiriendo a una
biblioteca pública. ¿Qué ventaja proporciona leer en una biblioteca? En ellas
-pensarán algunos- el saber está amontonado, colectivizado, bizantinizado en
los estantes, algo así como un museo de variedades tipográficas, nombres y
títulos de obras.
El ambiente tranquilo, limpio y
silencioso de una biblioteca invita a sentarse y tomar un libro, hojearlo y
detenerse en una página que atraiga la mirada y le incite los tentáculos
espirituales de la curiosidad. Se despierta la gula de la lectura, un pecado
que sólo se perdona con leer un libro que entretenga o enseñe. En la lectura
nos encontramos a nosotros mismos, nos entendemos mejor en ese acercamiento a
nuestra intimidad, en esa interpretación de nuestro gusto y de nuestra
capacidad de entender lo que nos decanta el libro como desafío bienhechor.
Todas esas condiciones favorables y
esos resultados positivos se pueden dar -se darán, habría que afirmar- en la
nueva biblioteca que se está organizando actualmente y que en su día abrirá las
puertas para que el aficionado a la lectura prodigue su interés hacia ese mundo
callado que espera siempre a quienes necesitan o desean establecer con los
libros unos lazos de amistad que nunca sufrirán del enojo de la traición.
Creará esta nueva biblioteca hábitos fecundos de esparcimiento e información.
Los jóvenes, sobre todo, tienen a su alcance un rico filón de conocimientos que
les hará hombres y mujeres más valiosos y útiles. Pero más que nada, y eso es
lo más importante, más felices.
"MIRADOR DE SAN FERNANDO",
junio de l973
25 AÑOS DESPUÉS
Veinticinco años después de escrito
el artículo anterior, tengo la alegría de celebrar, como un feliz añadido a lo
dicho arriba, esta efemérides auténtica: la vigencia de una biblioteca que ha
sido consultada por tantos isleños, sobre todo niños y jóvenes.
Es cierto que las autoridades
municipales han de velar por la formación de los ciudadanos. Pero en este caso,
además de las convocatorias para premiar novela y poesía, así como su interés
en difundir programas culturales por los barrios de la Isla de San Fernando, la Delegación competente
ha tenido un cariño innegable por esa biblioteca. Sabe muy bien que tanto ella
como el salón de actos y la sala de exposiciones son señas ya incardinadas en
las almas de muchísimos isleños. Recuerdo que en sus primeros tiempos, con ese
pesimismo que en nuestra tierra se ha calificado todo de apático, no se miraba
a esta institución con augurios de porvenir. Han sido los años y quienes la han
mantenido laboriosa y bullidora los que han hecho posible y tangible esta
maravillosa y prometedora realidad, de la que no sería conveniente prescindir.
En el artículo anterior, publicado
con motivo de su apertura, quizá con un entusiasmado humanismo de juventud,
acerca de las posibilidades de que disponía entonces el lector. Hoy,
veinticinco años después, quisiera repetir algunas de aquellas líneas. Quisiera
repetirlas porque estoy convencido de que la cultura libera; que una ciudad,
aparte de sus fiestas populares, ha de enriquecerse para que la cultura le dé
más recursos humanos y sea más solidaria, más exigente en los planteamientos de
su desarrollo y más feliz. En efecto, la cultura nos libera de nuestras
vulgaridades, de nuestra ignorancia y de los fantasmas del pasado; en nuestro
caso, unos viejos fantasmas que, recelosos en la ultratumba, tal vez aprendan
de nosotros el arte difícil de la convivencia.
"San Fernando Información",
junio de l998
LA BIBLIOTECA DE LA
CALLE GRAVINA DE SAN FERNANDO (CÁDIZ)
El 31 de
mayo hizo treinta años que se inauguró el Centro Cultural. con la biblioteca
aneja a sus dependencias, construido donde estuvo el Colegio de los Moros. Se
abrió al público el lunes 4 de junio de 1973. Ciertamente fue la biblioteca la
que puso en movimiento esta entidad cultural. Ya, desde su primeros días, la
asistencia de público era masiva y no solamente esa concurrencia la componía
niños y jóvenes, sino también hombres y mujeres que se interesaron por su fondo
de lecturas; rápidamente, como un virus de entusiasmo, proliferaron los carnés
tanto de lectores en sala como a domicilio; gentes que no se acostumbraban a
leer y pasaban por la puerta, al enterarse de la novedad de la nueva
institución, bajaban tímidamente y cruzaban el dintel de la biblioteca con
vacilación y no poco asombro, con una lenta mirada curiosa, y acababan su
informal visita con una larga sonrisa de pláceme afirmador, deseando mucho
éxito al recién nacido organismo. Pero las actividades por la que empezó a
popularizarse como Casa de la
Cultura no concluían en la biblioteca (con cuya labor estaba
ya justificaba la existencia del inmueble), sino que a partir de entonces los
asuntos culturales y sociales se sucedían casi diariamente en su salón de
actos, así como las exposiciones de arte, sobre todo de pintura, que se
montaban de continuo en el vestíbulo.
Naturalmente
la Casa de la Cultura no funcionaba por
medio de un robot japonés; la
Casa de la
Cultura estaba en manos de un hombre muy conocido en La Isla, al que se le reconocía
no pocos desvelos por la cultura isleña; la Casa de la Cultura, en todos sus accesorios, estaba confiada
a la dirección de Pepe González Barba, y aquella dirección era más bien cariño,
dedicación minuciosa y detallista. Él puso los letreros a las dependencias,
diseñó los indicadores para sustituir el vacío que dejaba el libro requerido en
la amplia sala de lectura; incrementó el patrimonio de libros con adquisiciones
a costa del presupuesto de aquellos días zarandeados por la crisis del
petróleo.
Decir la Casa de la Cultura era aludir,
nombrar, conocer a Pepe González Barba; nunca hizo de regente de la entidad con
aparato y distancia; todo lo contrario: desde los conserjes con uniforme y
unción municipalesca, pasando por los trabajadores del ayuntamiento que venían
a llevar a cabo una reparación, sin olvidarme de las jovencitas que cumplían
allí lo que entonces era el servicio social femenino, veían en él a un hombre
afable y celoso del funcionamiento de la institución. Ni tampoco me olvido de
representantes de tertulias y peñas que subían a su despacho, en el que Pepe
atendía y dirigía las funciones del patronato ayudado por su secretaria Mari
Carmen Pavón. En fín, todo el mundo veía en Pepe un amigo, un hombre
sumamente accesible que dejaba en sus interlocutores una huella de amabilidad y
buen hacer.
La
inauguración tuvo lugar el día 30 de mayo de 1973, viernes, al mediodía. En la
planta de arriba se celebró el nacimiento de este edificio, donde antes estuvo
el llamado Colegio de los Moros, como dijimos antes, con un ágape y con la
presencia de doña Ernestina Cazenave, su secretaria María Dolores, el alcalde a
la sazón Rafael Barceló y algunos funcionarios municipales, Mariló, mi
compañera de trabajo, y el guarda-representante de la empresa constructora del
edificio, José, además del que esto suscribe.
Después
de aquel dos de junio en que el público isleño pisó el suelo de la biblioteca,
la utilidad de este centro, noble en su contenido más que en su aspecto
continente, ha sido ratificada por la demanda de los concurrentes, de tal
manera que su existencia y su necesidad están incardinadas en las almas de los
ciudadanos.
Pero
esta afortunada criatura que vive entre la calle Gravina y la de Churruca y hoy
goza de estupenda y ejemplar juventud, fue un sueño que retaba a las
dificultades, un proyecto que dio sus primeros pasos con no pocos balbuceos;
por ello mismo, hemos de agradecer a los que la apoyaron en sus comienzos, su
confianza contra viento y marea, y honra es recordar como prólogo de aquel
alumbramiento a la realidad social a las autoridades que mencionamos antes como
propulsores de tan interesante acontecimiento en La Isla de entonces.
Hoy, treinta años después, la rememoración de este hecho cultural en La Isla ha de tener el brillo de
una efemérides, un brillo que no se apagará en la memoria ciudadana.
San
Fernando Información, 5 de junio de 2003
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