sábado, 21 de marzo de 2015

POESÍA: HACIA UNA POESÍA FUTURA







Guillermo Apollinaire




LA METÁFORA ES LO QUE DISTINGUE AL VERDADERO POETA, DIJO ARISTÓTELES.


     La metáfora crea otros nombres a partir del que sirve de referencia real. Se hace por analogía y se logra independientemente de la llamada imagen irracional, que compara con talante arbitrario sin que haya una relación entre lo comparado y lo comparable. Es pura subjetividad que da paso a una especie de pata a la llana de la expresión verbal, que tampoco tiene que ver con la glosolalia del dadaísmo.



     La metáfora crea un mundo al lado de otro. El real queda eclipsado por el imaginado, que se considera nuevo frente al otro, el viejo, ya visto y pensado por el lector como una visión manida.



   Otro recurso es la sinestesia: interpretar el mundo abstracto con el sensorial dándoles matices que los presenta como nuevos.



  Un tercer recurso es la novedad semántica (¿deconstrucción semántica, literariamente hablando?), consistente en unir palabras cuya presentación no recuerde otra ya lastrada y, por lo contrario, despierte una sensación de lectura nueva.



No me resisto a citar la  famosa elegía de Miguel Hernández a García Lorca como un ejemplo de idiolecto poético que conmueve a todo lector que desee leer una poesía con frescura en su lenguaje literario. Creo con toda convicción que esto es escribir poesía después de la poesía a que estamos acostumbrados, poesía que pretende comunicar, ya lastrada y desgastada en su semántica empobrecida por del predominio del significado sobre el significante.



    Sé muy bien que hay quienes dicen que cada uno tiene “su estilo”, pero la verdad es que el verdadero estilo es el que no se parece a nadie y sorprende y reforma el lenguaje literario marcando un “territorio” de propiedad estilística; lo demás es repetir lo ya dicho pòr otros poetas o lo que se cree “rompedor” y no es más que un aborto de poema.



    La poesía futura, pues, será la que no tiene deudas con el pasado pero que también ha sido capaz de poner las estructuras clásicas al día liberando al lenguaje de frases redichas y de su contrario: los versos  —los renglones— falsamente rompedores. Pongo por ejemplo el poema de Miguel Hernández “Eterna sombra”, rigurosamente clásico y modernísimo en su expresión. ¡A ver quién da más!



Es necesario leer para todo poeta que tenga ambiciones de originalidad, fuera del disparate azaroso, la obra del Vixtor Shklovski El arte como artificio. Esta teoría literaria nos viene a decir que la innovación poética no está en el versolibrismo ni en la imagen irracionalista y arbitraria o de buen tuntún, sino en crear un texto que parezca nuevo y no desgastado por las imágenes y el discurso ya previsto y falto de emoción.



Miguel Hernández, sin saberlo él, cumplió con las indicaciones que dio el estilista ruso. De su poesía, más perenne que el bronce, en el decir del poeta latino Horacio, queda su obra, fuente para toda sed de renovación del idiolecto poético de cada uno.  Como diría Verlaine, lo demás es literatura; o sea, escritura ya descolorida, quiso decir, más o menos, el poeta francés.






ELEGÍA PRIMERA


(A Federico García Lorca, poeta).



Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas,
y en traje de cañón, las parameras
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas,
y llueve sal, y esparce calaveras.

Verdura de las eras,
¿qué tiempo prevalece la alegría?
El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas
y hace brotar la sombra más sombría.

El dolor y su manto
vienen una vez más a nuestro encuentro.
Y una vez más al callejón del llanto
lluviosamente entro. 


Siempre me veo dentro
de esta sombra de acíbar revocada,
amasado con ojos y bordones,
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada
y un rabioso collar de corazones. 


Llorar dentro de un pozo,
en la misma raíz desconsolada
del agua, del sollozo,
del corazón quisiera:
donde nadie me viera la voz ni la mirada,
ni restos de mis lágrimas me viera.

Entro despacio, se me cae la frente
despacio, el corazón se me desgarra
despacio, y despaciosa y negramente
vuelvo a llorar al pie de una guitarra.

Entre todos los muertos de elegía,
sin olvidar el eco de ninguno,
por haber resonado más en el alma mía,
la mano de mi llanto escoge uno.

Federico García
hasta ayer se llamó: polvo se llama.
Ayer tuvo un espacio bajo el día
que hoy el hoyo le da bajo la grama. 


¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres!
Tu agitada alegría,
que agitaba columnas y alfileres,
de tus dientes arrancas y sacudes,
y ya te pones triste, y sólo quieres
ya el paraíso de los ataúdes.

Vestido de esqueleto,
durmiéndote de plomo,
de indiferencia armado y de respeto,
te veo entre tus cejas si me asomo.


Se ha llevado tu vida de palomo,
que ceñía de espuma
y de arrullos el cielo y las ventanas,
como un raudal de pluma
el viento que se lleva las semanas.

Primo de las manzanas,
no podrá con tu savia la carcoma,
no podrá con tu muerte la lengua del gusano,
y para dar salud fiera a su poma
elegirá tus huesos el manzano.

Cegado el manantial de tu saliva,
hijo de la paloma,
nieto del ruiseñor y de la oliva:
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva,
estiércol padre de la madreselva. 


¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla,
pero qué injustamente arrebatada!
No sabe andar despacio, y acuchilla
cuando menos se espera su turbia cuchillada.

Tú, el más firme edificio, destruido,
tú, el gavilán más alto, desplomado,
tú, el más grande rugido,
callado, y más callado, y más callado.

Caiga tu alegre sangre de granado,
como un derrumbamiento de martillos feroces,
sobre quien te detuvo mortalmente. 

Salivazos y hoces
caigan sobre la mancha de su frente.

Muere un poeta y la creación se siente
herida y moribunda en las entrañas.
Un cósmico temblor de escalofríos
mueve temiblemente las montañas,
un resplandor de muerte la matriz de los ríos.

Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos,
veo un bosque de ojos nunca enjutos,
avenidas de lágrimas y mantos:
y en torbellino de hojas y de vientos,
lutos tras otros lutos y otros lutos,
llantos tras otros llantos y otros llantos.

No aventarán, no arrastrarán tus huesos,
volcán de arrope, trueno de panales,
poeta entretejido, dulce, amargo,
que al calor de los besos
sentiste, entre dos largas hileras de puñales,
largo amor, muerte larga, fuego largo.

Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.

Pero el silencio puede más que tanto instrumento.

Silencioso, desierto, polvoriento
en la muerte desierta,
parece que tu lengua, que tu aliento,
los ha cerrado el golpe de una puerta.

Como si paseara con tu sombra,
paseo con la mía
por una tierra que el silencio alfombra,
que el ciprés apetece más sombría. 


Rodea mi garganta tu agonía
como un hierro de horca
y pruebo una bebida funeraria.
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan una muerte diaria.



Miguel Hernández, 1937




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